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Érase una vez una niña que vivía en el bosque, junto a las creaturas salvajes.

Todos los días caminaba entre los árboles hasta la orilla del río, que corría desde la cumbre de las montañas que cubrían el horizonte.

En el río vivía una mujer joven que tenía un largo cabello, blanco como la nieve.

Sus ojos eran grises, y sus labios tenues.

La niña jugaba con ella hasta el atardecer.

Los años pasaron, y la niña creció y se volvió una bella mujer.

En una mañana de abril conoció a un joven, que la conquistó y la llevo a vivir con él a un lugar lejano.

La niña envejeció y, una fría noche de octubre, enterró a aquel que alguna vez la desposó en su juventud.

Después de algunos meses la niña, arrugada y débil, volvió al bosque donde aprendió a danzar y jugar tanto tiempo atrás.

Cuando llegó a la orilla del río, impaciente por encontrar a su vieja amiga, encontró en su lugar a una doncella de cabello negro y largo.

Sus ojos eran rojos como el fuego, y sus labios irradiaban un intenso color violáceo.

La niña se acercó a ella y, con la voz temblorosa, preguntó por su vieja amiga.

A lo que la extraña mujer contestó:

—Soy yo. ¿Es que no me reconoces?

Al ver la confusión en ojos de la anciana, que la miraba con desconfianza, tomó sus manos y dijo:

—Naturalmente, el tiempo ha cambiado mi apariencia. Mi cabello, que solía ser blanco ahora es negro. Mis ojos, que solían ser grises y serenos, son ahora fuego y espuma. Y mis labios, antes suaves y tenues, son ahora purpúreos y brillantes.

La niña, sorprendida, preguntó:

—Si eso es verdad, dime entonces. ¿Por qué mientras mi rostro se ha cubierto de arrugas y mi cuerpo envejecido, tus rasgos son tan bellos y jóvenes como antes?

—La respuesta es sencilla, pequeña mía. Antes solía encarnar a la vida, cuando ahora me veo como la muerte, que es severa e inevitable. Antes solía ser el sol naciente en la orilla del oriente, cuando ahora soy el resplandor crepuscular que ilumina las primeras horas de la noche. Y si no he envejecido, es solamente porque la muerte no es más que el inicio de una nueva vida. A la noche sigue el amanecer, más radiante en ocasiones que el día anterior.

Cuentos funestosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora