Capítulo 6: La invitación.

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—¿Me expli-explicarás ahora que fue lo que pasó?  —demandé, tontamente. Entre las dos decidimos que era mejor venir al apartamento de ella, bueno decidió ella. En todo el camino intenté que al menos me contara algo, pero solo con tanta insistencia terminó diciendo:


"En casa te explico"


Cosa que no me emocionó mucho ya que me estaba muriendo aquí dónde estamos, en su cocina, por un dolor de cabeza. Tome asiento en un taburete en la barra de la cocina y deje descansar mis codos en la encimera junto a mi cabeza en mis manos y cerré mis ojos.


—¿Ivanna?


—¿Mmm?  —respondí, sin moverme de la posición en que estaba. Realmente la cabeza me iba a explotar.



—El que estaba bailando contigo, ya sabes, era Jorge. —me explicó, pude sentir su voz nerviosa a mis espaldas.



Si sí, él bien se encargó de afirmar eso.



—Creo que eso ya lo sé —le solté exasperada suspirando —, cuéntame más —. La ironía cuenta en momentos así.




—La que te tiró al piso fui yo  —Empezó a decir. Di una vuelta girando sobre mi propio eje para mirarla. Ella estaba parada con la expresión un poco avergonzada —, O bueno, caíste al piso tú solita —me miró y yo me crucé de brazos. Vale, caí al piso por el alcohol que bulle pero a paso ahora lento en mi interior. — y como podrías imaginar agarré a guantazos al marranito ese. —me cuchicheó, rodando los ojos.




Yo solté una carcajada. La amaba por eso



—¿Y me dirás cómo es que terminé con ese tipo? —pregunté haciéndome la desentendida




—¡Me extraña araña, que siendo mosca, no me conozcas!  —suena casi incrédula y lleva su mano a su pecho en falsa indignación  —, un tipazo buenisimo que te encantó. —agregó, eso último moviendo sus cejas de arriba abajo, a lo que yo reí. — solo antes de lanzarme a mi ring, él apareció como Ángel y me detuvo a decirme de ti —se encogió de hombros. — solo eso. —termino diciendo



—Haré como que te creo. —musite y no quise preguntar nada más. Ya bastante tenía por una noche.






*
*





Habían pasado varios días desde lo ocurrido esa noche. Hoy era miércoles, el tan llamado ombligo de semana, el mes de febrero estaba más fresco que nunca en las calles, y las ráfagas de viento me hacían estremecer al ir caminando.



Dominic se apareció unas cuantas veces por la Juguetería, lo observé un par de veces por las cámaras desde la oficina de Bertha y otro par a unos cuántos metros. Me ponía de nervios el estar cerca de él.
Pude ver que se movía siempre con tanta paciencia, esa pequeña niña que lo acompañaba era hermosa, pero no había ningún parecido en ellos, a excepción de su caminar. Se mueven juntos muy parecidos.


Hoy me tocaba estar en la caja registradora por unas horas, ya saben atender y atender, contar billetes, saludar y sonreír.



Regla número uno dictada por Bertha. Ella siempre decía que todo empleado debe tener un buen trato con su cliente.


Y lo creo.



Hay mujeres que tienen trabajos cómo el que yo llevo a cabo y es tan temible e indignante la poca ética profesional con la que prestan su servicio al cliente. Sus caras son como que No-me-hables-odio-al-mundo-mundial-no-he-comido-en-dos-días.



Sólo con lecheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora