Harry me cobijó en la cama y me trajo una bandeja con una taza de café y galletas con chispas de chocolate, como las que me dejaba frente a mi puerta cuando éramos niños.
Lo agarré del brazo antes de que se marchara nuevamente a la cocina y lo atraje hacia mí. Necesitaba un abrazo suyo, le necesitaba demasiado y no quería que se fuera de mi lado. Podría pasar el resto de mi vida aferrada a ese abrazo con tal de no despertar otra vez en la realidad.
—Tranquila, __________. Iré a apagar el horno y vuelvo a acostarme contigo, ¿de acuerdo? —asentí con la cabeza como una niña pequeña. Me había transformado en eso después de la noticia, era irónico, pero al final Harry si había conseguido una hija porque me cuidaba como si fuera una. Y muy pequeña, no podía hacer casi nada sin él acompañándome. Me daba miedo hacer algo y estropearlo más. Ya había destruido el sueño de Harry, no podía arriesgarme a cometer otro error.
Cuando volvió, encendió la televisión y se quitó los zapatos para colarse bajo las sábanas. Ninguno había ido a trabajar. No quería nada. Nada salvo algo que nunca tuve y nunca tendré.
Rompí a llorar cuando Harry me estrechó entre sus brazos y mi rostro quedó a la altura de su pecho. Su olor me hería, su respiración me acuchillaba, su voz, su mirada, la forma en que lo sentía quebrarse junto a mí por mi culpa. No me lo merecía, Harry era demasiado bueno para alguien como yo y recién me daba cuenta.
—Ya, ya pasará. No tienes preocuparte, me basta con que sigas a mi lado por siempre. El hecho de tenerte ya me hace feliz —lloré con más ganas.
Estuve así unas cuantas horas, cuando me dormí Harry se quedó viendo televisión, pero sin soltarme ni un minuto. Él era el fuerte en esta relación, yo la inútil.
No quería moverme, ni siquiera pensaba que eso fuera una opción. Quedarme por siempre en mi habitación tal vez fuera lo mejor que podría hacer y dejar que Harry no sufriera conmigo, no sería tan egoísta para hundirlo en esto.
—Hey, ya despertaste, bonita. ¿Tienes hambre? ¿Quieras que te traiga algo? —me dijo en cuanto me vio con los ojos abiertos. Me besó en los labios, pero el beso me supo salado, melancólico y marchito. Sin embargo, lo disfruté.
—No, gracias. Quiero quedarme aquí un rato más.
—De acuerdo. Iré a ducharme —asentí en silencio y lo dejé ir al baño.
Apagué la televisión con el control remoto y me quedé quieta como un objeto. No me moví hasta que Harry salió de la ducha con una toalla amarrada a la cintura. Como la mañana del día en que me pidió tener un hijo.
Esta vez no lloré, pero sonreí como una loca. Harry me miró extrañado.
—¿Sucede algo? —preguntó, buscando unos bóxer en una cómoda.
—Me gusta tu cabello mojado, pareces un cachorro recién bañado —en parte era verdad, pero sonreí por otros motivos. Uno de ellos era el imaginar la casa plagada de niños, corriendo de un lado a otro, ensuciando y rompiendo cuanto encontraran a su paso. Y también sonreía porque a pesar de todo esto, me había casado con Harry. Si me lo hubiesen dicho a los 10 años, lo más probable es que hubiese golpeado a esa persona.
Me levanté, ver a Harry así, como el niño que conocí a los ocho años, con la mirada algo enrojecida, me daba fuerzas. Era una tonta por pensar como lo hice hace unas horas. Harry era mío y no lo dejaría ir.
—Vístete, prepararé la cena —le dije. Le besé la mejilla y suspiré aliviada de saber que él tampoco me abandonaría. Para que esto funcionara ambos teníamos que ser fuertes, no podía dejar a Harry solo con todo el peso.
Fui a la cocina y preparé las cosas. Hice una simple sopa, no era una gran cena, tampoco dominaba del todo las artes culinarias. Cuando la revolvía y estaba por hervir, sonó el timbre. Me miré la ropa, en pijama y despeinada, seguramente olía mal porque pasé todo el santo día encerrada en mi habitación y ni siquiera me digné a abrir las ventanas o las cortinas.