Según contaba la tradición, los primeros habitantes de Roma eran todo hombres. Para encontrar una solución, Rómulo organizó una fiesta con pruebas deportivas en honor al dios Neptuno e a la que invitó a la población vecina, entre los que se encontraba la de Sabina. Los sabinos, especialmente voluntariosos, acudieron en masa con sus mujeres e hijos y precedidos por su soberano. Comenzó el espectáculo y el rey romano aprovechó la ocasión: con una señal cada romano raptó a una mujer, hecho conocido como el rapto de las sabinas, y después echaron a los hombres de sus terrenos.
Los romanos intentaron aplacarlas convenciéndolas de que sólo lo hicieron porque querían que fuesen sus esposas, y que ellas no podían menos que sentirse extremadamente orgullosas de pasar a formar parte de un pueblo que había sido elegido por los dioses. Las sabinas pusieron un requisito a la hora de contraer matrimonio: en el hogar, ellas sólo se ocuparían del telar, sin verse obligadas a realizar otros trabajos domésticos y se erigirían como las que gobernarían la casa. Años más tarde, los sabinos, enfadados por el doble ultraje de traición y el rapto de sus mujeres atacaron a los romanos, a los que fueron acorralando en el Capitolio.
Para lograr penetran en la zona, contaron con la romana Tarpeya, quien les flanqueó la entrada a cambo de "aquello que llevasen en los brazos", refiriéndose a los brazaletes. Viendo con desprecio la traición de la romana a su propio pueblo, aceptaron pero, en lugar de darle joyas la mataron aplastándola con sus pesados escudos. El espacio donde, según la leyenda, tuvo lugar el asesinato, recibió el nombre de Roca Tarpeya desde la que se arrojaba a los convictos de traición. Cuando se iban a enfrentar en lo que parecía ser la batalla final, las sabinas se interpusieron entre ambos ejércitos combatientes para que dejasen de matarse porque, razonaron.
Los hombres de la ciudad a la que Rómulo había ofendido y atacado decidieron rescatarlas bajo el mando del rey Tito Tacio, provocando en las sabinas un gran dilema: si morían los sabinos, morían sus padres y hermanos; pero si morían los romanos, morían sus maridos e hijos. Las sabinas lograron hacerlos entrar en razón y, finalmente, se celebró un banquete para festejar la reconciliación. Finalmente, Rómulo pactó con el rey sabino Tito Tacio una diarquía hasta la muerte de éste último.