Capítulo 5

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El ataque en el salón de relatos que tuvo lugar dos noches después la pilló completamente desprevenida.
Incluso en los segundos que siguieron inmediatamente después del ataque, Bitterblue no fue consciente de lo que ocurría, y se preguntó por qué Zaf se ponía delante de ella en un gesto protector al tiempo que asía el brazo de un hombre encapuchado, y por qué Teddy se apoyó en Zaf, vacilante y con aspecto de sentirse mal. La pelea fue tan silenciosa y los movimientos tan controlados y feroces que, cuando por fin el encapuchado se dio a la fuga y Zaf susurró «Deja que Teddy se apoye en tu hombro y actúa con normalidad. Solo está borracho», Bitterblue creyó que era cierto y que Teddy había bebido más de la cuenta. Hasta que salieron del salón, sosteniendo el peso de Teddy entre los dos, no comprendió que el problema no era que estuviera ebrio, sino que tenía un cuchillo clavado en el abdomen.
Si Bitterblue hubiera albergado alguna duda sobre si Zaf era marinero o no, el lenguaje del joven mientras llevaban a su amigo —jadeante y con los ojos vidriosos— escalera arriba se la habría despejado. Zaf se agachó para soltar a Teddy en el suelo, se sacó la camisa por la cabeza y la desgarró por la mitad. En un único movimiento que provocó que Teddy —o tal vez fuera ella— gritara, sacó de un tirón la hoja del abdomen de su amigo. A continuación taponó la herida con un trozo de camisa y apretó. Giró la cabeza hacia Bitterblue.
—¿Sabes dónde está el cruce del callejón del Caballo Blanco y la calle del Arco? Era un sitio próximo al castillo, por la muralla este.
—Sí.
—Un curandero llamado Roke vive en el segundo piso del edificio que hay en la
esquina sureste. Ve corriendo a despertarlo y llévalo a la tienda de Teddy.
—¿Dónde está la tienda de Teddy?
—En la calle del Hojalatero, cerca de la fuente. Roke sabe dónde es.
—Pero eso está muy cerca de aquí. Por fuerza tiene que haber un curandero por los
alrededores...
Teddy rebulló y empezó a gemir.
—¡Roke! —gritó—. Tilda... Avisa a Tilda y a Bren...
—Roke es el único sanador del que nos fiamos —le espetó Zaf a Bitterblue—. Deja
de perder tiempo. ¡Ve!
Bitterblue dio media vuelta y corrió por las calles mientras confiaba en que la gracia de Zaf, fuera la que fuese, sirviera de algún modo para mantener con vida a Teddy durante los siguientes treinta minutos, porque sabía el tiempo que iba a tardar en llegar. La mente no dejaba de funcionarle a toda velocidad. ¿Por qué un hombre encapuchado en un salón de relatos atacaba a un escritor y a un ladrón de gárgolas y de cosas que ya habían sido robadas? ¿Qué le había hecho Teddy a alguien para que quisiera herirlo con tanta saña?
Entonces, tras unos minutos de carrera, la pregunta dejó de tener relevancia y empezó a comprender la verdadera gravedad de la situación. Bitterblue conocía los daños de una herida de cuchillo. Katsa le había enseñado cómo infligirlas, y el primo de Katsa, el príncipe Raffin, heredero del trono de Terramedia y farmacólogo, le había explicado los límites de lo que podían hacer los curanderos. La cuchillada había alcanzado a Teddy en la parte baja del abdomen. Podía ser que los pulmones, el hígado, y quizá también el estómago no estuvieran afectados, pero aun así lo más probable es que hubiera alcanzado el intestino, lo cual significaba la muerte incluso con un curandero diestro en cerrar los desgarros, pues el contenido del intestino de Teddy quizás estaría derramándose en la cavidad del abdomen en esos instantes y le produciría una infección —con fiebre, sudores, dolor— de la que muy pocos salían con vida. Si se llegaba a eso, porque también podía morir desangrado.
Bitterblue no había oído hablar del curandero Roke y no estaba en situación de juzgar su habilidad. Pero sí conocía a una sanadora que había conseguido mantener con vida a gente con heridas de cuchillo en el vientre: su propia sanadora, Madlen, una graceling de renombre por sus maravillosas medicinas y sus éxitos quirúrgicos.
Cuando Bitterblue llegó al cruce del callejón de Caballo Blanco y la calle del Arco, siguió corriendo.
La enfermería del castillo se encontraba en la planta baja, al este del patio mayor. Al no saber exactamente dónde, Bitterblue se deslizó como la sombra de una rata por un pasillo y decidió correr un albur al meterle el anillo de Cinérea en la nariz a un miembro de la guardia monmarda que cabeceaba debajo de un farol de pared.
—¡Madlen! —susurró—. ¿Dónde?
Sobresaltado, el hombre se aclaró la garganta y señaló.
—Por ese corredor adelante. Segunda puerta a la izquierda.
Unos segundos después Bitterblue se encontraba en el dormitorio de la sanadora y
la sacudía para despertarla. Madlen abrió los ojos y se puso a rezongar una retahíla de palabras raras e incomprensibles que Bitterblue cortó con brusquedad.
—Madlen, soy yo, la reina. Despierta y vístete. Ropa cómoda para correr, y trae lo que quiera que necesites para curar a un hombre con una cuchillada en el vientre.
La oyó trastear y después surgió una chispa cuando Madlen encendió una vela. Saltó de la cama y lanzó una mirada feroz a Bitterblue con su único ojo de color ámbar, tras lo cual fue tropezando hacia el armario, de donde sacó un par de pantalones. El camisón le llegaba a las rodillas, y la cara le brillaba y la tenía tan descolorida como el camisón. Se puso a echar un montón de frascos y de instrumentos metálicos, afilados y de aspecto horrible en una bolsa.
—¿En qué parte del vientre?
—Abajo, y hacia la derecha, creo. La hoja de cuchillo era larga y ancha.
—¿Qué edad y qué corpulencia tiene ese hombre? ¿Está lejos?
—No sé, diecinueve o veinte años, y es de talla normal, ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco. Se encuentra cerca de los muelles de la plata. ¿Es malo, Madlen?
—Sí, es malo. Lléveme allí, majestad. Ya estoy preparada.
Lo estaba. Quizá no en lo que la corte entendía por esa palabra. No se había
molestado en ponerse el parche que solía llevar sobre la cuenca vacía del ojo, y el pelo blanco lo tenía de punta y lleno de enredos. Pero se había metido los faldones del camisón por dentro del pantalón.
—No debes llamarme «majestad» esta noche —le susurró Bitterblue mientras corrían por los pasillos y entre los arbustos podados del patio mayor—. Soy panadera en las cocinas del castillo y me llamo Chispas. —Madlen emitió un sonido de incredulidad—. Y sobre todo —siguió susurrando Bitterblue—, nunca le dirás a nadie ni una palabra de lo que ha ocurrido esta noche. Te lo ordeno como reina, Madlen. ¿Lo has entendido?
—Perfectamente —respondió la sanadora, que añadió—: Chispas.
Bitterblue hubiera querido dar las gracias a los mares por llevarle a esta feroz y sorprendente graceling a su corte. Pero le parecía que aún era muy pronto para agradecer nada.
Corrieron hacia los muelles de la plata.
En la calle del Hojalatero, cerca de la fuente, Bitterblue se paró, jadeando, y giró sobre sus talones, en círculo, para buscar un sitio que estuviera encendido, al tiempo que entrecerraba los ojos para distinguir los letreros que había en las tiendas. Acababa de distinguir las palabras «Imprenta» y «de Teddren» encima de un umbral oscuro, cuando la puerta se abrió y vio los destellos de oro en las orejas de Zaf.
Tenía las manos y los antebrazos llenos de sangre, el pecho desnudo subía y bajaba, y, cuando Bitterblue dio un tirón a Madlen para llevarla hacia allí, el pánico plasmado en el rostro de Zaf se tornó en cólera.
—No es Roke —dijo, señalando con el dedo la blanca melena de Madlen, como si esa parte de la anatomía de la sanadora la distinguiera de Roke mucho mejor que cualquier otra.
—Esta es la sanadora graceling Madlen —informó Bitterblue—. Seguro que tienes que haber oído hablar de ella. Es la mejor, Zaf, la sanadora preferida de la reina.
El joven parecía estar hiperventilando.
—¿Has traído a una de las sanadoras de la reina aquí?
—Te juro que no hablará sobre nada de lo que vea. Tienes mi palabra.
—¿Tu palabra? ¿Que tengo tu palabra cuando ni siquiera sé tu verdadero nombre? Madlen, que era más joven de lo que imaginaría uno por el pelo y tan fuerte como
podía esperarse de cualquier sanador, empujó a Zaf en el pecho con las dos manos y lo hizo recular al interior de la tienda.
—Pues yo me llamo Madlen —dijo—, y quizá sea la única sanadora en los siete reinos capaz de salvar a quienquiera que se esté muriendo aquí. Y cuando esta muchacha me pide que no hable de algo, —añadió señalando con el dedo a Bitterblue—, eso es lo que hago. ¡Ahora quítate de en medio, estúpido, cabeza hueca con músculos por cerebro!
Lo apartó a un lado de un codazo y fue hacia la luz que se filtraba por la rendija de una puerta entreabierta que había al fondo. La cruzó y la cerró de golpe a su espalda.
Zaf alargó el brazo por detrás de Bitterblue para cerrar la puerta de la tienda, con lo que ambos se quedaron a oscuras.
—Me encantaría saber qué puñetas pasa en ese castillo vuestro, Chispas —dijo él con acritud, sorna, acusación y cualquier otra emoción desagradable que fue capaz de darle a la voz—. ¿La sanadora de la mismísima reina corre a hacer lo que quiere una panadera? ¿Qué clase de sanadora es, dicho sea de paso? No me gusta su acento.
Zaf olía a sangre y sudor, una combinación agria y metálica que ella identificó de
inmediato. Olía a miedo.
—¿Cómo se encuentra? —susurró.
Él no contestó y solo emitió un sonido semejante a un sollozo indignado. Entonces
la asió del brazo y tiró de ella a través del cuarto en dirección a la puerta por cuyos bordes se colaba luz.
Cuando uno no tiene nada en lo que ocuparse mientras un sanador decide si es posible ponerle un parche al cuerpo de un amigo moribundo, el tiempo pasa muy despacio. Y por supuesto, Bitterblue tenía poco que hacer, porque, aunque Madlen pidió alimentar el fuego y hervir agua, así como buena luz y manos extra mientras manipulaba con sus instrumentos en el costado de Teddy, no necesitaba tantos ayudantes como tenía a su disposición. Bitterblue dispuso de mucho tiempo para observar a Zaf y a sus dos compañeras conforme transcurría la noche. Llegó a la conclusión de que la mujer rubia debía de ser hermana de Zaf. Ella no lucía oro al estilo lenita y, por supuesto, no tenía el iris de los ojos de tonalidades púrpura; aun así, guardaba cierto parecido con Zaf en la luminosidad del cabello, así como en la expresión iracunda, que se plasmaba en su rostro del mismo modo que en el de su hermano. La otra podría ser hermana de Teddy. También tenía la mata de pelo castaño y los mismos ojos de color avellana del joven herido.
Bitterblue había visto a las dos mujeres en salones de relatos; charlaban, bebían, reían y, cuando sus hermanos pasaban cerca, jamás daban indicio de que se conocieran.
Ellas y Zaf permanecían cerca de Madlen, junto a la mesa, siguiendo con exactitud las instrucciones que la sanadora les daba, como lavarse y frotarse bien las manos y los brazos, hervir instrumentos y dárselos sin tocarlos directamente cuando los pedía o quedarse quietos donde les había dicho que se pusieran. No parecía preocuparles el extraño atuendo quirúrgico de Madlen, que casi la tapaba por completo, con el cabello remetido debajo de un pañuelo y otro pañuelo atado de modo que le cubría la boca. Tampoco demostraban cansancio.
Bitterblue se quedó cerca, esperando, debatiéndose a veces para mantener abiertos los ojos. La tensión que flotaba en el ambiente resultaba agotadora.
Era un cuarto pequeño, sin decoración, con unas pocas sillas y la mesa en la que yacía Teddy construidas con tosca madera. Había una estufa pequeña, un par de puertas cerradas y una estrecha escalera que conducía al piso de arriba. La respiración de Teddy era superficial; el joven estaba inconsciente, la piel le brillaba y tenía la tez cerosa. La vez que Bitterblue intentó observar con atención el trabajo de Madlen encontró a su sanadora con la cabeza inclinada para compensar la falta de un ojo y pasando plácidamente aguja e hilo por una masa de algo rosa y de aspecto mucoso que sobresalía del vientre de Teddy. Tras eso, Bitterblue se mantuvo cerca, preparada para acudir si necesitaban alguna cosa, pero contenta de no tener que observar el proceso.
La capucha se le echó hacia atrás una vez, mientras manejaba con esfuerzo un caldero de agua. Todos le vieron la cara. Su dificultad para respirar en ese momento estaba relacionada con algo más que con la carga pesada que sostenía en las manos, pero fue evidente, al cabo de uno o dos segundos, que Madlen fue la única persona presente en el cuarto que había visto a la reina.
De madrugada, Madlen dejó el frasco de ungüento que había estado utilizando y estiró el cuello girando la cabeza de izquierda a derecha.
—Ya no hay nada más que podamos hacer. Coseré la herida y después habrá que esperar y ver qué pasa. Me quedaré con él toda la mañana, por si acaso —comentó antes de lanzar una rápida e intensa mirada a Bitterblue, que la reina entendió como una petición de permiso, a la que respondió con un breve cabeceo.
—¿Cuánto tendremos que esperar? —preguntó la hermana de Teddy.
—Si va a morir, es posible que lo sepamos enseguida —repuso Madlen—. Si va a vivir, no lo sabremos con seguridad hasta pasados varios días. Os dejaré medicinas para combatir la infección y restaurar las fuerzas. Debe tomarlas con regularidad. Si no lo hace, puedo aseguraros que morirá.
La hermana de Teddy, tan serena durante la intervención, ahora habló con una violencia que sobresaltó a Bitterblue.
—Es confiado. Habla demasiado y entabla amistad con quienes no debería. Lo ha hecho siempre y se lo he advertido, se lo he suplicado. Si muere, será culpa suya y jamás se lo perdonaré.
Las lágrimas le corrieron por las mejillas y la estupefacta hermana de Zaf la abrazó. Sollozó contra el pecho de su amiga.
De repente, asaltada por la sensación de ser una intrusa, Bitterblue cruzó el cuarto y salió a la tienda, cerrando la puerta a sus espaldas. Allí se apoyó en la pared y respiró despacio, confusa porque las lágrimas de la otra mujer la habían puesto a ella al borde del llanto.
La puerta se abrió a su lado dando paso a Zaf, envuelto en la penumbra y completamente vestido, limpia la piel de sangre y con un paño blanco que goteaba agua en las manos.
—¿Has venido a comprobar si estoy husmeando por aquí? —instó Bitterblue con un timbre de aspereza.
Zaf limpió el picaporte de los churretes de sangre, se dirigió a la puerta principal de la tienda y limpió asimismo la manilla. Mientras regresaba hacia la tenue luz, Bitterblue vio su expresión con claridad, pero no supo qué conclusión sacar, porque parecía enfadado y feliz y perplejo, todo a la vez. Se paró junto a ella y cerró la puerta que daba al cuarto de atrás, de forma que la luz dejó de iluminar la tienda.
A Bitterblue no le importaba quedarse sola con él en la oscuridad, tuviera la expresión que tuviese. Desplazó las manos hacia los cuchillos que llevaba en las mangas y dio un paso hacia atrás para alejarse de él. Tropezó con algo puntiagudo que la hizo soltar un chillido.
Zaf empezó a hablar sin que, al parecer, advirtiera su ansiedad:
—Tenía un ungüento que le frenó la hemorragia —dijo, maravillado—. Le hizo una incisión, le sacó algo del abdomen, lo arregló y volvió a meterlo. Nos ha dado tantas medicinas que no soy capaz de controlar para qué sirven y, cuando Tilda ha intentado pagarle, solo le ha cogido unas pocas monedas de cobre.
Sí, compartía la extrañeza de Zaf. Le complacía que Madlen hubiera tomado unos cuantos céntimos, porque, después de todo, era la sanadora de la reina. Si hubiera rehusado cobrar algo podría parecer que había realizado esa curación en nombre de la soberana.
—Chispas —continuó Zaf, sorprendiendo a Bitterblue por la intensidad que destilaba su voz—. Roke no habría podido hacer lo que ha hecho Madlen. Incluso cuando te mandé a buscarlo, sabía que no estaría en sus manos salvarlo. Creo que no lo habría conseguido ningún curandero.
—Aún no sabemos si se salvará —le recordó ella con suavidad.
—Tilda tiene razón —dijo él—. Teddy es descuidado y demasiado confiado. Tú eres un ejemplo clásico: no podía creer cómo simpatizó contigo sin saber nada de ti. Cuando descubrimos que vivías en el castillo tuvimos una buena pelea. No sirvió de nada, por supuesto; estaba tan deseoso de volver a verte como siempre. Y lo cierto es que, de no haberlo hecho, ahora podría estar muerto. Es la graceling de vuestro castillo la que le ha salvado la vida.
Al final de una larga noche de desvelo y preocupación, la idea de que esos amigos fueran enemigos de la reina resultaba deprimente. Ojalá pudiera poner a sus espías tras ellos sin despertar sospechas en Helda respecto a cómo los conocía.
—Supongo que no hace falta advertiros de que la presencia de Madlen aquí esta noche ha de mantenerse en secreto —dijo—. Cuidad de que nadie la vea salir de la tienda.
—Eres todo un enigma, Chispas.
—Mira quién habla. ¿Por qué alguien tendría que matar a un ladrón de gárgolas? Zaf apretó los labios en un gesto duro.
—¿Cómo te has...?
—Os vi hacerlo.
—Eres una fisgona.
—Y tú tienes debilidad por las peleas. Lo vi y punto. Supongo que no vas a intentar
cualquier estupidez como revancha, ¿verdad? Si empiezas a acuchillar a la gente... —No acuchillo a la gente salvo para impedir que me acuchillen a mí, Chispas. —Estupendo, yo tampoco —dijo aliviada, con voz desfallecida.
Al oírla, Zaf soltó una risa suave que fue in crescendo hasta que ella acabó por
sonreír. Por las rendijas de las contraventanas empezó a colarse una luz gris. Dentro de la tienda las cosas comenzaron a cobrar forma: había mesas cargadas con montones de papel, unos soportes verticales con extraños accesorios cilíndricos y una estructura enorme en el centro de la habitación, como un barco nocturno que emergiera del agua, con algunas partes brillantes, como si estuvieran hechas de metal.
—¿Qué es eso? —preguntó ella, señalándola—. ¿La prensa de imprimir de Teddy?
—Un panadero empieza a trabajar antes de que salga el sol —dijo Zaf sin hacerle caso—. Vas a llegar tarde a trabajar hoy, Chispas, y la reina no tendrá pan esponjoso para desayunar.
—Un tanto aburrido para ti, ¿no?, lo de trabajar en un taller, como un hombre honrado, tras una vida en el mar.
—Debes de estar cansada —respondió él suavemente—. Te acompañaré a casa. Para Bitterblue fue un perverso consuelo la falta de confianza de Zaf.
—De acuerdo —dijo—. Pero antes pasemos a ver a Teddy.
Apartándose de la pared, siguió a Zaf de vuelta a la trastienda; le pesaban las
piernas y tuvo que sofocar un bostezo. Iba a ser un día muy largo.
Recorriendo las calles de camino al castillo, fue un alivio para Bitterblue el hecho
de que Zaf no mostrara ganas de conversar. Bajo la creciente luz, el joven caminaba balanceando los brazos en vaivén desde los fuertes y rectos hombros, en actitud vigilante.
«Probablemente duerme más en un día que yo durante una semana —pensó de mal humor—. Seguramente vuelve a casa tras esas largas veladas nocturnas y duerme hasta el ocaso. Los delincuentes no tienen que levantarse a las seis para ponerse a firmar fueros, actas y disposiciones a las siete».
Él se frotó la cabeza enérgicamente hasta que el cabello se le puso de punta, como las plumas de un aturullado pájaro fluvial, y después masculló entre dientes algo que sonaba desolado y enojado por igual. Bitterblue olvidó su irritación. El aspecto de Teddy cuando entraron a verlo solo era un poquito mejor que el que hubiese tenido si estuviera muerto, con la cara como una máscara y los labios azulados. Madlen tenía la boca apretada en un rictus adusto.
—Zaf —dijo Bitterblue mientras alargaba la mano para que se parara—. Descansa cuanto puedas hoy, ¿vale? Debes cuidarte si quieres ayudar a Teddy.
Hubo un ligero tic en la boca del joven que curvó hacia arriba la comisura.
—Mi experiencia con las madres es muy limitada, Chispas, pero eso me ha sonado muy maternal.
A la luz del día, uno de los iris del muchacho tenía un suave color púrpura rojizo. El otro, igualmente suave y profundo, era azul purpúreo.
Ror le había regalado a Bitterblue un collar con una gema que tenía ese mismo matiz azul púrpura. Tanto a la luz del día como a la de la lumbre, la gema parecía cobrar vida al cambiar y oscilar su fulgor. Era un zafiro lenita.
—Te pusieron ese nombre por el color de los ojos —dijo—. Y fueron lenitas quienes te lo pusieron.
—Sí. También tengo un nombre monmardo que me dio mi verdadera familia cuando nací, claro. Pero Zafiro es el que he usado siempre.
Bitterblue pensó que tenía unos ojos un poco demasiado hermosos; todo su aspecto pecoso e inocente era demasiado bello para tratarse de una persona a quien jamás confiaría algo que quisiera volver a ver. Él no era como sus ojos.
—Zaf, ¿cuál es tu gracia?
—Te ha costado una semana larga atreverte a preguntarlo, Chispas.
—Soy una persona paciente.
—Además de creer solo lo que constatas por ti misma.
Bitterblue resopló con sorna.
—Como es de lógica con todo lo relacionado contigo —repuso.
—Ignoro cuál es mi gracia.
—¿Y eso qué se supone que significa? —preguntó Bitterblue con una mirada
escéptica.
—Exactamente lo que he dicho. No lo sé.
—Tiene narices. ¿Acaso no se hace evidente en la infancia?
Zaf se encogió de hombros.
—Sea lo que sea —dijo luego—, ha de ser algo que nunca me ha servido para nada.
Por ejemplo comerme un pastel tan grande como un barril sin que tenga una indigestión; pero no, eso no es, porque ya lo he probado. Créeme —añadió, poniendo los ojos en blanco y haciendo un apático ademán de resignación—. Lo he intentado todo.
—Bien, al menos sé que no es decir mentiras que la gente se traga, porque no te creo.
—No te miento, Chispas —afirmó Zaf sin que al parecer se sintiera ofendido.
Sumiéndose en el silencio, Bitterblue echó a andar otra vez. Nunca había visto el distrito este a la luz del día. Una floristería de piedra sucia se inclinaba peligrosamente hacia un lado, apuntalada con vigas y en algunas partes con una rápida mano de pintura blanca dada por encima. En otro sitio unas planchas de madera, colocadas de forma desmañada, cubrían un agujero en un tejado de estaño; las planchas las habían pintado plateadas para que estuvieran a juego. Un poco más adelante había unos postigos de madera rotos arreglados con tiras de lona, y la madera y la lona se habían pintado por igual de azul claro como el cielo.
¿Por qué se molestaría alguien en pintar contraventanas —o una casa o lo que
fuera— sin antes repararlas como era debido?
Cuando Bitterblue le enseñó el anillo al guardia lenita que estaba en las torres de entrada y accedió al castillo, era completamente de día. Cuando, con la capucha bien calada, mostró de nuevo el anillo y susurró el santo y seña del día anterior, «tarta de sirope», los guardias apostados en la entrada a sus aposentos abrieron un poco las grandes puertas, también ellos con la cabeza inclinada.
Ya dentro del vestíbulo, evaluó la situación. Al fondo del pasillo, a la izquierda, la puerta del cuarto de Helda estaba cerrada. A la derecha, Bitterblue no oyó moverse a nadie en la sala de estar. Giró a la izquierda y entró en su dormitorio, se quitó la capelina por la cabeza y cuando sus ojos le asomaron por la tela dio un brinco y casi soltó un grito. Po estaba sentado en el baúl que había contra la pared: en sus orejas brillaba el oro, tenía los brazos cruzados y los ojos la evaluaban con calma.

Bitter blue - 7 reinos III Kristin CashoreWhere stories live. Discover now