Su meditación.

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»Inhala. Coge aire, así, ¡muy bien! Vamos, ahora échalo fuera. No, no. Con sosiego, calma. A ver, vuelve a empezar. Cierra los ojos, vacía tú mente y respira. Además, para ti, sin duda alguna, debe de ser como coser y cantar. Bueno, bueno. Fuera bromas. Tienes que sentir como tu pecho se hincha, como si fuera un globo... ¡Ay, ya vale! No has de pensar en nada, vacía la mente. No puede ser tan difícil. ¡Vacíala! Una vez más. Inspira, por la nariz ―siempre por la nariz―. ¿Lo tienes? ¿Sí? Bueno, entonces, expira. Suelta todo lo que tienes dentro, pensamientos negativos incluidos. Cuando digo todo, es todo.

―No funciona.

―Oh, venga. No seas tan negativo; yo creo que vas mejorando.

―Mientes.

―Por supuesto que no, hombre. En la sesión de hoy te he visto más relajado de lo habitual; solo tienes que esforzarte un poquitito más ―sentenció ella―. Como que las venas de la frente se te han hinchado menos de lo normal.

Falacias. Ella siempre mentía y él sabía, no solo el cuándo, sino también por qué lo hacía; ansiaba protegerlo y dejar de verlo tan alicaído. Todo lo entristecía; el sol, el cantar de los pájaros... podría decirse que hasta la vida misma lo acongojaba. El joven estaba enfermo y su novia creía que el mero hecho de la presión atmosférica sobre su cuerpo sería capaz de hacerlo añicos, de resquebrajarlo en mil y un cachitos. ¡Y, no! No era así, o al menos para Hodei.

―Mía, asúmelo. Nunca ha funcionado y tampoco lo hará. No todo lo que encuentras en internet funciona. Siento romper tus esquemas y eso, pero es así ―le espetó mirando fijamente por la ventana.

Según el buscador de Google, existía una cura milagrosa para su pequeño problema: la bendita meditación. Él nunca fue partidario de esos remedios espirituales y menos para algo que no requería de tratamiento. Se encontraba cómodo con lo que ocurría y hacía con su cuerpo. ¿Acaso no era eso suficiente

«Lo mío no es más que un cúmulo de manías» ese era su mantra, uno que repetía una y otra vez intentando restarle a su problema importancia. Craso error, sin duda alguna.

Había sido diagnosticado con TOC y, hasta amar lo hacía de forma compulsiva. No estaba seguro ni de sí mismo, ni de la ciencia en la que tan febrilmente creía. Desconfiaba de ella, de su relación. ¡Por el amor de Dios! Era algo incontrolable, pero a su vez tan ineludible. Continuamente lo veías contando cosas, sumando números, restándolos. Había llevado su trabajo a un nivel superior, y había llegado a unos extremos insospechables. Una pequeña excentricidad, que se convirtió en trastorno. Se negaba a acudir en busca de auxilio a un profesional. Y él era de ese tipo de persona que siempre se mantenía en sus trece. Aunque ya no se le ocurrían argumentos para seguir eludiendo a la insistente pelirrosa.

Hodei se dispuso a levantarse de su silla, en la que ―no tan― cómodamente meditaba y comenzó con uno de los varios rituales que realizaba:

―Un, dos, tres... ―contaba al mismo tiempo que golpeaba las patas de su asiento.

―Mira, chico. Yo, por mi parte, seguiré mientras tú te decides a arrancar. 

Terriblemente CruelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora