Se levantó y con sus pequeños piesitos tocó el suelo, caminó lentamente hacia el cuarto de baño, se paró de puntillas para alcanzar el lavamanos, se lavó las manos y se miró al espejo, tenía ojeras.
Bajó a la cocina, su madre estaba ahí, al verlo le sonrió y Siguió trabajando; el menor suspiró, salió y se sentó en el sofá, tomó el gran libro que había estado leyendo desde hace dos días.
Al cabo de una hora sus ojos comenzaron a arder, había leído sin descanso.
Al cabo de unas horas, el sol bajó, la luna salió a la vista de todo Busan, y el padre del pequeño hizo su aparición en la casa.
Se sentó en su silla correspondiente, su madre en una esquina y su padre en la otra, la cena estaba servida y frente al pequeño había una silla vacía.
Al finalizar la cena, sus padres le entregaron una carta al menor, éste la leyó atentamente; sus ojos comenzaron a cristalizarse, los de su madre igual, su padre simplemente volvió la cabeza para no mirarlo llorar.
Esa noche el pequeño niño durmió en brazos de su madre.