Capítulo 1

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En Creda, el bullicio del nuevo día empezaba a escucharse.

Los niños se arreglaban con alegría para una nueva jornada en las escuelas, los jóvenes adolescentes renegaban somnolientos a sus padres por haberles despertado después de una noche de desvelo. En la ciudad, los comerciantes se preparaban para el inicio del verano y la inminente llegada de turistas de todas partes del país. El sol iluminaba los techos de los hogares y el bullicio matutino llenaba de vida las calles, aquel parecía ser un buen día para todos los habitantes, a excepción de uno.

A las afueras de la ciudad, perdiéndose en las profundidades de un fastuoso bosque, las cristalinas aguas del río cercano a Creda recibían con los brazos abiertos un nuevo cadáver.

Para los ciudadanos no era extraño que algún incauto encabezara las noticias matutinas por su peculiar forma de morir. Después de veinte años, la mayoría de la población de aquella ciudad se había acostumbrado ya a que, ocasionalmente, los Sambeel creyeran oportuno alimentar a las criaturas del río con la carne de algún pobre desgraciado que terminó en su lista de trabajos pendientes.

Cada uno de los asesinos Sambeel, o Kipta como se hacían llamar en los bajos mundos, tenía su marca distintiva a la hora de realizar su labor y, esa mañana, cuando la policía dio a conocer los detalles del fallecimiento de aquel viejo pescador encontrado en los límites del bosque; las miradas se dirigieron a un solo hombre con brillantes gemas verdosas en lugar de ojos y rizos rebeldes adornando su melena.

Harry se encontraba en una pequeña cafetería en el centro de Creda, haciendo fila para ordenar su pedido como cualquier otro residente de la localidad, irritado, con la mandíbula apretada y una filosa mirada molesta vagando por el lugar. La rabia emanaba de su cuerpo de tal forma y con tanta fuerza, que el adolescente a sus espaldas respiraba con lentitud y sigilo, casi obligando a sus pulmones a frenar momentáneamente su proceso respiratorio, rogando el pasar inadvertido ante los furiosos orbes de aquel hombre y no provocar uno de sus ya conocidos brotes de furia.

—Deja de mirarme y dame el maldito café de una buena vez —demandó Harry con evidente molestia.

La cajera dio un respingo ante aquella profunda voz, sin darse cuenta, se había perdido completamente en el atractivo del furioso cliente delante.

Era algo común para los habitantes de Creda, después de todo, cada uno de los rasgos de Harry parecía haber sido esculpido a mano por los mismos Dioses.

Desde esa marcada mandíbula que solía mantener rígida y llena de tensión la mayor parte del tiempo, hasta el cuerpo tonificado y con la musculatura adecuada para marcarse debajo de la blanca camisa que portaba aquella mañana. Una de las cosas que más resaltaba en aquel rostro de pómulos delineados y suaves labios rosáceos, era sin duda alguna el resplandeciente y profundo color verdoso de su mirada, a veces volviéndose más intenso y otras tantas apagándose como si la vida le fuese absorbida de pronto; tan único e hipnotizante, semejante a las tonalidades de las gemas más preciosas que las montañas alrededor de Creda mantenían ocultas en su centro.

Demasiado preciadas para llegar a ser ultrajadas por las manos de los hombres.

Los mechones de cabello castaño escapaban de su improvisado amarre en la nuca, rizos rebeldes cayendo a los costados de su frente. Y, lo que más llamaba la atención de ese hombre, era la profunda cicatriz ubicada en su mejilla derecha; profanando la nívea piel y otorgándole a su propietario un aspecto oscuro y sombrío.

Para algunos, aquella vieja marca era causante de suspiros y murmullos curiosos. Para otros, era la única prueba de que un hombre como Harry Styles también podía llegar a ser herido.

Con miedo, la veinteañera le tendió su pedido y susurró un; invita la casa, antes de apartar su visión por completo. Para Harry aquellas reacciones no eran más que un entretenimiento personal, la forma en que las personas a su alrededor se llenaban de nerviosismo e inseguridad al toparse con su presencia, el cómo solían actuar frente a él, casi podía sentir el terror irradiando de esas pobres almas horrorizadas.

AKTABA (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora