Kyungsoo tiene un libro de recortes con caras y fechas. Un collage de polaroids con frases cortas escritas debajo. Este es Zitao, el nuevo camarero chino que hace el turno de los miércoles por la noche (6 de junio de 2008); este es Yifan, un modelo que pide Rhapsody in Blue con un whisky seco todos los domingos (19 de diciembre de 2009); Baekhyun, se mudó (4 de marzo de 2010).
Es una sinopsis de Do Kyungsoo: vecinos, conocidos, viejos amigos, nuevos desconocidos, todos presentados con precisión militar.
Hacia el final hay una instantánea de una figura encorvada, apoyada en un muro de ladrillos, con una rodilla doblada y aguantando todo el peso de su cuerpo sobre la otra. Sostiene perezosamente un cigarro entre unos dedos largos y delgados, un gris monocromático flota junto a su semblante. El humo blanco sale girando de las comisuras de sus labios, difuminándose entre el pelo y la llovizna, y da una extraña sensación de soledad.
Bajo la fotografía hay dos palabras garabateadas. Vecino, fumando.
La fecha del periódico es el 12 de julio de 2012. Pero dejando aparte el hecho de que Kyungsoo juraría que ayer fue 24 de noviembre de 2008, su camiseta ocupa más de un cuarto de la foto de la portada. Su camiseta favorita. La que le habían regalado al nombrarle empleado de la semana, con un logo de Pororo torcido, cosido a mano; mostrándose en su magnificada gloria en la noticia de primera página.
Ojeando rápidamente los titulares de «caos masivo en el centro de Seúl causado por una lluvia de dinero», Kyungsoo vuelve a centrarse en la fotografía. Es su camiseta con toda seguridad, la misma que lleva puesta ahora mismo y con la que se ha despertado en su cama hace veinte minutos, de hecho. Para ser más exactos, es la misma camiseta que no recuerda haber llevado a ningún ático carísimo, donde parecía que se había tomado la fotografía.
Según el artículo,«el aclamado novelista Kim Jongin acaba de quedar en libertad bajo fianza por alteración del orden público, tras causar literalmente una tormenta de billetes de cien mil wons desde la ventana de su ático en Seúl, junto a un cómplice cuyo nombre se desconoce. Con lo que han llamado 'confeti de millones de wons', ha causado el atasco más grande de la historia de Seúl, que ha bloqueado completamente las calles en un radio de dos kilómetros cuando los residentes se han apresurado a salir a recoger el dinero».
Pero según dice Kyungsoo mientras le pone a Minseok el periódico bajo las narices:
-A la prensa nacional cada vez se le ocurren bromas más elaboradas... ¿pero de dónde han sacado mi camiseta?
Minseok frunce el ceño mirando el artículo, y lo frunce aún más al mirar a Kyungsoo, y entonces vuelve la mirada a la otra punta del bar. Kyungsoo está demasiado ocupado mirando el artículo y asegurándose de que es su camiseta la que sale como para darse cuenta de la mirada de Minseok, o de que hay alguien excepcionalmente bien vestido sentado al final de dicha mirada. Alguien que intenta esconder cómo sus labios se retuercen en una sonrisa divertida tras un vaso de whisky.
Se conocen por primera vez, según Kyungsoo, en el ascensor de su edificio. Es viernes, a primera hora de la mañana de un 13 de julio, una hora en la que el mundo consiste en farolas inseguras, gritos de borrachos y ocasionales golpes de risa. A esa hora, sólo están ellos dos y un silencio sepulcral.
Acaba de volver del bar, y Kyungsoo intenta luchar contra el cóctel de humo metálico y el fuerte olor a alcohol que hay en su pelo. Las últimas notas del saxofón anidan sobre sus dedos y el ritmo del cinquillo permanece bajo su piel, pero ninguna de esas dos cosas consigue llenar el abismo que hay entre él y el desconocido.
El desconocido, que sostiene un cigarro apagado entre los dientes, se gira primero. La luz poco favorecedora del ascensor envuelve su piel con un tono cetrino y un pesado velo de letargo. Kyungsoo se pregunta, con el ritmo del cinquillo martilleando en sus venas, si la piel del hombre será tan de plástico como parece.
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Anterograde tomorrow
FanfictionKyungsoo está atrapado en las horas mientras que Jongin ruega a los segundos, porque el tiempo se detiene para los que no pueden recordar y vuela para los que no pueden perder el último tren.