Recuerdos

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El mejor recuerdo que guardo es mi infancia. Nací en otoño, con el suelo cubierto de hojas y el bosque pintado de marrón y amarillo, quizá por eso me llamen Painter, o quizá no.

Recuerdo que pasaba los días dibujando paisajes, y las noches leyendo. Recuerdo aquella vez que me castigaron por robar un libro. Yo no hice nada malo, o al menos eso creía, era tan solo un niño amante de la lectura, devoraba las letras, saboreaba cada palabra y guardaba automáticamente las historias en mi mente.

Mi padre se fue cuando yo tenía ocho años, un día, unos hombres entraron en mi casa y se lo llevaron, mi madre lloraba, yo no, porque creía que iba a volver, y nunca lo hizo. Supongo que por eso nunca encajé con los demás chicos, veía estúpido que se tiraran los patios pegándose o jugando a la pelota, lo veía realmente estúpido. Prefería ir con las chicas, quizá por eso me insultaban.

Me fascinaban las plantas, recuerdo que en la parte trasera de la casa tenía un huerto, me tiraba horas y horas hablando con ellas, regándolas, acariciándolas y viéndolas crecer día a día. Tenía los ojos verdes como las plantas, y el cabello marrón como las hojas que me vieron nacer.

Tuve un amigo llamado Billy Bear, pero nadie podía verlo excepto yo, por eso empezaron a insultarme también las chicas, pero yo las ignoré, creyendo que era envidia. Billy me acompañó durante aquella parte de mi vida, fue el amigo que nunca tuve. Me ayudaba con el huerto, le prestaba mis libros… fue una época muy feliz, en la que viví alejado de todo. Un día, mi madre empezó a hablar, habló, habló y le mató, yo no sé qué hicieron sus palabras, pero Billy se fue, desde entonces empecé a odiar los libros, quemé todos los que tenía y juré, que nunca dejaría que nadie me arrebatara nada.

Nos mudamos a la costa, solía pasear por la orilla del mar, dejando que mis pies se hundieran en la arena a cada paso que daba, me gustaba sentarme y mirar las olas, el ritmo constante de la marea. Para entonces yo debía tener como doce años, empecé a hacer surf, no me gustaba cabalgar aquellas olas tan grandes, me gustaba remar lejos, donde nadie pudiera encontrarme, me sentaba en la tabla y flotaba, acariciaba con los pies los escurridizos peces que nadaban alrededor mío. Una vez vi a alguien observándome desde la orilla, recuerdo un vestido azul y el pelo rubio y largo como el de las princesas que salían en mis cuentos, me miraba detenidamente, yo la miraba a ella. Pasaron los días y me la volví a encontrar, había una fiesta en la playa, un fuego enorme ardía en el centro, sonaba música, ella me cogió de la mano, yo no me había dado cuenta de que estaba detrás de mí, me llevó a la orilla y empezó a hablar, era la primera vez que oía una voz que no fuera la de mi madre desde hacía bastante tiempo, habló sobre su colegio, y sus amigos, entonces me di cuenta de que yo estaba en el mismo que ella, sólo que yo no tenía ningún amigo porque no hablaba con nadie. Desde entonces pasábamos mucho tiempo juntos, se llamaba Amanda, por las noches me escapaba de casa y me iba con ella a la playa, andábamos, conversábamos, nos sentábamos en la arena… ella me preguntaba lo mismo todos los días.

-       Cristopher, ¿me quieres?

-       Pues claro que te quiero Amanda – Contestaba yo

-       ¿Y siempre me querrás?

-       Siempre te querré

-       ¿Lo juras?

-       Lo juro.

Dejé el surf y empecé a tocar la guitarra, componía canciones para ella, y ella las cantaba, éramos el dúo perfecto, un puzzle, una pieza siempre necesitaba a la otra.

Días mas tarde recibi una carta suya:

He sentido cosas más grandes que el cielo y más profundas que un océano, espero que no termine nunca, porque solo tú me llenas tanto. Amanda.

GoodbyeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora