El Diablo Esta En El Maizal

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-Necesito esto ¿no?-Eso pensaba Lena mientras bajaba de la camioneta de su tío embarrada de lodo.

Sintió los rayos del sol calentar su cabello rubio e instintivamente trató de proteger sus ojos con una mano, se sobresaltó perdiendo el equilibrio al sentir que tocaban su hombro, se recompuso al girar la cabeza y encontrar la sonrisa cálida de aquel hombre ya canoso por los años entrados que conocía desde hace toda una vida.

-te ayudare con eso, pequeña- dijo su tío antes de tomar las maletas que llevaba en ambas manos la joven -vamos- movió su cabeza para que lo siguiera.

Lena respiró profundamente, dio una vista rápida al paisaje que lucía como la última vez que lo vio, hace mucho que no estaba en aquel lugar, no iba desde que tenía unos siete años y todo estaba tal como lo recordaba; la vieja casa pintada de blanco, el enorme árbol plantado justo a su izquierda y lo que más recordaba era aquel desmesurado maizal de unas cinco hectáreas, su tío necesitaba varios hombres para mantenerlo.

Una sonrisa de burla hacia sí misma se dibujó en su rostro, recordó entonces lo mucho que le daba miedo entrar a ese lugar aunque fuera con sus tíos o sus padres, siempre tenía esa sensación de inseguridad, de que se perdería y nadie la encontraría. Al contrario de su prima, que siempre fue más intrépida que llegaba incluso a trepar el enorme árbol. Su sonrisa se tinto con algo de nostalgia, había sido una egoísta al dejar a su prima de lado por tantos años. Se preguntó si aún se llevarían tan bien como en aquella época y también pensó en el hecho de que sería lo único en ese lugar que no se vería igual.

Siguió a su tío de cerca con un paso tímido, quería pasar desapercibida tanto como pudiera. Este plan no duro mucho, en cuanto paso por la puerta principal de la casa fue recibida por un grito de emoción de su tía, incluso los hombres que se encontraban en el maizal lo escucharon.

-¿Cómo estuvo el viaje? ¿Estas cansada? ¿Hambrienta? ¡Estás muy delgada!- Lena, con una sonrisa tímida, se limitó a responder con un sí y un no a todo.

-subiré esto- interrumpió su tío, Lena hizo un ademan para que no se tomara las molestias, podía hacerlo ella misma, pero el hombre con su cálida sonrisa finalizó –tienen mucho con lo que ponerse al día, le diré a Emma que estas aquí-

Sintió su corazón detenerse por unos segundos, no pudo objetar nada, se vio llevada a la cocina por la amable señora que no ocultaba en absoluto su felicidad por verla, le sirvió tanta comida que la joven no creyó que podría ingerirla toda. Lena suspiró con cierto alivio, ahora estaba segura de que esto era lo que necesitaba, estar alejada de la ciudad, de la universidad y dedicarse solo a ella.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por unos fuertes pasos que se escucharon, venían desde arriba, era como un galope desbocado. Pronto una joven de cabello castaño claro, un poco revuelto, tal vez por la velocidad de su trayecto, entró en la cocina mirando inquieta hacia todos lados, sus ojos solo se calmaron cuando se encontraron con los de Lena. La joven de ciudad se levantó de su silla, quedando de pie e inmóvil en el mismo lugar, esperando el siguiente movimiento de la recién llegada. Sus ojos se abrieron como platos cuando esta la estrecho en sus brazos, sintió una ola de emociones, emociones que amenazaban con salir a gotas de sus ojos, respiró profundamente tomando control de sí misma y respondió al abrazo de la chica.

-lo siento tanto, Emm- susurro de forma que solo su prima pudo escucharlo, el abrazo se rompió, pero ambas aún se sostenían por los brazos, pudo contemplarla más de cerca y para sus sorpresa, aunque ya no era más una niña, aún era parecida a su recuerdo; ojos claros con cierto parecido a los suyos, algunas pecas claras que adornaban su rostro, su cabello ondulado que solía cepillar cuando hacían pijamadas o cuando se iban en soledad a algún rincón de la granja para entenderse una a la otra.

El Diablo Esta En El MaizalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora