CAPÍTULO I

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Cuatro velas brillantes, cada una encerrada dentro de un cilindro de cristal, sobre pedestales iluminados cuya luz se visualiza como el color del oro, distanciadas y alineadas tan perfectamente que dan paso a un cofre; un cofre armónico con la frescura de un roble en plena llovizna, resguardando con firmeza a un cuerpo sin alma, en una sala majestuosa que en algún tiempo atrás dio paso a la soledad enriquecida de un hombre junto a sus triunfos pasajeros. 

Estoy aquí sentado junto a mi padre, el distinguido Sr. Emmanuel Ross; y a varias personas que conozco solo por sus rostros mas no por sus nombres. Todos sentados, algunos con sus cabezas sobre el hombro de sus personas mas cercanas; parece increíble pero, el silencio en esta sala refleja un vacío tan denso que desprecia a todos, como si no hubiera nada ni nadie. 

Regreso a ver a mi padre y el me devuelve la mirada con una sonrisa en sus labios, me siento seguro a su lado. Los trajes de las personas cuyo color negro es iluminado por aquella luz de las velas que se apodera de la sala, dejan caer sobre el suelo de cerámica rustica, una pequeña y desgastada sombra que une a cada persona en esta habitación.

De repente siento que mis pulmones se agrandan e involuntariamente llevo mi puño sobre mi boca, dejando escapar un sonido grave de mi garganta; desperté las miradas de la mayoría de los presentes, avergonzado desvío mi mirada, dando paso a conversaciones y murmullos. Al parecer toser dio algo de vida a este lugar, se que muy en el fondo todos están agradecidos conmigo. 

Varias personas progresivamente se levantaban de sus asientos a saludar y  dialogar con otras. Me adapte rápido al ambiente pero al volver mi mirada hacia los demás, me di cuenta de la soledad y tristeza que había en Ella, a pesar de estar rodeada de personas que supongo es su familia; Ella reflejaba su inexistente mente en el lugar. Sin embargo, su belleza era única, su cabello castaño ondulaba colgante hasta su fino cuello, su piel que a la distancia parecía tan delicada  por su tono blanquecino sobresalía desde su vestido negro que llegaba a sus rodillas, estaba acompañada de un brazalete muy peculiar de cristales azules y cafés, que cuando entrelazó sus brazos figuraba un dragón con una diminuta perla roja como su ojo. Un dragón que parecía que descansaba vigilante sobre su muñeca. Me quede mirándola con tanta  fijación, que reaccioné con la palmadita sobre mi espalda brindada por las manos fuertes y toscas de mi padre.

-Auch!!- se me escapó decir, mientras con una mirada burlona mi padre me sonreía. Sus ojos cafés hicieron que le devolviera un sonrisa, cuando disimuladamente con su mentón señalaba a la chica del brazalete.

Regresé a verla, y me encontré con unos ojos azules opacos por la tristeza de su mirada, sin embargo no dejaba de sorprenderme por su belleza; su delicado rostro encajaba en su cuerpo delgado, que reflejaba sutilmente su perfecta figura. Nuestras miradas se encontraron y volví a desviar mis ojos tímidamente. Al sentirme seguro volví a mirarla, pero ya no pude encontrarla dentro de la sala. 

-su vida y su muerte siempre sera un misterio....Hey! ...Estoy hablando contigo Sebas!..

-Que?...Ha..si!...fue un hombre muy bueno.-Fue lo primero que se me ocurrió responder a mi padre, al final todos son buenas personas cuando mueren.

-Su labor en esta ciudad siempre sera recordada.-dijo mi padre, dando unos pasos al frente alejándose de mi y dando su sentido pésame a la familia Gresth. Me quede en blanco por unos segundos, pues sentí una conexión con aquella chica, por lo que deseaba poderla encontrar.

-Sebastián!!...acércate..!!...Si es mi hijo.- contesta mi padre, con una sonrisa nerviosa como pidiendo disculpas.

A mis 19 años eh sido muy despistado con las cosas que me rodean, me gusta mi cabello marrón alborotado, ¿a quien le gusta peinarse? Además me agrada como se adapta a las situaciones, nunca luce mal es como si tuviera vida propia. Hoy traje los zapatos de cuero cafés, mi madre la Sra. Ross, siempre dice que debo de combinar mi ropa con algo, hoy asistí con mi padre a un funeral, solo llevo puesto un traje negro; y pensé que mis zapatos combinaban con mis ojos. ¡Bien pensado Sebas!. Aunque debo de broncear mi piel pálida un poco.

BAJO LAS SOMBRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora