Fer era mi mejor y único amigo.
Era el que cada mañana que podía iba a Ranchitos y me hacia compañía, normalmente tomando un café.

Fer era aficionado a hacer los típicos laberintos que dan con el menú infantil en los bares que aparecen en las pelis, y que por suerte (o por desgracia, el chaval se pone muy estresado cuando no quedan) este bar también tenía.

Este loco minotauro y yo nos conocemos desde muy, muy pequeños. Él siempre me apoyó con todo lo que pasó en mi vida (familia, trabajo, estudios y demás movidas) y nunca me ha dejado sola en esto de "conquistar" a Mase.

- El laberinto de hoy está muy complicado...

– Fer, por dios, están hechos para niños de 3 años que lo resuelven; y tú tienes 20.

- ¿Qué me insinúas?

–Que eres tonto.

- ¿Y ese insulto tan gratuito?

–Porque te quiero tanto que te odio.

- Eso dolió.

Mientras manteníamos nuestra extraña conversación de amor-odio, por primera vez en años Mase se dirigía a nuestra mesa a atendernos.

–¡Hola, chicos! ¿Qué os pongo?

Qué que me pone, dice, ay dios.

- Yo quiero más laberintos, por favor — Pide Fer con una enorme sonrisa infantil.

–Lo siento, me temo que no quedan... Aquella mesa de allí se quedaron con todos — y señala a una mesa rodeada de chiquitines que por lo visto parecían estar en un cumpleaños (¡¿qué clase de padres celebran el cumpleaños de su hijo a las una de la tarde en un bar de mala muerte?!)

Después de esta desafortunada información sobre los laberintos, esperaba la cruda reacción de Fer pataleando y pidiendo más mientras torna su cara llena de pucheros.

Pero no.

Él me miraba, deseoso de que hablara con Mase, o eso interpreté en su mirada ansiosa.

- Eh... Pues yo... A mí... Bueno... ¿Qué me recomiendas tomar? – Yo ya sabía lo que me gustaba y lo que no en este bar, pero quise que se quedara un poco más a mi lado.

–Pues si quieres me puedes acompañar hacia el cartel de los pedidos y te voy diciendo los que te recomendaría, no tengo ninguno a mano. — Me contestó con una amplia sonrisa. ¡Esto es mejor de lo que me esperaba!

Mientras miraba toda la comida (ya sabida por mí de la a a la z), observé que ella me miraba fijamente.

Por un momento, sentí vergüenza de mí misma.

No me considero una chica mediocre. No estoy delgada, pero tengo mis curvas y es algo que me gusta; soy más bien bajita, pero me hace parecer más adorable, y aunque mi pelo sea rizado y voluminoso (en el mal sentido), al ser rubio me favorece mis rasgos de la cara.
Sin embargo, cuando noté que ella me miraba tan directamente, me acomplejé de todas y cada una de esas cosas y más, imaginándome a mí misma como algo horrorizado alrededor de algo tan hermoso como lo era ella.

- No sé porqué ni de qué, pero llevo viéndote por aquí cada día y todavía no logro saber por qué te me haces tan conocida...

Vale, calmémonos. Me estaba hablando. A mí. Directamente. Mirándome a los ojos con una carita de confundida que juro que me moría. Y solo a mí. Y que me conocía. Y ay. Si ella supiera... Dolió que no lo recordara.

– Para nada, no tengo ni idea de qué me puedes conocer. Seré parecida a alguien conocido, seguramente.

- Mmm, sí, tiene sentido. —bajó la cabeza algo... ¿decepcionada? — Oye, ¿puedo hacerte una pregunta?

–Sí, claro. Dime, soy todo oídos.

- Tú... Osea, pasas mucho tiempo aquí. Es decir, conoces, bueno, te llevas bien con Hugo, bueno, mi jefe... Ya sabes, , eh. ¿Crees... — Oh, no. Dime que no lo va a decir. — que si quizás hablo con él, bueno... — No, mierda, lo va a decir, lo va a decir. ¿Por qué a mí? ¿Por qué? — ¿podría tener alguna posibilidad con él? — Mi puta suerte. Lo dijo.

"Lo que sea por su felicidad", pensé.

-Bueno, teniendo en cuenta que sois dos chicos jóvenes, guapos y que trabajan en el mismo sitio... así a primera vista, supongo que sí.

Su cara sé iluminó; y la mía era un verdadero cuadro de Picasso.

Decidí pedir un batido de plátano y sentarme de nuevo con Fer, o lo que fuera, con tal de no estar ahí, delante de ella por más tiempo.

Fer, al verme, supo que debía dejar de llorar internamente por sus laberintos y llevarme fuera de ahí lo antes posible. Y eso hizo.

Cogimos el camino que llevaba hacia una pequeña playa a la que siempre vamos cuando nos sentimos mal y queremos olvidar. Odiaba la sensación que producía vivir en un pueblo con mar, pero realmente era gratificante disfrutar de la grandiosidad de ese espacio tan inmenso.

Cogí un cigarrillo de mi paquete de emergencia (intentaba dejarlo, pero...) y por una vez, Fer no rechistó. Simplemente nos quedamos callados mirando a la nada, tocando la arena con las manos y yo sintiéndome totalmente vacía.

Hasta ese mismo momento, no me di cuenta realmente de la gravedad de lo ocurrido, del momento que llevaba esperando toda mi vida y que para nada me lo imaginaba así; del caos que había en mi mente en esos instantes.

Miré a Fer. Él sabía perfectamente lo que pensaba pero necesitaba escucharlo para creerlo.

- Y si ya no tienes ninguna oportunidad aparente, ¿ahora qué? ¿Se acabó?

Tú, siempre inalcanzable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora