-¡Piedro Garcia!
Fue ese momento, fue mi momento de gloria, la primera vez que escuchaba mi nombre en esa enorme y lujosa sala. Rodeado de los «Mozarts» de los fogones de todo el mundo, curiosamente, gané yo. Había ganado el premio al mejor cocinero del mundo. Sin darme cuenta tenía a mi hija Abigail en las piernas, dándome un fuerte abrazo y, por otro lado estaba Santi, mi marido. Me besó, sabía que él estaba muy orgulloso de mí. Sin pensarlo dos veces, mis piernas se levantaron solas. Me ajuste la pajarita y me abroché un botón del smoking, de forma muy elegante. A mi alrededor sólo había personas aplaudiendo, muy alegremente. Con mucha emoción, empecé a caminar hacia ese oscuro pero iluminado escenario y, subiendo las escaleras muy lentamente, hice un pequeño gesto con el ojo a la presentadora. Rápidamente me fui hacia el alto y transparente atril. Me detuve por unos momentos, puse la espalda recta y, con los pies alineados, alcé la mirada, pero no muy arriba para evitar que me dieran los millones de focos que me estaban apuntando. Ajusté el micrófono a la distancia justa, y todo el mundo dejó de aplaudir para escucharme atentamente. Abrí la boca ligeramente y empecé a hablar. En ese discurso de un minuto y medio salieron muchas cosas bonitas, que jamás pensé que diría; agradecí a toda la gente que había hecho esto posible. Lentamente me aparté del atril y, guiñándole el ojo otra vez a la presentadora, bajé las escaleras y me fui a reunir con mi hermosa familia otra vez. Abi saltó a mis brazos nuevamente y me dio un gran beso. Santi hizo lo mismo. Pero, como decía un gran amigo mío ya hace mucho tiempo, una historia no se puede contar hasta que no se sabe el pasado de esta. Pues aquí está la historia de cómo un niño pequeño e inmaduro se convirtió en el mejor cocinero del mundo.Corría el año 1990. Una lluviosa y oscura tarde, en un pequeño hospital de un pueblo llamado Pizzoli, nacía a 13 de junio el niño más feo de toda Italia. Mi mamá siempre me contaba que era horrendo, lleno de pelos por todas partes, un verdadero monstruo. De padre italiano, procedente de Florencia, un hombre normal, con sus 28 años, con unas entradas enormes y una barriga cervecera que no podía con ella. Madre no tan normal, 26 años, de Galicia, España. Muy religiosa, y esta no tenía entradas cuando nací yo, pero sí que era un poco especial: coleccionaba coches de guerra en miniatura, pero esa historia es para otro día. Continuemos.
Crecí siendo un niño muy normal. Tenía muy poca estatura para mi edad, pero eso sí, era toda una bola de queso, el niño más gordo de Pizzoli y sus afueras, pero eso fue cambiando con el tiempo. Vivimos siempre en una pequeña casa rústica, con tres plantas,
heredada de generación en generación. La casa debía de tener sus doscientos años, porque mi tatarabuelo ya vivió ahí. Era muy grande para sólo nosotros tres, por eso, un uno de julio de 1994, mis padres me regalaron a la mujer que más amo en esta vida, mi hermana Ana. Yo con solo cuatro años tenía que afrontar la gran responsabilidad de ser el hermano mayor. Ella no era tan fea como yo cuando nació, pero eso sí, era la más traviesa de todo el pueblo. Me acuerdo de una vez... Yo debía de tener mis diez años recién cumplidos y ella estaba a punto de cumplir los seis, ya se había acabado el colegio para mí y habían llegado las vacaciones de verano. Ana y yo, salimos de casa y fuimos a dar una vuelta por el pueblo. La gente caminaba con sus parejas, paseaba a los perros y todo era perfecto, pero para mí no. Ana se me había escapado, en un momento se esfumó sin dejar rastro. Yo, muy preocupado, empecé a llorar y a buscarla por todas partes, y en un momento escuché un grito. Sólo podía ser ella. Empecé a correr en dirección a ese extraño pero curioso grito, y ahí la encontré, robando unos bocadillos a la pastelera del pueblo, pobre mujer.Con la llegada del 2002, en mi pequeña familia se cumplió el típico refrán de cuando llegaba otro año: "Año nuevo, vida nueva". Así fue, mamá y papá no estaban bien económicamente. Ella se había quedado sin empleo y con un solo empleo no daba para vivir. Así que un 28 de febrero de 2002 decidimos abandonar nuestra rústica y fría casa. Y como se entenderá, todos los de la familia tuvimos que recoger todas nuestras pertenencias e irnos a vivir al país natal de mamá, España, país de los toros y de las flamencas. Entonces yo no hablaba español, sólo italiano, pero mamá me había enseñado un poquito antes de irnos. Vivimos hasta 2004 en Galicia, la peor experiencia de mi vida, fue horroroso. La gente ahí hablaba un idioma muy raro. Mamá me contó que era gallego, pero no tenía ni pies ni cabeza, era muy raro. Pero eso sí, ahí conocí al que hoy en día es mi novio, Santi. Él fue el que me acogió un poquito al llegar ahí, pero a los 6 meses se fue a vivir a la capital de España, Madrid. La verdad es que me dio mucha rabia, por esa época yo no estaba enamorado de él, pero eso sí, era mi mejor amigo. Así que después de suplicarle durante dos años a mi madre que nos fuéramos de esa tierra llena de vacas y de lluvia, yo con 14 años, nos fuimos a vivir a la gran capital, la misma a la que Santi se había ido, y ahí pase los mejores momentos de mi vida.
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Cucina
RandomHistoria de cómo un niño inmaduro e inocente se convirtió en uno de los chefs de cocina mejores del mundo