Día 1

747 74 10
                                    

DANI

Voy a matar a mi hermano. En cuanto le vea, voy a arrancarle esa preciosa cabeza de chorlito que tiene. No sé cómo consiguió convencerme para dejarle el coche. Nunca le dejo nada por este motivo, todo lo que toca lo rompe. Pero quería fardar delante de la que, según él, será su futura mujer. A lo mejor fue esa cara de tonto enamorado o lo pesado que se puede poner cuando quiere algo. Da igual, porque el caso es que se lo dejé y ahora estoy a las ocho de la mañana muriéndome de frío delante de la parada del autobús. El muy cobarde ni siquiera fue capaz de llamarme para decírmelo, fue mi padre el que me llamó ayer por la noche para avisarme de que el coche no arrancaba. Maldigo mientras introduzco mis manos en los bolsillos del abrigo para que entren en calor. "Encima hace un frío de mil demonios" pienso al ver cómo se forma una nube de vaho con mi respiración. Dejo de insultar a mi hermano cuando veo que se acerca el autobús para ponerme en la fila improvisada que se ha formado.

Cuando entro en el autobús tardo un rato en adaptarme al olor rancio que inunda todo el vehículo. Intentando no pensar mucho en ello voy hasta el fondo del autobús. "Por lo menos aquí dentro hace calor" pienso a la par que me quito el abrigo para sentarme al lado de una joven envuelta en un abrigo enorme.

—Genial —mascullo en voz baja cuando me doy cuenta de que los asientos son tan estrechos que apenas me entran las piernas. La joven me mira de refilón, pero enseguida se vuelve a ensimismar mientras se calienta las manos con el aliento de su boca. Me estoy clavando el asiento delantero en las rodillas y todavía me queda media hora en esta posición. Después de soportar un par de frenazos que me hacen ver las estrellas decido abrir más las piernas invadiendo el espacio de mi compañera. Nuestras piernas quedan pegadas. Definitivamente voy a matar a Sergio cuando le vea.

CLARA

"Tengo que comprarme un coche" pienso cuando me vuelve a dar un ataque de tiritona haciendo que me encoja más en mi asiento. Ha dado igual que me pusiera cinco capas de ropa, después de quince minutos esperando a la intemperie, el frío ha penetrado hasta quedarse instalado dentro de mi cuerpo. Intentó calentarme las manos con el vaho de mi respiración cuando el chico que se ha sentado al lado mío murmura algo. Parece enfadado. No le presto mucha atención, aunque sí agradezco el calor que transmite su cuerpo junto al mío. Mi cabeza sigue vagando sobre el coche que me tengo que comprar. Bueno, lo primero es cambiar de trabajo. No puedo seguir de prácticas ganando trescientos euros al mes si quiero comprarme un coche. O si quiero dejar de compartir piso con mi hermano... Espero que no se haya enfadado por cogerle el abrigo. Cuando he visto el tiempo no lo he dudado, pero ahora no sé si he hecho bien. Le sienta bastante mal que le coja sus cosas sin permiso. Aunque es posible que si me encargo de la cena de esta noche no se enfade. ¿Quedan patatas en casa o las terminamos ayer?

Mi cabeza sigue divagando mientras, poco a poco, se me va pasando el frío. El chico de al lado es bastante ancho y me tiene totalmente apretujada contra la ventana. Lo bueno es que ya no tengo frío. Lo malo es que desprende mucho calor. Sí, desprende demasiado calor. Observo a mi alrededor y me doy cuenta de que el autobús se ha llenado. Lo que antes me parecía el calor reconfortante de la gente ahora me está agobiando. Bajo mis cinco capas de ropa empiezo a sentir un calor insoportable y, lo que es peor, estoy comenzando a sudar. Apenas me puedo mover, pero aun así me remuevo para desabrocharme el abrigo sin llegar a quitármelo. Cuando consigo abrirlo se me escapa un suspiro de alivio. Sin embargo no es suficiente, siento cómo la camiseta térmica empieza a humedecerse. Tengo que conseguir quitarme un par de prendas más si no quiero llegar sudada al trabajo. Bastante malo es ser la becaria con veintiocho años para ser la becaria con veintiocho años que huele a sudor. Me vuelvo a remover en mi sitio intentando librarme del espeso abrigo. Esta mañana cuando me puse las cinco capas de ropa me pareció una idea maravillosa, ahora que me impiden moverme y me están cociendo como si fuera una langosta en una olla, no me lo parece tanto. En un par de ocasiones golpeo con el codo a mi compañero. "Esto no va nada bien" pienso agobiada. El esfuerzo que estoy haciendo para quitarme el abrigo me está haciendo sudar más aún, aunque es posible que también tenga algo que ver hacerlo bajo la atenta mirada del chico. No sé qué me lo está haciendo pasar peor, si el abrigo que se ha enganchado con el asiento impidiéndome sacar el brazo o la cara de mi compañero que me mira como si fuera un extraterrestre. En un ataque de frustración tiro más fuerte de mi brazo haciendo que salga propulsado y golpeé con fuerza contra algo duro. En el momento oigo una maldición. Cuando levanto la cabeza me doy cuenta que el muchacho se sujeta la nariz y me lanza una mirada asesina.

—Lo... lo siento —murmuro avergonzada al darme cuenta que mi mano ha chocado con su nariz—. Lo siento mucho. ¿Estás bien?

—Sí —dice mientras comprueba con un pañuelo que no le sangra la nariz. Me siento fatal. Estoy a punto de decirle algo más cuando su teléfono empieza a sonar. El resto del viaje lo pasa hablando por teléfono. Por miedo a volverle a golpear no me quito ninguna prenda más aunque sigo sudando.

Historias del Autobús: LacasitosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora