Nuestros cuerpos estaban tumbados en una toalla bajo un árbol, mientras nuestras almas andaban surcando océanos.
Silencio.
Sólo había eso.
—Marcos, te vamos a dar tu regalo —dijo Diana girando su cabeza para mirarme.
—Es algo que quieres desde hace mucho y nosotros lo sabemos —giré la cabeza esta vez para el otro lado, del lado de Daniel.
Los hermanos elevaron un poco las cabezas para poder verse la cara entre ellos y, tras una mirada cómplice, se volvieron a tumbar.
—¿Estás listo, Marcos? —cuestionó Daniel.
—No.
Su sonrisa. Su sonrisa lo era todo.
Se empezó a acercar lentamente sin separar ni un instante su mirada de la mía, aquellos ojos llegaron hasta lo más profundo de mí, me quitaron el miedo e hicieron que olvidara todo a mi alrededor. Pero aquello fue culminado con un beso suyo.
Pasaron minutos en lo que parecieron segundos.
—Ese es tu primer regalo. El segundo es éste.
Diana me colocó en la mano un pitillo. Pero no era un pitillo normal, este era verde y estaba hecho a mano.
—Se llama marihuana, —siguió hablando Diana— ya verás qué bien sabe.
Me lo coloqué entre los labios y lo encendí con el mechero.
Después de eso, todo eran risas, besos y tonterías.
Fue el mejor cumpleaños de mi vida.