La pesadilla de Aidan (Capítulo único)

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—Recuerda, hijo. Te puse los calcetines junto a los zapatos, en tu bolso pequeño está tu cepillo de dientes y el desodorante. ¡Ah! Puse también en tu bolso tres chaquetas, por si hace mucho frío. También puse un par de calzoncillos de lana, esos que te hizo la abuela... —Mi madre no paraba de hablar.

En el momento en el que me dijeron "Aidan: nos vamos de vacaciones. Pero tú no, que queremos estar solos y estorbas" —aunque claro, con otras palabras— tuve un mal presentimiento. Sobre todo, ¡porque se iban al caribe! ¡Sin mí! ¡Su único hijo! Y para empeorar las cosas, me iba a tener que quedar por un mes en la casa de una señora que salió de la nada. Según mamá, es algo así como la tía abuela de una amiga muy cercana. Y me tengo que quedar en su casa.

Mis expectativas de verano de ir a la playa y divertirme con mis amigos se arruinaron completamente. No. De hecho, tan solo tenía las expectativas de un chico de quince años de pasárselas jugando videojuegos en su oscuro cuarto y comer chatarra a montones. Y aún así mis vacaciones soñadas estaban arruinadas.

—También te puse una toalla suave, ya sé como eres con las texturas y tu piel es sensible. Hice una lista de las cosas a las que eres alérgico por si acaso, y los medicamentos que debes tomar...

Mamá no se callaba. Aunque la decisión de dejarme con una vieja desconocida había sido principalmente su idea, era la que se veía más preocupada. Papá estaba feliz. Tendría más tiempos a solas con mamá.

Fuera imágenes asquerosas, cerebro.

Miré por la ventanilla del auto. Se veían muchos árboles, pasando tan rápidamente que no los podía diferenciar entre sí. El sol estaba sobre ellos, alumbrando fuerte las hojas de los árboles.

—No te vayas a dormir, Aidan. Ya queda poco —habló mi padre mirando el camino fijamente, mientras mi mamá me sonreía tierna desde su asiento.

*
—¿Me escuchaste, cariño?

—Uh, ah... sí, mamá —respondí apenas. Mi padre me envió una mirada severa por el retrovisor y gesticulé un "lo siento" con mis labios.

Él siempre hacía lo mismo, no me puede mirar así.

Intenté no dormirme durante el trayecto, y por primera vez lo logré. Me mantuve observando el paisaje, que cada vez se iba convirtiendo en más ciudad que bosque. Del otro lado se podía ver el reflejo del mar entre los árboles.

Tras tres horas más de viaje, llegamos a un pequeño y remoto pueblo cerca de la costa. Lamentablemente las playas no eran aptas para el baño, todo lo que había en las orillas eran rocas filosas y amenazantes.

Papá paró el auto frente a una casa gigantesca.  La verdad, parecía un barrio bastante lindo. Y caro.

—¿Pasó algo? Se detuvo el auto —dije hundiéndome más en el asiento.

—Esta es la casa, cariño —habló mamá con una sonrisa.

De la casa salió una señora de unos cincuenta años o quizá más. Tenía el cabello rubio y corto como si fuese un champiñón. Recibió a mamá y a papá, y entonces supuse que debería bajarme del auto.

Salí del auto y me dirigí a paso lento por el jardín frontal a la casa. En la casa del lado, justamente en el jardín, se encontraba una chica plantando unas flores.

—Este debe ser el pequeño Aidan. Un gusto conocerte, no sabes cuánto te he esperado —habló melosamente la anciana. ¿Pequeño Aidan? ¿Qué se cree?

—Constance, nos tenemos que ir. Fue un inmenso gusto el volver a verte, y espero que nuestro hijo no sea tan insoportable a tu mando. —Se despidió mamá luego de dar una risilla simpática.

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