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El quinto libro de Harry Potter, La Orden del Fénix, había caído al suelo. Ochocientas noventa y seis páginas de mi saga favorita se habían precipitado contra el firme de manera seca y ruda.

—¡Ay mierda, qué torpe!—maldijo una chica agachándose para coger el libro.

Cuando la chica levantó la mirada, a mi alrededor todo pareció pararse.

Una chica preciosa se encontraba a mi lado, digna de ser descrita como una valquiria: alta, delgada y de suaves ragos. Claros ojos azules penetrantes y cabello rubio ceniza.

Preciosa.

¿Rayis?

—Disculpa mi torpeza, tengo manos de mantequilla. ¿Está ocupado?—dijo señalando el sitio a mi derecha.

Negué con la cabeza y ella se sentó sin preguntar más.

—¿Te gusta Harry Potter?—pregunté señalando el libro de entre sus manos.

—Me encanta. Debe de ser ya la... ¿sexta? No sé, ya me he leído los libros tantas veces que no lo recuerdo—dijo entusiasmada con una adorable (también blanca y perfecta) sonrisa.

—Yo también soy Potterhead—dije bloqueando el I-Pad—. ¿A qué casa perteneces?

—No estoy muy segura...—puso su dedo índice en la barbilla—. De lo que estoy segura es que Slytherin no.

—Yo soy Ravenclaw—. sonreímos.

—A mí me parece que me acerco mucho a esa casa.

El viaje, que en un principio se iba a basar en admirar el paisaje y engullir algún libro, acabó siendo horas y horas de charla con aquella hermosa y misteriosa chica fan de Harry Potter.

Cuando ya estábamos llegando a Madrid, nos preguntamos acerca del motivo por el cuál íbamos a la capital.

—Bueno, yo vivo aquí.-respondió rápido—. También mis amigos y mi novio, pero he estado unos días en Galicia de vacaciones. ¿Y tú?

—Yo justo al revés. Vivo en Ourense y vengo a Madrid... A visitar a una viejo amigo.

—Genial—miró hacia la pantalla informativa—. Un gusto, espero volver a verte para seguir hablando de Harry Potter.

—Sí.

Me dio dos besos, tomó sus cosas y se fue dejando un dulce aroma en el lugar.

Cuando el tren paró, mi cuerpo no reaccionaba. Como mis sentimientos, no iba a acorde con la situación pero al fin logré levantarme, tomar mis cosas y bajar en Atocha.

Caminé sin alejar la vista de mi móvil, Google Maps era mi mejor amigo en ese momento por el simple hecho de que aún no conocía la ciudad como la palma de mi mano.

Me choqué con varias personas, de las cuales casi la mitad me mandan a Japón de una patada.

I don't care, man.

Al llegar al bendito hotel, estuve a nada de besar el suelo del vestíbulo. Me había costado lo no escrito encontrarlo incluso con Maps.

Comí en el mismo hotel y luego salí a andar por la capital. No creía estar todavía preparada para hablar con Rubén.

Mientras me dejaba llevar por mis piernas, con la precaución de no alejarme tampoco mucho, pensaba acerca de todo lo que había ocurrido desde ese día de Octubre en la misma ciudad en la que me encontraba.

¿En qué aspectos mi vida sigue igual y en cuales ha cambiado? ¿He madurado o eso es cosa de frutas? ¿Lara me estará viendo? ¿Ella qué me habría aconsejado en estos momentos?

Iba tan sumergida en mis pensamientos que sin querer choqué con un chico que andaba mirando sin cesar el móvil.

—Lo siento...—murmuré instantes después de que nuestros hombros chocaran.

—No, lo siento yo—dijo con un acento que no era lo que se dice madrileño.

—¿Mangel?—le llamé y paró.

El mejor amigo de mi ídolo se giró rápido, mirándome con los ojos muy abiertos detrás de sus gafas de pasta negra.

—¿Aiben? ¡Madre mía! Con ese color de pelo no te reconoce nadie, no me fastidies—rió y se acercó para abrazarme y darme dos besos—. ¿Qué tal Tamara y Lara?

No lo sabe... ¿Cómo lo iba a saber?

—Lara... Lara tuvo un accidente que acabó con su vida hace unos meses—dije con voz clara.

—No me digas... Lo siento mucho, Ainara. Rubius no me ha contado nada.

—Ya, ni yo a él—suspiré pero con una sonrisa—. Han sido unos meses difíciles, no hemos hablado mucho tampoco.

—Bah, por eso no te preocupes eh. Que Rubius es muy tonto—hizo una mueca y me abrazó acariciándome la cabeza, consolándome—. De verdad siento lo de Lara, no lo podría haber imaginado.

—Ni tú ni nadie, llevaba una vida sana en cuanto a alimentación, ejercicio y tal; pero esas cosas no se preveen.

—Ya, es una mierda.-dijo rompiendo el abrazo—. Tengo algo de prisa, pero un día de estos nadie nos quita una tarde de cervecitas en un bar, ¿eh? Porque te vas a quedar un tiempo, ¿no?—asentí.

El andaluz sonrió y se despidió con un movimiento de mano a la vez que sus piernas le llevaban lejos.

Hacía mucho que no le veía.

A eso de las ocho de la tarde me decidí: tenía que ver a Rubén.

¿Precipitado? Tal vez, pero me daba igual. Tenía que contarle un montón de cosas, necesitaba que me consolara y que, tal vez, me pidiera perdón por haberse ausentado un poco; porque después de todo sus vídeos siempre estaban allí.

Él, en realidad, siempre había estado presente en mi vida desde que vi un primer vídeo haría ya cuatro años, tenía la cualidad de no dejar de lado a nadie, aunque él no lo sabía.

Sus fans estaríamos ahí para él del mismo modo que él estaría para nosotros, porque en el camino de la vida puedes decidir si quieres caminar solo o acompañado, y Rubius había decidido que quería acompañar a veinte millones de personas, entre las que estoy yo.

Gracias a Dios o a los calzones de Merlín o a Ryuk o a quién sea, recordaba con exactitud la dirección de Rubius.

Como si se te fuera a olvidar, Aiben.

Entré al portal y tomé el ascensor con el corazón en la misma garganta y todo el cuerpo tenso.

¿Miedo o nervios? Una mezcla.

Cuando el ascensor paró en la planta giré mi cabeza con rapidez hacia la puerta.

Pensar que hacía unos meses me encontraba del mismo modo frente a esa puerta... La nostalgia sacudió todo mi cuerpo.
Llamé al timbre con cautela, como pensando que me daría calambre.

Al otro lado de la puerta se oyeron golpes y pasos fuertes y decididos. La puerta se abrió de golpe dejándome ver a Rubius peinado, aseado y vestido para salir.

¿Habría interrumpido sus planes?

—¿Ainara?—dijo sorprendido y extrañado con un dejo de culpa en sus ojos pardos—. ¿Estás llorando?

Llevé mis dedos con lentitud a mi mejilla, que estaba húmeda. Sonreí y le dije:

—El llanto es la hemorragia nasal del corazón...—rió leve.

—¿Has visto Toradora últimamente?

—Puede ser.

Siempre habrá alguien que aunque no quieras será tu debilidad. Que si te sonríe, tú sonreirás. Que si te habla, tú le contestarás. Y que si te necesita, tú seguirás estando ahí.

Ainara (R.d.g) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora