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Kenma sobrevivía a la ciudad. Y de la ciudad. Los mismos que le miraban con desprecio y vergüenza al verlo en las calles eran los mismos que lo alimentaban. Así que Kenma podía vivir tranquilo a pesar de las miradas.

"¿Por qué el mundo es tan grande y tan vacío?" Se preguntaba diariamente.

"¿Por qué hay tanta gente y no se siente a ninguna?" Su corta edad no era excusa para tener pensamientos de personas mayores. Sentía que crecía con cada día que pasaba, aprendía a cuidarse solo sin necesidad de una madre que lo regañara cada vez que tomaba algo que no era suyo; como las madres que llevaban a sus hijos al parque donde dormía. Ellas les decían a sus hijos que no hicieran muchas cosas, pero Kenma era invisible para cada una de ellas. Tal vez era un superpoder o algo por el estilo y solo pocas personas podían verlo realmente. Ninguna de esas madres era la suya... no podían serlo porque ellas ya estaban ocupadas, pero las escuchaba cuando regañaban a sus hijos por hacer algo peligroso y Kenma evitaba hacerlo como si se lo dijeran a él también.

Solo, en un mundo tan lleno.

No comía todos los días, pero intentaba beber algo de agua cada que podía. El agua de lluvia era su favorita, estaba fría y sabía muy bien. Cada vez que llovía procuraba conseguir algún objeto para llenarlo de agua y mantenerla para los días que seguían. También le gustaba la lluvia porque podía subirse a la fuente del parque sin que nadie lo regañara pues todos salían corriendo a cubrirse cuando eso ocurría, y así poder limpiar la suciedad de su cuerpo. Su única playera tenía agujeros y estaba rota, así que trataba de limpiarla con cuidado para no romperla.

Se hacía más alto y su cabello crecía a medida de que los días pasaban, pero aun no podía leer. No tenía uno de esos lápices para escribir letras que no conocía. Pero a Kenma le gustaba mirar el cielo cuando era de noche, le gustaba el brillo de las estrellas y le gustaba contarlas hasta quedarse dormido.

Cierto día en el parque, cuando recién se apuraba en levantarse de su banca para que las madres no lo miraran feo cuando llevaran a sus hijos a jugar, sus ojos ámbar se percataron de un nuevo niño. Que a diferencia de todos los que llegaban, él lo miraba fijamente y con una pequeña sonrisita en su rostro. Sonrisa que puso de nervios al menor.

Se sentó en la banca y juntó sus manos sobre su regazo antes de removerse incómodo, desviando su mirada hacia el suelo, esperando que el niño se fuera.

Pero no fue así.

―¡Hola!

Su voz sonaba fuerte, llena de energía y... demasiado cercana.

Al mirarlo de nuevo, Kenma dio un respingo pues el chico estaba a menos de tres metros de él. Hasta entonces pudo darse cuenta de su aspecto: Su cabello oscuro completamente desordenado, su playera roja tenía algunas manchas de comida en la parte del cuello y en el borde de su manga derecha tenía un pequeño agujero, además de que sus pantalones cortos tenían bastantes raspones y tenían colores diferentes al de la tela original.

―¿Qué pasa? ¿No hablas? ―Insistió el chico subiendo sus manos a su cadera.

Kenma volvió a removerse.

―...No realmente― Contestó con voz débil a lo que el chico nuevo le regaló una sonrisa más amplia. Una sonrisa bastante dulce.

―Entonces, ¿eres un niño perdido?

Kenma volvió a ver al niño que le hablaba y suspiró.

Pensó que era una molestia que el chico se detuviera a hablarle. No podía evitar sentirse un poco feliz, pero era más sencillo que lo ignorara. Como lo hacían todos.

Neverland [Kuroken]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora