Este es Ddaeyrnas, un mundo en el que todas las fábulas, mitos y fantasías son algo común. Monstruos, magia, artefactos místicos... Todo lo que se te ocurra y más existe aquí. Cinco continentes y seis océanos conforman este lugar de ensueño, lleno de gente, cultura y tradiciones de lo más variopintas, que me dedico a recorrer. Si algún día veis a un chaval de metro noventa y cinco, delgado, pálido, con el pelo blanco y en media melena, los ojos rojos, y vestido de negro, ése soy yo, Edgar Gaebolg, un tío que... lleva todo el maldito día caminando sin parar y no tiene dinero para permitirse una comida en ningún lado o dormir en una posada.
– Me muero de hambre... ¿Cuánto más vamos a estar andando...?
No, no estaba hablando conmigo mismo. ¿Por quién me tomáis? Me estaba quejando a mi amiga y compañera de viaje, Requiem Valkrouw. ¿Qué queréis, que os diga cómo es? Venga, os lo digo. Requiem comparte el mismo color de piel, pelo y ojos que yo, pero no somos hermanos. Tiene el pelo corto y ondulado, y lleva un vestido morado. Ah sí, siempre lleva encima un colgante con una pequeña piedra morada. Requiem se había dado la vuelta al oír mis protestas, e inclinó el cuerpo para regañarme, porque iba prácticamente arrastrando los nudillos por el suelo de lo cansado que estaba.
– ¿Quieres dejar de quejarte? Todavía queda un rato hasta que lleguemos al siguiente pueblo.
Requiem, pese a su aspecto de muñeca, es demasiado dura. Todo tiene que salir como ella lo ha planeado, o si no no está conforme. A veces se comporta como si estuviese siempre de mal humor, pero en realidad es buena persona, y siempre tiene mucha paciencia conmigo, como ahora, que me había caído al suelo, sin energía para seguir andando.
– Ya no puedo dar ni un paso más... – dije, con la lengua fuera como un perro.
Tras insistir en vano en que me moviera, Requiem me levantó a regañadientes, y me cargó como a un saco. Llegamos a un pequeño pueblo tras apenas cinco kilómetros. Era el típico pueblecito rústico, donde todos se conocían y nunca pasaba nada.
– Estábamos al maldito lado, joder – me recriminó Requiem – ¿No podías haber hecho un pequeño esfuerzo?
– Qué más da, si no tenemos dinero para entrar en una posada. Nos habría dado lo mismo quedarnos a dormir ahí que aquí.
Noté que la gente nos miraba raro. Odio eso, así que me dediqué a lanzar miradas amenazantes, como si fuera un perro furioso.
– ¿Por qué la gente nos mira así? – pregunté, todavía lanzando miradas asesinas – ¿Quieren pelea?
Requiem tenía la vena de la sien a punto de estallar. Sabía perfectamente que la molestaba que dijera lo que pensaba, como ahora, pero no podía evitarlo, es mi forma de ser.
– Vamos a ver. ¿Tú ves normal que esté llevando a un gigante de casi dos metros a hombros? Camina de una vez, que pesas mucho.
Me tiró al suelo, y me pegó una patada que me lanzó de cabeza a una pared, contra la que me estrellé. Me levanté a duras penas, apoyado en la pared, y me llevé una mano a la cabeza.
– Eso duele. ¿Tenías que pegarme?
Requiem no me respondió. Esperó a que me levantara y sujetó la piedra de su colgante.
– Más te vale darte prisa y mover el culo, o me voy. Se está haciendo de noche, y ya sabes qué pasa si te alejas mucho.
Suspiré. No voy a explicar ahora por qué había dicho eso, pero tenía que ver con el colgante.
– Siempre con lo mismo... Esto no pasaría si tuviéramos una más de esas.
– ¿Y qué ibas a hacer? Conociéndote, seguro que la perderías. Si es que no puedes vivir sin mí.
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Red Sword, Purple Gun
Teen FictionRelato sobre dos vampiros que inician una aventura para librarse de la maldición que les hizo cometer algo terrible.