Suciedad, suciedad por todas partes, eso era lo único que el pobre animal veía en su día a día. Todo eso había pasado a ser su nueva casa desde el momento en que los padres de su pequeño lo habían abandonado en las calles.
El pequeño minino no tenía idea de el porqué había sido dejado allí, lejos de su pequeño; él adoraba a Lukas, amaba la manera en la que el rubio le daba mimos y lo premiaba cada vez que obedecía y se comportaba.
El pequeño gatito aún tenía la esperanza de ver a su querido amo, si bien no llegaba a ser un ser humano, tenía el suficiente raciocinio para saber y reconocer que extrañaba su casa; nunca había hecho algo para que fuera regañado o castigado, él había sido una buena mascota en todos los sentidos, pero aún así ¿Por qué? ¿Por qué había sido dejado en aquel lugar? Simplemente no lo entendía.
No tenía comida ni refugio, el pobre animal se encontraba a la deriva, en un callejón sin oportunidad alguna de sobrevivir.
Poco a poco el minino fue perdiendo la vitalidad, perdía peso de manera constante, y sumando los continuos ataques por otros animales, lo hacían que se encontrara moribundo.
Él aún mantenía la esperanza de al menos ver a su pequeño una vez más, podría aventurarse a ir a su antiguo hogar, el único problema era que no sabía donde se encontraba, y que tampoco tenía la fuerza necesaria de aventurarse a salir de su refugio.
Los días pasaban y el pequeño se desvanecía cada vez más en aquel solitario rincón donde descansaba; se había dirigido allí con el conocimiento de que muy pronto moriría, pero a estas alturas poco importaba, se encontraba completamente solo, y sin la alegría de su pequeño rayo de sol ya nada importaba.
El día definitivo llegó y el animal dejó este plano existencial sin que alguien lo notara, el ser abandonado por su antigua familia lo había llevado a una muerte y tortuosa; el pequeño animal que no tenía ninguna culpa había muerto por el capricho de unos adultos que habían decidido no tener al gato más.
