Capítulo 5: La nevada de Julio

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Despierto en una cama con dosel, en un cuarto con muros de piedra celeste. Lo primero que me llama la atención son unas rosas doradas formadas por símbolos del infinito entrelazados, que decoran las alfombras y los tapices color bordó de la habitación. También veo recipientes con gemas sobre los muebles. La luz y el calor emanan de unos cristales en el techo y las paredes. Cuando miro por la ventana, encuentro una ladera con rocas inmensas que sobresalen de la nieve, y más allá reconozco el bosque nevado. Abro una puerta altísima y camino por un pasillo largo hasta llegar al salón de estar. Me observo en un espejo: sigo transformado, con esa piel blanca y el traje celeste, con hombreras y cinturón blancos. Aunque mis ojos siguen siendo de un celeste casi azul, mi cabello es plateado.

-Has pasado tu última prueba -escucho una voz grave y profunda. Puedo verlo en el reflejo, emergiendo de las sombras: es el ángel oscuro. Giro hacia él.

-Orfiel -le digo, y asiente.


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-El mundo al que perteneces te está llamando. Es momento de que recuperes lo perdido, pero primero debes recordar -dice y me extiende una esfera ambarina. Antes de que pueda tocarla, nos separa un rayo verde.

-Esperen -dice una voz conocida, que viene del pasillo. Es un hombre robusto, de orejas puntiagudas, pelo dorado y barba. Su ropa es verde y azul. Lo acompaña uno de los zorros blancos-. Hola -me sonríe, entrando al salón-. ¿Te gusta cómo me veo? -Posa haciéndose el forzudo-. Te estaba buscando por la plaza, cuando apareció un zorro blanco. No sé cómo, pero terminé en un bosque, transformado en esto... ¡Y pude recordar!

-¿Fernando? -le pregunto, y asiente.

-No confíes en él, Julio -dice, señalando al ángel.

-Necesito saber la verdad.

Fernando me mira preocupado y después observa al ángel, que no cambia su expresión relajada. El brillo de la piedra ambarina en su mano late, llamándome. Mi mano responde con un cosquilleo.

-Está bien, hacelo -Suspira Fer-. Pero voy a estar vigilándote -dice, señalando a Orfiel.

Le sonrío y asiento. Camino hacia Orfiel con cuidado y acerco mis manos a la esfera ambarina. ¿Estoy listo para conocer la verdad? ¿No será un engaño del ángel? Dejo de dudar, cierro los ojos y poso mis manos en la piedra. ¡Veo un destello dorado!

Soy luz y soy paz. Soy calma y amor. Soy inmenso. Soy las nubes y la llovizna, la escarcha, la brisa y el agua, el vapor, pero debo condensarme. Me enfrío, me fragmento y empiezo a caer. Mi misión está en otra parte, donde me esperan los otros. Cobro forma: con un cuerpo níveo y alado, peleo junto a mis compañeros. Siento el valor y la fuerza, pero también el miedo y el dolor, incluso el de los enemigos que crucificamos. Veo a Orfiel sonreír frente los restos de los traidores. Extiendo mis alas y despego, alejándome.

¿Es la maldición del descenso? ¿La forma y la materia me están corrompiendo? ¿O es mi esencia, que se revela? Lejos, en una montaña, arrojo mi espada. Desgarro el aire con mis uñas, abro un portal y salto al vacío negro.

La oscuridad se despeja. Veo una construcción vieja que me recuerda a una Iglesia, con algunas partes destruidas. Las constelaciones son otras. Sé que han pasado varios ciclos, y que ahora vivo allí en paz. Entro a mi hogar cargando una cesta con la cosecha del día, y los percibo. La guerra quedó atrás para mí y ya no tengo una espada, así que solo espero a que se muestren. "Te escondiste al otro lado del universo, pero te encontramos", escucho en mi mente, y volteo hacia las sombras. De allí emerge Orfiel, rodeado de cuatro ángeles rojos. Se acercan. "No está permitido renunciar, y lo sabes", afirma y desenvaina su espada.

"No podía tolerar más el dolor. No estaba ni estoy hecho para la justicia divina".

"Has desobedecido. ¿Estás dispuesto a pagar el precio?"

"Sí".

Los cuatro ángeles son rápidos. Me sostienen sin que pueda oponer resistencia. El silencio nos cubre mientras Orfiel me rodea y camina hacia mis espaldas. Cierro los ojos. Mis alas se tensan y grito, grito al sentir un dolor inmenso, ácido, eléctrico, que las atraviesa. Y desaparecen. Y caigo, caigo, caigo durante lo que parece una eternidad, a través de un túnel gris, hasta que todo mi ser se estrella, envuelto en fuego, en un desierto.

Mis heridas cicatrizarán. Mis ropas se volverán trapos. El desierto será mi casa seca y entonará mis recuerdos con voces de arena y tinieblas de escarcha. La fuerza gélida me abandonará. Negociaré con bestias y espíritus para sobrevivir. Las dunas y las grutas conocerán mis huellas y sus habitantes me llamarán el Gris.

Abro los ojos. Orfiel me mira con tranquilidad. Solo nos separa la esfera ambarina. El fuego ha derretido al hielo. Empiezo a llorar.

-¡Juli! ¿Estás bien?

No llego a responderle a Fernando. Me interrumpe un calor que entra por mis manos y sube por mis brazos hasta llegar a mi espalda, donde comienzan las puntadas. Un cosquilleo hace desaparecer las cicatrices, y algo empieza a crecer debajo de mi traje celeste. La tela se abre, y percibo los músculos y huesos de luz cobrando solidez en mi espalda. ¡Mis alas! Las extiendo, observo mis plumas blancas y la energía que las recorre. Suelto la esfera ambarina, que se apaga. Orfiel me sonríe. Mi mirada es hielo seco. Aunque me haya devuelvo mis recuerdos y mis alas, nunca le perdonaré aquel castigo.

-Has recuperado lo perdido, hermano. Este siempre será tu castillo, pero ahora debes ir a cumplir tu misión a la Tierra.

El lugar comienza iluminarse, cada vez con más intensidad. Corro hasta Fernando, mientras Orfiel se esfuma, y lo tomo de la mano, segundos antes de que el brillo nos encandile por completo.

Soy el ardor frío, soy la llama helada. Soy el Arcángel Raguel, escucho en mi mente, antes de abrir los ojos de nuevo. Ya no estamos en el castillo, tampoco en el bosque nevado. Nos encontramos en la terraza en la que me había arrojado Orfiel. Siento un tornado de sensaciones en mi pecho, a medida que tomo conciencia de todo lo ocurrido, así como también del poder que corre en mi interior. Sonrío. Llevo la mano a mi pecho, donde se carga de energía, y luego la dirijo hacia el cielo.

-Es mi edificio -dice Fernando.

Extiendo mis alas bajo el cielo nublado y siento su poder, mientras una luz cubre a mi novio, que regresa a su apariencia normal.

-¿Qué hora es? -le pregunto, y saca el celular de su bolsillo.

-Son las cuatro de la tarde.

-Solo pasaron unas horas acá.

-Del otro lado el tiempo transcurre de forma distinta -explica.

Mi traje celeste y mis alas empiezan a desaparecer, mi piel y mi cabello vuelven a su color normal. Fer me abraza y respiramos el aire congelado mientras observamos el cielo nublado y oscuro en silencio. Pienso en nuestros poderes. ¿Qué vamos a hacer con ellos? ¿Encontraremos a otras personas que se transforman y conocen otros mundos?

De pronto, noto unos puntos blancos en el aire, cayendo. Empiezan a acumularse y son cada vez más grandes. Están en mis manos, en mis hombros, en la cabeza de Fer. Sonreímos. Hoy, 9 de julio de 2007, nieva en Buenos Aires.

Somos Arcanos: La nevada de JulioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora