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Gakupo gruñó al dejar la taza por fin vacía en la mesita de noche junto a su cama. Su novia lo miraba atentamente, preocupada.

— ¿Cómo te sientes?

— Igual que antes de que vinieras.

— Eso no está bien. ¿Te traigo otra cosa? ¿Otra taza de té?

— No Rin, gracias –respondió rodando los ojos–. Es ya la quinta taza, te digo que estoy bien.

— No es cierto, estás temblando y te ves muy pálido.

Él sólo suspiró y desvió la mirada. No importaba lo que dijera, Rin siempre hallaba la manera de demostrar que no estaba del todo bien y no era capaz de desmentirlo. Simplemente no se sentía muy bien y ella lo sabía. El problema era que la pequeña rubia no dejaba de exagerar todo.

— ¿Dónde están mis zapatos? –dijo en voz baja al sentarse en el borde de la cama llevándose una mano a los ojos para calmar el daño que le hacía la luz que se colaba por la ventana.

— ¿A dónde vas? –replicó Rin mirándolo con una expresión que casi rayaba en lo gracioso por el miedo infantil que se reflejaba en sus ojos– Creo que es mejor que te quedes aquí acostado. Si quieres algo yo te lo traigo.

— No, pequeña –respondió él sin poder evitar reír–. Tengo que ir a orinar y no creo que puedas ayudar con eso.

Ella sólo pudo desviar el rostro al sentir que sus mejillas adoptaban un color rojizo ante la imagen que el chico alto que se ponía torpemente de pie acababa de crear en su mente. Pero al sentir cómo él le acariciaba suavemente una mejilla no pudo reprimir una pequeña sonrisa.

— Espera, ponte un suéter.

— ¿Qué?

— Tu cuarto está muy caliente y afuera está muy frío, te va a hacer daño.

— Rin...

— Por favor.

Gakupo suspiró al ver el puchero que la rubia estaba empezando a hacer. Se veía tan adorable que no fue capaz de negarse y sólo pudo mirarla mientras revolvía su ropero en busca de algo adecuado que pudiera ponerse.
Tomó el suéter de lana gris que ella le tendió y puso los ojos en blanco al ponérselo.

— ¿Puedes llegar allá?

— Rin, está aquí al final del pasillo. Creo que puedo moverme en mi propia casa.

Se rió al verla apretar los labios mientras abandonaba el dormitorio.

Se sentía muy mal. El dolor de cabeza era insoportable, sus ojos le ardían demasiado y era incómodo intentar permanecer mucho tiempo mirando algo, además de que había ciertos momentos en los que la garganta comenzaba a arderle. Pero nada extraordinario, nada que no pudiera ser solucionado con un par de horas de sueño. Seguramente si se quedaba dormido al despertar se sentiría mejor.

El único "problema" eran los cuidados casi excesivos de Rin. Llevaba ahí un par de horas y desde que Gakupo la miró parada en la puerta de entrada supo que sería un día muy largo.

No sólo se veía preocupada y lo había obligado a quedarse en la cama –cosa que odia. Usualmente él se levanta temprano para comenzar sus prácticas con la katana por su cuenta y ya no se vuelve a acostar hasta la hora de dormir. Detesta sentirse inútil y flojo–, también llevaba en su bolso muchas cosas que él ni siquiera estaba seguro de lo que fueran y cada vez que entraba en su habitación lo obligaba a tomar una taza de té muy cargado.
Le daba mucho asco no sólo el aroma, el sabor era insoportable. Tan dulzón, tan marcado el tipo de especia que ella usó para hacerlos, tan fuerte el sabor de la miel depositada en el fondo de la taza –irónicamente– en un intento por hacer que fuera más agradable para él.
Y a cada momento que pasaba, ella parecía sólo verlo empeorar.

Al terminar de descargar todo el té que Rin le hizo beber, se tomó unos momentos para respirar tranquilo mientras se lavaba las manos. El malestar persistía pero no quería dar muestras de eso.

Al salir del baño lo hizo caminando con relativa normalidad pero entonces todo a su alrededor se movió bruscamente, parecía que el pasillo estaba girando y Gakupo estuvo a punto de caer al suelo, sólo pudo evitarlo apoyándose en la pared y llevándose una mano a los ojos mientras usaba la otra para sujetarse.

Calmate, calmate, calmate...

— ¡Gak! –el chillido preocupado de la rubia sonó lejano, aunque no debía estar a más allá del final del pasillo. Aún así le retumbó en los oídos y le resultó tan doloroso que ni siquiera notó que ella se había acercado corriendo– ¿Qué pasó? –dijo tratando de ayudarlo a incorporarse.

— Me mareé un poco, pero ya pasó.

— Apóyate en mí, yo te ayudo.

A Gakupo no le quedó más que hacer eso. De haber estado un poco mejor habría podido reírse al imaginar cómo debían verse, él tan alto siendo ayudado para caminar por una figura tan bajita y delicada.
Pero en ese momento sólo podía ver el alarmado rostro de la pequeña que se esforzaba por evitarle volver a tropezar.

~.~.~

Luego subo las demás partes.
Aunque debo decir que esto es algo muy random.
Podría decirse que es mi más reciente escrito porque acabo de terminarlo pero lo cierto es que tenía esta idea desde el año pasado.
Dedicado a un Gakupo único y genial que se ganó mi amistad hace poco.

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