Cap. 1 Perdiéndolo

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Cap. 1
Perdiéndolo

Es increíble como nuestra mentalidad va cambiando por diversas cosas como la inocencia, la madurez, etapas de la vida, golpes de la vida o sucesos impactantes que nos obligan a crecer. Podrías poner un tema y recibir diferentes respuestas de un niño, un adolescente y una gama diversa de adultos, e incluso de las personas mayores. 

Por ejemplo, la amistad. La respuesta más maravillosa la obtendrás de un niño porque en su inocencia esta es leal, sincera y duradera. Podríamos decir que incluso existe la ilusión de que tu mejor amigo será para siempre y que nada podrá quebrar su vínculo. Lo más bonito es que un niño cree que todas las personas de su alrededor son sus amigos.

Entramos a la adolescencia y comienzas a conocer el lado oscuro de la vida; empiezan las traiciones, la hipocresía, el dolor emocional, la decepción y la presión social que te llevan a tener un concepto diferente de amistad. En esta etapa, al parecer lo que importa es que le agrades a todos para ser "popular". Para llegar a esto no importa quién eres, lo que importa es adaptarte sin importar qué con el fin de agradar a todos. Lamentablemente, yo fui muy inocente incluso hasta en la adolescencia por lo que llegaron a lastimarme demasiado. 

Hasta esta etapa podría darles una idea general que se tiene sobre la amistad porque solo tengo 16 años. Sin embargo, mis padres me dijeron que cuando uno es adulto se da cuenta que realmente la amistad no existe y si existe son unas cuantas personas, que incluso se podría dar el número exacto de amigos que tienes como 3. Al parecer, cuando entras a la etapa adulta, la mayoría de las personas se vuelven egoístas y mentirosas. Supongo que tendré que confirmarlo cuando viva esa etapa.

Les diría lo poco que sé sobre qué opina una persona mayor respecto a este tema pero nunca tuve abuelos. Mi punto es que uno cambia durante el tiempo y mi primer acontecimiento impactante en mi vida fue cuando tenía 12 años, culminando primaria.

Ese año estaban sucediendo demasiadas cosas, estaba terminando primaria y no podría continuar con mis amigos porque me cambiarían a otro colegio para secundaria. Pero eso no fue lo que me dolió, sino que tendría que despedirme de mi mejor amiga Marcela y de Fabrizio.

- ¿Estás lista? - me preguntó papá mientras bajaba las gradas de mi casa.

- Si - dije un poco pensativa - la verdad es que estoy nerviosa. - sentía al bajar las gradas como mis piernas temblaban.

- Tú tranquila pequeña, más bien tienes que estar feliz -dijo mi madre muy alegre - Recuerda que al fin acabas primaria.

Aquel día era la graduación de primaria y me sentía muy pensativa. Tenía tantas cosas en mi cabeza que no podía ordenarlas. No era el hecho de que tendría que ir a un nuevo lugar o hacer nuevos amigos, sino que estaba creciendo y sentía que a partir de ese momento debía actuar con madurez. Era una niña que sentía que ya estaba entrando a la etapa adulta sin pensar en lo que realmente conlleva ser adolescente.

- ¿Vamos? - dijo papá mientras abría la puerta de mi casa.

Salimos y fuimos al auto. Mis papás se sentaron adelante y yo estaba atrás perdida en mis pensamientos. Me hubiese gustado que esté mi hermana conmigo en ese momento pero ella se encontraba en el colegio.

Antes de arrancar mi mamá se giró para mirarme, yo alcé la vista para verla a los ojos pero no podía interpretar su mirada ni lo que quería decirme porque en mi cabeza seguía asumiendo que tendría que dejar de ser niña y que tendría que despedirme de Marcela y Fabrizio.

- Tu tranquila. Es un gran paso pequeña - yo simplemente sonreí ante el comentario de mi mamá.

Llegamos al parqueo de la escuela, mi papá paró el auto y bajamos de este. Mientras entrábamos al teatro de la escuela, porque ahí sería el acto de graduación, los pensamientos de mi cabeza fueron reemplazados por la emoción del momento. ¡Había terminado primaria!

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