Avión blanco.

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El armario que estaba mirando tenía una extraña pieza metálica encima y no lograba descubrir que era.

—¿No crees?— dijo mi madre.
—¿Eh?
—Que si no crees que podría invitarlos
—No sé de que estas hablando mamá, no te estaba escuchando.

Mi madre se puso seria.

—¡Llevo literalmente un cuarto de hora hablando!¿Es que nunca prestas atención?!
—Lo siento,¿de qué hablabas?

La pieza del armario sería seguramente un tornillo de cuando arreglamos la puerta, que se quedó allí encima.

—Hablaba de los vecinos, pero ahora ya da igual. Recoge la mesa.

En cuanto acabé de doblar el mantel me fui hacia el armario, y la misteriosa pieza resultó ser un simple trozo de papel albal.

—¿Qué haces ahí subido?
—Nada.

Cogí el trozo de metal, me fui a mi habitación y lo tiré a la papelera.

Aquella noche me acosté bastante temprano, pero por la mañana tenía mucho sueño.

Me enrosqué en las sábanas y me quedé mirando fijamente una esquina de la habitación.

Las sombras del escritorio y la lámpara se proyectaban en la pared formando una especie de estrella de tres puntas.

No vi entrar a mi madre.

— Estas embobado otra vez.
—No estoy embobado, estoy pensando.
—¿ Y en que piensas ?

Ahí me pilló.

—Vale, estaba embobado.
—Ya decía yo. Anda ven a desayunar.

Mientras me bebía un vaso de leche en la cocina, mirando hacia la ventana, empecé a seguir el recorrido de una gota de agua que descendía por el vidrio.

—¿Has regado fuera, mamá?
—Sí, es que está mañana la hierba estaba al sol y pensé que si la mojaba...

Siguió hablando de cosas de jardinería que no me interesaban para nada.

Mientras, yo me fijaba en una pulsera que llevaba y que era demasiado estrecha para que se la pudiera sacar.
No veía ningún broche o hebilla para que pudiera desatarla.
Hizo un ademán de regar, y con el gesto la pulsera rotó ligeramente y vi el broche por el que se abría, era del mismo color que la cuerda y por eso no se distinguía.

—¿Crees que he hecho bien al pedírselo?

No tenía ni idea de lo que estaba hablando.

—Sí, has hecho bien.
—Es que no sé, no nos conocemos lo suficiente para que se lo pida, pero en fin, ha dicho que se lo pensará.
—Una pregunta.
—¿Qué quieres?
—¿ De qué hablas ?
—¡Lo sabía!¡Nunca me prestas atención!
¡¿Como piensas atender en clase si no eres capaz de escuchar una simple conversación?!

Los profesores se habían quejado de mi falta de atención, y mis notas no eran muy buenas.

Enfadada, se fue dando un portazo de la habitacion.

Fui hasta su dormitorio, pero tenía la puerta cerrada.
—¡Lo siento!
Silencio absoluto. Me di media vuelta y volví para mí habitación.

El día siguiente sería lunes y era fiesta, pero el martes había colegio y tenía cosas que hacer.

Cogí la agenda y mire lo que habían puesto. ¡Se me había olvidado el maldito examen de historia!

Revolví rápidamente todo el cajón de los libros hasta encontrar el de ciencias sociales.
Puse el libro delante de mi, y abrí la primera parte que había que estudiar. La leí:

Esperando las nubes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora