Adele hundió la nariz en el suéter azul de algodón y un olor familiar la golpeó de inmediato: un abrumador desconsuelo le cerró el estómago y le partió el corazón. Le subió un
hormigueo por el cuello y un nudo en la garganta amenazó con asfixiarla. Le entró el pánico.
Aparte del leve murmullo del frigorífico y de los ocasionales gemidos de las tuberías, en la casa
reinaba el silencio.Estaba sola. Tuvo un ataque de bilis y corrió al cuarto de baño, donde
cayó de rodillas ante el retrete.
Simon se había ido y jamás regresaría. Ésa era la realidad. Nunca volvería a acariciar la
suavidad de su pelo, a intercambiar en secreto una broma con él durante una cena con amigos, a lloriquearle al llegar a casa tras una dura jornada en el trabajo porque necesitaba
algo tan simple como un abrazo; nunca volvería a compartir la cama con él, ni la despertarían
cada mañana sus ataques de estornudos, ni reiría con él hasta dolerle el estomago, nunca
volverían a discutir sobre a quién le tocaba levantarse para apagar la luz del dormitorio. Lo único que le quedaba eran un puñado de recuerdos y una imagen de su rostro, que día tras día iba haciéndose más vaga.Su plan había sido muy sencillo: pasar juntos el resto de sus vidas. Un plan que todo su Círculo consideró de lo más factible. Nadie dudaba de que fueran grandes amigos, amantes y
almas gemelas destinadas a estar juntas. Pero dio la casualidad de que un día el destino cambió de parecer.
El final había llegado demasiado pronto. Después de quejarse de una migraña durante varios días, Simon siguió el consejo de Adele y fue a ver a su médico. Lo hizo un
miércoles, aprovechando la hora del almuerzo. El médico pensó que el dolor de cabeza se debía al estrés o al cansancio y aventuró que en el peor de los casos quizá necesitase usar
gafas.A Simon no le gustó nada.
Le molestaba la idea de tener que usar gafas. No debería haberse preocupado, pues resultó que su problema no residía en los ojos, sino en el tumor que estaba creciendo en su cerebro.Adele tiró de la cadena del retrete y, temblando por lo frías que estaban las baldosas del suelo, se puso de pie. Simon sólo tenía treinta años. Ni mucho menos había sido el hombre
más sano de la Tierra, pero había gozado de suficiente salud para... bueno, para llevar una
vida normal. Cuando ya estaba muy enfermo, bromeaba a propósito de haber vivido con demasiada prudencia. Debería haber tomado drogas, haber bebido y viajado más, tendría que haber saltado de aviones y depilarse las piernas en plena caída.La lista seguía. Aunque él se riera de todo eso, Adele veía pesar y arrepentimiento en sus
ojos. Arrepentimiento por las cosas para las que nunca había sabido tener tiempo, los lugares
que nunca había visitado, y pesar por la pérdida de experiencias futuras. ¿Acaso lamentaba la vida que había llevado con ella? Adele jamás dudó de que la amara, pero temía que tuviera la impresión de haber desperdiciado un tiempo precioso.
Hacerse mayor se convirtió en algo que Simon deseaba desesperadamente lograr,
dejando así de ser un hecho inevitable y temido. ¡Qué presuntuosos habían sido ambos al no considerar nunca que hacerse mayor constituyese un logro y un desafío! Los dos habían
querido evitar envejecer a toda costa.
Adele vagaba de una habitación a otra mientras sorbía lagrimones salados. Tenía los ojos enrojecidos e irritados y la noche parecía no tener fin. Ningún lugar en la casa le
proporcionaba el menor consuelo. Los muebles que contemplaba sólo le devolvían inhóspitos silencios. Anheló que el sofá tendiera los brazos hacia ella, pero tampoco éste se dio por
aludido.A Simon no le hubiese gustado nada esto, pensó. Exhaló un hondo suspiro, se limpió las lágrimas y procuró recobrar un poco de sentido común. No, a Simon no le hubiese gustado en absoluto.
Igual que cada noche durante las últimas semanas, Adele se sumió en un profundo sueño poco antes del alba. Cada día despertaba incómodamente repantingada en un lugar distinto; hoy le tocó el turno al sofá. Una vez más, fue la llamada telefónica de un familiar o un amigo
preocupado la que la despertó. Probablemente pensaran que no hacía más que dormir. ¿Por qué no la llamaban mientras vagaba con desgana por la casa como un zombi, registrando las habitaciones en busca de... de qué? ¿Qué esperaba encontrar?-¿Diga? -contestó adormilada. Tenía la voz ronca de tanto llorar, pero ya hacía bastante tiempo que no se molestaba en disimular. Su mejor amigo se había ido para
siempre y nadie parecía comprender que ninguna cantidad de maquillaje, de aire fresco o de compras iba a llenar el vacío de su corazón.
-Oh, perdona, cariño, ¿te he despertado? -preguntó la voz inquieta de su madre a través de la línea.
Siempre la misma conversación. Cada mañana su madre llamaba para ver si había sobrevivido a la noche en soledad. Siempre temerosa de despertarla no obstante, aliviada al
oírla respirar; a salvo al constatar que su hija se había enfrentado a los fantasmas nocturnos.-No, sólo estaba echando una siesta, no te preocupes. Siempre la misma
respuesta.
-Tu padre ha salido y estaba pensando en ti, cielo.
¿Por qué aquella voz tranquilizadora y comprensiva conseguía siempre que se le saltaran las lágrimas? Imaginaba el rostro preocupado de su madre, el ceño fruncido, la frente arrugada por la inquietud. Pero eso no tranquilizaba a Adele. En realidad hacía que recordara por qué estaban preocupados y que no deberían estarlo. Todo tendría que ser
normal.Simon debería estar allí junto a ella, poniendo los ojos en blanco e intentando hacerla reír mientras su madre le hablaba. Un sinfín de veces Adele había tenido que
pasarle el teléfono a Simon, incapaz de contener el ataque de risa. Entonces él seguía la
charla, ignorando a Adele mientras ésta daba brincos alrededor de la cama, haciendo muecas
y bailes estrafalarios para captar su atención, cosa que rara vez conseguía.
Siguió toda la conversación contestando casi con monosílabos, oyendo sin escuchar una
sola palabra.
-Hace un día precioso, Adele. Te sentaría bien salir a dar un paseo. Respirar un poco de aire fresco.-Sí... Supongo que sí. -Otra vez el aire fresco, la presunta solución a sus problemas.
-Igual paso por ahí más tarde y charlamos un rato.
-No, gracias, mamá. Estoy bien.
Silencio.
-Bueno, pues nada... Llámame si cambias de idea. Estoy libre todo el día.
-De acuerdo. Otro silencio. -Gracias de todos modos -agregó Adele.
-De nada. En fin... Cuídate, cariño.
-Lo haré.
Adele estaba a punto de colgar el auricular pero volvió a oír la voz de su madre.
-Ah, Adele, por poco me olvido. Ese sobre sigue aquí, ya sabes, ese que te comenté.Está en la mesa de la cocina. Lo digo por si quieres recogerlo. Lleva aquí semanas y puede que sea importante.
-Lo dudo mucho. Lo más probable es que sea otra tarjeta de pésame.
-No, me parece que no lo es, cariño. La carta va dirigida a ti y encima de tu nombre pone... Espera, no cuelgues, que voy a buscarla...
Adele oyó el golpe seco del auricular, el ruido de los tacones sobre las baldosas alejándose hacia la mesa, el chirrido de una silla arrastrada por el suelo, pasos cada vez más
fuertes y por fin la voz de su madre al tomar de nuevo el teléfono.
-¿Sigues ahí?
-Sí.
-Muy bien, en la parte superior pone «la lista». No sé muy bien qué significa, cariño.Valdría la pena que le hecharas un........
Adele dejó caer el teléfono.Espero está historia sea de su agrado ♡
Díganme si seguirla o no
Espero sus comentarios
ESTÁS LEYENDO
Posdata ¡Te amo! (SIDELE)
FanfictionHay personas que esperan toda la vida para encontrar a su alma gemela, pero este no es el caso de de Adele y Simon. Novios desde el instituto, se sentían como si siempre hubiesen estado juntos. Podían acabar las frases del otro, e incluso cuando dis...