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Capítulo 3: Tu reflejo.

Matthew.

Han pasado trece días desde que llegué a Londres y estoy viviendo en este lugar. Mike es parecido a mí, en tanto a sus locuras y sus ideas tan... infantiles, por así decirlo. Jules es un poco más madura, aunque eso no le quita sus momentos infantiles y su gran imaginación. Son totalmente diferentes, pero se aman igual. A veces no puedo evitar quedarme viéndolos e imaginarme miles de cosas con Sam.

Cuatro días después de aquella noche que ordené la pizza, pedí otra, una solamente para mí. Los tortolitos salieron y me dejaron solo y aburrido. Una idea fugaz cruzó por mi mente, llame pero esta vez no contestó la chica con la voz de Sam. Algo en mí se hizo añicos, una sola idea se hizo clara en mi mente. La ilusión y esperanza tan grande que tengo, me hizo imaginar su voz. Mis sentidos se adormecieron y permitieron que la locura me dominara por completo. Es la única forma coherente de pensar lo ocurrido.

Nada de lo que dices es coherente.

Yo no soy una persona coherente.

Niego con la cabeza, debo asimilar lo que está pasando.

Un día me dijeron que no deje ir algo que verdaderamente amo. Pero ¿qué pasa si ese algo no quiere permanecer a mi lado? Y ¿cómo dejar ir algo que ni siquiera me pertenece?

Termino de atar los cordones de mis vans y salgo de aquel departamento que se pasa la mayor parte del tiempo vacío. Apenas ayer conseguí trabajo en una librería que también es una tienda de discos, raro pero genial.

―Hey, Wen. ―saludo a quien será mi compañera. Se sonroja levemente apenas me ve.

―H-hola, Matt. ―saluda de vuelta. Le sonrío por la ternura que me da su gesto. Voltea rápidamente y trata de cubrir sus mejillas.

―Wen, ¿me muestras un poco el área? Ignorare el hecho de que pareces un tomate. Ha de ser el calor. ―la molesto un poco.

―Pff, por supuesto. El c-calor me tiene así. ―concuerda nerviosa.

―¿Por qué los nervios? ―pregunto tratando de sonar sutil.

―Será bobo, pero no acostumbro a hablar con chicos. Soy algo tímida. ―responde encogiéndose de hombros.

―Pero ahora seré tu compañero de trabajo, la timidez deberá irse sí o sí. Además, podemos ser amigos también. ―sugiero con una sonrisa.

―¿Sí? ―pregunta extrañada.

―Por supuesto. ―afirmo.

―Ven, te mostraré el lugar y jugamos a las preguntas. ―propone de una manera más casual.

―Eso está mejor.

Caminamos de un lugar a otro, ella me va explicando cosas sencillas como dónde colocar los discos, preguntas casuales de los clientes, cómo se ordenan los libros y así, es una chica muy agradable y poco a poco comienza a tomarme confianza.

―¡Claro que no! ―chillo entre risas.

―Ya te imaginé, todo patético con arena hasta en el cerebro. ―se carcajea.

Entre preguntas y preguntas, surgió la típica pregunta sobre alguna vergüenza pública. La mía fue aquella vez que fui a la playa, una ola tan grande me atrapó y me hizo dar vueltas y vueltas hasta llegar a la orilla, sin calzones y arena hasta en la nariz.

―Nada se compara a aquel vómito verbal. ―me burlo.

―No fue tan grave. ―asegura.

―Claro, porque ir a hablarle al chico que te gusta en una fiesta y vomitarle los zapatos no es gran cosa, nada que ver. O sea, hello. ―chasqueo mis dedos y hago pose de divo.

Perfecta Imperfección [MLDLP2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora