Desenlace

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En mi garganta se había formado un nudo desde el momento en el que fui presentada a Irina. ¿Qué iba a pasar ahora?

Cuánto desearía tener en este momento la capa invisible de Potter...

Tragué fuerte saliva en un nulo intento de deshacer aquel maldito nudo. Suspiré y sonreí acercándome a la chica para darle otro abrazo. Ella se quedó quieta entre mis brazos sin saber como reaccionar, y no la culpo, ni yo esperaba eso de mi parte. Al final aceptó mi abrazo entre unas leves risas. Al separarme de ella pude observar lo sorprendentemente alta que era, tanto que llegaba a sacarme una cabeza.

—Rubén, si quieres yo me llevo a Claudia y...

—No hace falta—dijimos la pelirroja (qué aún sollozaba) y yo al unísono.

—¿Cómo que no la hace? Desde que conozco a este pesado no deja de hablar acerca de que hacía siglos que no hablábais y tenía miedo de que...

—Eh, eh, Irina, ya—dijo Rubius interrumpiendo a la rubia algo avergonzado.

Él estaba igual de mal que yo.

Minutos después Rubén y yo volvíamos a estar solos en la casa. Él se sentó en el sofá obligándome a ponerme a su lado. Cuando accedí me rodeo con su brazo los hombros. Estábamos incómodos.

Bajé la mirada a mis manos y jugué nerviosa con mis dedos pidiéndole a Dumbledore que algo sucediera para que las circunstancias cambiaran, o que un milagro me trajera un giratiempo con el cual volver a cuando nada importaba y el mundo era un helado de chocolate. Nuestro para siempre era un helado de chocolate derretido.

—Aiben, no sé qué decir...

—Pues si tú no lo sabes imagínate yo—musité.

Tomó mis manos que no paraban de moverse. Su mano estaba caliente, las mías frías. Frío y calor conectados por el tacto de unas manos.

Crusilerías sobrantes, gracias.

—¿Quieres salir?—preguntó mirándome directamente. Yo intentaba no conectar mis ojos con los suyos.

Asentí en silencio y, sin soltarme la mano, me llevó hasta la puerta de entrada.

Caminamos por el calor de las calles de Madrid centro en un silencio incómodo. De vez en cuando me giraba para mirar su perfil. Parecía relajado, pero yo en el fondo sabía que se encontraba igual de intranquilo que yo.
Nuestras manos ya no iban juntas pero rozaban de vez en cuando. En un momento me cansé de tanto roce y tomé su mano con la misma decisión que él antes había usado para tomar la mía.

—Rubius, gracias. No sé porqué pero tengo la necesidad de darte las gracias.

—No me agradezcas porque no sé del todo la razón por la cual me das las gracias... Así que...—rió nervioso.

—He estado muy molesta porque te he necesitado mucho estos meses y ni me has llamado. Pero errar es humano y por encima de mi enfado está eso. De verdad, Rubén. Estoy muy aliviada y contenta ahora que veo que has empezado una relación seria con Irina. Estoy segura de que ella es una buenísima persona—suspiré—. Espero que seas muy feliz.

Él paró de repente. Nuestras manos estaban conectadas, por lo tanto, tiró de mí frenándome.

Sus ojos pardos estaban algo aguados y sonreí pensado que le había hecho llorar.

Sensiblón.

—Gracias a ti por ser... tú—murmuró.

—¿Estás llorando?

—¡No! ¡Soy un machomen y no lloro!—exclamó limpiándose de manera muy poco disimulada las lágrimas. Reí un poco y continuamos nuestro paseo.

Acabamos en aquella heladería, en la misma heladería en la cual tomamos un helado en octubre. Mi estómago se encogió al ver la sonrisa de satisfacción en la cara de él. Jugó con mis dedos mientras movía las cejas y hacía gestos extraños con su cara, haciéndome reír.

—Para siempre...—canturreó.

Y entonces entendí todo.

Éramos para siempre. Un para siempre no es un amor permanente, nada de eso. Ese "para siempre" era una bonita promesa, tan simple y poético como eso. Una promesa que empezó con una broma pero que moriría con nosotros, en nuestros latentes y rojos corazones. Para siempre no significaba ser pareja, porque algo tan diferente como el odio podía también ser para siempre.
Yo tenía claro que siempre estaría ahí y yo siempre estaría detrás, o al revés. Mientras él fuera feliz yo sería feliz y viceversa. Un hilillo rojo nos unía con ese para siempre para nada amoroso o afectuoso. Nuestro para siempre era abstracto y complejo, solo él y yo seríamos capaces de entenderlo.

—Un helado...—dije con una sonrisa

—¿De chocolate?

—De chocolate—reí levemente.

—De chocolate podría ser nuestro para siempre...

Besó mi frente con ternura.

Pedimos nuestros helados y continuamos nuestro paseo tomando éstos. El silencio incómodo había desaparecido y hablábamos de cualquier cosa. Su risa era muy contagiosa, por lo cual nunca había uno solo de nosotros riendo. Recorrimos gran parte de Madrid, tanto que acabamos tan lejos de la casa de Rubius que tuvimos que pedir un taxi que nos llevara.

Al final del día nos encontrábamos cenando unos espaguetis hechos por Rubius-el-cocinas.

—Venga, dilo—dijo al ver que probaba la comida.

Cerré mis ojos fingiendo ser uno de los jueces de esos programas de cocina que tanta gracia me hacían. Hice sonidos y gestos con mis manos haciendo reír a Rubén. Al terminar mi escena, crucé mis manos y le miré firmé aguantándome la risa.

—Esto es vergonzoso, señor Doblas. No puede continuar en estas cocinas.

—¡¿Es porque soy noruego verdad?!—gritó haciéndome reír y asustando a los gatos, que estaban debajo de la mesa.

—No se lo tome tan mal señor Doblas, le recomiendo que se dedique a ser youtuber...

Me sacó la lengua burlón y probó su plato.

—No está tan mal—dijo—. Eres muy exquisita...

—Estaba de broma, yo no sé ni hervir agua.

Cenamos entre muchas risas y conversación tontísimas. Era indescriptible como me sentía al estar con Rubén.

Pasé una semana en Madrid, durante la cual salí con Rubén, Irina y más amigos suyos. También hice visitas turísticas con Claudia y Rubius; eran incómodas ya que no me había acostumbrado del todo a la pelirroja, pero también eran graciosas. Fue una semana en la cual me olvidé de todo y de todos, solo me importaba pensar qué haría y dónde iba a ir al día siguiente.

Tras esa semana en Madrid volví a Ourense. Visité a mi madre y a mis amigas para contarles que había decidido irme a vivir a Madrid. Cuando me preguntaron el porqué les conesté con gran tranquilidad que porque sentía que allí era yo misma y mis problemas no existían. Sonaba cobarde el querer irme para olvidar los errores del pasado pero yo quería empezar una nueva vida lejos del sufrimiento y cerca de Madrid, de Rubén.

De mi para siempre.

Y así fue como acabé siendo vecina del más famoso youtuber español y como terminé también creando una nueva vida en Madrid.

Nunca voy a poder agradecer suficiente a Madrid y a Rubén... ¡Ah, claro!

Y a los helados de chocolate...

FIN

Me duele decir (más bien escribir, genio) que esta historia ha llegado a su fin. Me gustaría agradecer a todas y cada una de las personas que habéis estado detrás de esto leyendo y apoyando. También agradecer obviamente a Aiben, gran persona mejor fangirl, por haberme ayudado en algunos aspectos de la historia y haberme hecho la magnífica portada.

Muchísimas gracias de nuevo y nos leemos pronto.

~Manky :D

Ainara (R.d.g) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora