Todo se puede decir que comenzó cuando Daniela se mudó de ciudad a los 12 años. Vivían en Lanzarote, pero su padre se quedó en paro y decidieron irse a la península, concretamente a Madrid, con sus abuelos maternos. Daniela dejó todo atrás. Sus recuerdos, sus amigos, todo. Y empezó de nuevo.
Empezó la secundaria un par de semanas después de que se mudaran. Las primeras semanas de clase lo pasó realmente mal. No conocía a nadie, se sentía sola y, por supuesto, echaba de menos su vida anterior. Pero poco a poco se fue acostumbrando y, antes de las vacaciones de invierno, ya tenía su grupo de amigos. Fue así como conoció a Rubén, quien fue ganándose su confianza y, a la vez, su cariño.
Los años pasaron, y entre Daniela y Rubén el cariño fue dando paso a algo más, algo parecido al amor. Estaba claro que Daniela era la que más quería en esa relación. Pero claro, cuando alguien está pillado por una persona, no se da cuenta de nada, por eso dicen que el amor es ciego.
En bachillerato decidieron dar el paso y ser algo más que amigos. Para entoncesm, él era su mundo. Se entendían, se compenetraban el uno al otro. O eso se suponía. Daniela tardó dos años y medio en descubrir que nada había sido como ella creía.
Dos o tres meses después de que ellos dos empezaran su relación, Rubén empezó a verse a escondidas de Daniela con Susana, una de aquellas chicas que Daniela conoció en primero y que formaba parte de aquél viejo grupo que en ese momento era historia. Cada vez Rubén estaba más distante. Cada vez se veían menos. Cada vez sus excusas eran peores. Cada vez Daniela se sentía peor, pero se repetía una y otra vez que era culpa de ella, que no era lo suficientemente buena para él.
Daniela terminó en el hospital, ingresada. Llevaba más de un año cortándose para intentar aliviar un poco el dolor que sentía en su corazón. Llevaba más de un año controlando la comida y vomitándola. Y nadie, nadie se había dado cuenta de eso. Ni sus padres, ni mucho menos Rubén.
