Reflejos de maldad

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Todos los derechos reservados.

Copyright © Oscar Sánchez de la Blanca. 2010.

Inscrito en el Registro de la propiedad intelectual.

 Dedicado a todas aquellas personas

 que con tan solo leerlo, se les pone 

la piel de gallina.

De donde os cuento esto no existen ventanas, ni tam­poco puedo respirar el aire puro de un simple día de domingo.

Puede mis días como persona se terminaran la misma noche que se acabaron mis sueños. ¿Quién soy? no lo sé. ¿Un porque? Quizás algún día pueda saberlo, mientras tanto seguiré esperando mi muerte.

Los lunes me tocaba levantarme como cualquier persona de clase media para ir a trabajar, me parecía curioso ver a mis dos hijas de siete y nueve años quejarse por ir al colegio y yo en cambio no hacer ni un simple gesto de amargura, pese a que estaba más disgustado que ellas.

Todos los días desayunábamos juntos, nos compenetrábamos lo suficientemente bien como para no despertar a mi mujer. Era algo que habíamos hecho desde siempre, intentábamos quitarle trabajo. Me encargaba de llevarlas al colegio, un colegio que estaba cerca de casa, pero aun así me gustaba acompañarlas. Después me iba a mi trabajo. Trabajaba de reponedor en un centro comercial, ese trabajo no me daba para muchos caprichos pero aun así podía mantener a mi familia, que era en realidad lo único que me importaba.

Mi mujer, Paula, era la que se encargaba de recoger a las pequeñas Marta y Penny, la más pequeña. Juntas iban hacia casa y me esperaban para comer.

Yo solía llegar casi siempre a la media hora después, y era en ese momento cuando las pillaba ayudando a su madre a poner la mesa, era algo maravilloso ver como tan pequeñas ya se preocupaban por ayudarnos, me gustaba y sabia que teníamos mucha suerte de tener unas niñas increíbles, a decir verdad siempre supe que tenía mucha suerte de tener una familia maravillosa.

Todo hubiera ido bien si no llega a pasar lo que paso...

La vida muchas veces es injusta, y en ocasiones sin darnos tiempo a reaccionar pasan cosas que no tendrían que suceder.

La noche en la que mi vida dejo de tener sentido, fue la misma noche en la que el destino, por llamarlo de alguna forma, se puso en contra.

La mayor parte de las noches, antes de irnos todos a dormir mi mujer y yo nos íbamos a los cuartos de nuestras hijas y les contábamos el cuento que ellas querían escuchar, al rato se dormían y era el momento ideal para taparles, darles un beso de buenas noches y entórnales la puerta sin oír ninguna queja. Recuerdo que alternaba los días con mis peques, un día me tocaba leerle a la pequeña y otro a la pequeña más grande, los días que no iba yo, iba su madre, es decir mi mujer.

Era el único rato de el día en el que yo podía saborear mi fortuna de estar ahí, y convertirme repentinamente en el niño que algún día deje de ser.

Al rato y después de terminar esa pequeña rutina, mi mujer y yo nos íbamos a dormir. A nosotros no nos contaba nadie cuentos, pero realmente no los necesitábamos, nos quedábamos rendidos al instante por el cansancio del día.

Todas las noches eran más o menos igual, pero hubo una que después de irme a dormir, noté algo extraño.

Estaba despierto, no sé que me pasaba que no podía dormirme, todo era silencio. Me gustaba esa tranquilidad pero de pronto algo interrumpió mi armonía, un ruido a cristales o a platos rotos hizo que mi mujer y yo nos sobresaltásemos.

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⏰ Última actualización: Dec 22, 2013 ⏰

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