No llevaba la cuenta de los días en un calendario, pero ya eran más de dos semana las que habían pasado desde que yo había llegado a Venecia, y con ello; la amistad crecía por varios caminos.
Maxi, se había vuelto una persona muy comprensible y amable conmigo, incluso, cuando lo invité a salir yo, se mostró emocionado y dispuesto; ahora nos veíamos para tomar un café cada vez que queríamos, o si no, simplemente nos poníamos a platicar en el pasillo antes de entrar a nuestros respectivos departamentos. Había descubierto además, que tenía espíritu de poeta.
Con Joaquin era distinto, había muchísima confianza, debido a que yo era la única persona que había descubierto su secreto y ahora, contarnos cosas era parte de una plática casual entre ambos. Era bastante atento y siempre me preguntaba por Mariel. Cuando salíamos a pasear, nunca nos faltaba de qué hablar y al final del día, terminábamos contándonos secretos pequeños.
Ferni era otra de las personas con las que había logrado una bellísima amistad en menos de una semana; su simplicidad y simpatía habían sido fundamentales para ello. Era muy animada y siempre, me contara lo que me contara, me sacaba una sonrisa. Además de que yo tomé por costumbre ir al negocio de su familia a revelar mis fotografías. Tenía apenas dieciocho años, pero su mente era tan madura que parecía incluso mayor que yo.
Julian, ese era un caso muy distinto a todos. Él se había vuelto un gran amigo, el tiempo que compartíamos juntos era mucho más grande que el de cualquier otro, debido a que cada noche a las siete tocaba el timbre y pasábamos una hora riendo, hablando y a veces jugábamos con la baraja de cartas que Mariel conservaba de su padre. Sí, la amistad entre él y yo crecía cada vez más; pero junto a ello, crecía también una extraña emoción cuando le veía, una extraña sensación cálida en mi estómago y un entusiasmo palpable al oír el timbre sonar cada noche. Pero sólo hasta que llegaba Mariel, porque luego, la fierecilla se apoderaba de mí y podía sentirla en mi fuero interno perfectamente disgustada, ella quería más tiempo con Julian. Todo aquello comenzó a darme cierto temor, estaba experimentando sensaciones bastante extrañas, al menos las denominaba así por que no tenían que pertenecerle al novio de mi mejor amiga.
Miré el reloj en forma de gato que pendía de la pared cercana a la cocina, eran las cuatro y media de la tarde. Tomé mi morral y me dirigí al estudio de fotografía de los Agnelli, para que Ferni me ayudara con las fotos, como siempre.
Al salir me encontré con Maxi quien al instante me regaló una bonita sonrisa.
-¿Vas a algún lado?-me preguntó.
-Sí, al laboratorio de fotografía de los Agnelli.
-Oh, ¿quieres que te acompañe?-se ofreció.
-Sí quieres, a mi me encantaría.
Así, salimos hasta allá. Maxi era muy inteligente y la verdad es que bastante apuesto también. Mariel me había mencionado varias veces que era muy obvio que yo le atraía a Maxi; sin embargo, era como si mis ojos hayan quedado cegados por un meteoro, y ya no pudieran ver las estrellas. En este caso; Julian sería el meteoro y Maxi la estrella.
Cuando llegamos, Ferni tardó en salir, estaba peleando con la máquina de impresión, de nuevo.
-¡Espera sólo un momento, Ori!-gritaba desde atrás, mientras que yo no dejaba de reír. Pobre de ella, esa máquina siempre le sacaba canas verdes.
Maxi permaneció tranquilo, observando las cosas en el local, hasta que Ferni apareció por fin detrás del mostrador.
-¡Listo!-me sonrió con esa sonrisa que se expandía tierna sobre su rostro.
Cuando Ferni desvió la vista de mí, la posó en la única otra persona que estaba conmigo. Maxi la miraba embobado.
-Oh-musité-, Ferni, te presento a un amigo. Maxi, ella es Ferni-dije al interpelado-, de la que tanto te he hablado; Ferni, el es Maxi, mi vecino.