LA VIDA DE KARINA

77 8 14
                                    

El viento zarandeaba mi ropa mientras corría para que mi hermana Adela no me alcanzara. Mi madre estaba vigilando de cerca, atendiendo a la ropa que se amontonaba en la pila. Mamá dejó su labor cuando llegó un hombre larguirucho que llevaba uniforme, quien le entregó una carta.

Conforme mamá la iba leyendo sus ojos se inundaban de lágrimas. Al verla, mi hermana y yo nos acercamos a ella. Mamá se secó las lágrimas y entró en la casa sin mediar palabra.

Al rato, apareció mi tía Emilia, la hermana de mi padre, y el resto de mis familiares como si se tratase de una reunión familiar. Me resultó extraño, porque no era un día especial. Y además, todos exceptuando a Emilia vivían muy lejos. Todos entraron al salón menos Adela, Guillermo y yo, ya que no nos dejaron. 

<<¡Claro, como somos los pequeños nos dejan al margen! ¡Que injusticia!>> pensé. Adela sujetaba a Guillermo en sus brazos, acunándolo suavemente. Mientras tanto, yo ponía la oreja detrás de la puerta, intentando escuchar. Sin embargo, fue en vano porque sólo logré distinguir palabras que no comprendía: algo así como "custodia", "herencia", "tutela"  y palabras muy complejas que ni siquiera soy capaz de repetir. Quizás tendría que haber prestado más atención a las lecciones de la escuela. De todas formas, mis padres no le daban gran importancia, pues decían que era algo inútil para las señoritas.

Más tarde, mis hermanos mayores, Rodrigo y Emilio, salieron llorando. Emilia, salió tras ellos y se acercó a Adela y a mí, diciéndonos con voz suave: -Niñas, vuestro padre... -le interrumpí inmediatamente, preguntándole-: ¿Cuándo viene?-pero ella bajó la mirada y prosiguió-: Él no va a venir, querida. Está en el cielo.

Pensé que se trataba de una cruel broma, ¡No podía creerlo! ¿Acaso no volvería a verle? Al menos, eso era lo que significaba cuando alguien estaba en el cielo, no volvía. Aún así, yo terca como una mula, esperé su llegada, pero hacía meses que se fue. Así que me hice a la idea de que no volvería. He de decir que el cuidado de mi hermano menor y las tareas de la casa me hicieron más llevaderos el paso de los días. Yo ayudaba encantada a mi madre porque no daba a basto con los gastos y tareas de la casa. Yo no era la única que contribuía, sino que mis hermanos hacían todo lo posible, aún así la situación en mi casa era cada vez más precaria: Había días que no teníamos ni un trozo de pan que llevarnos a la boca, mi madre ya no podía amamantar a Guillermo y éste estaba desnutrido.

No podríamos seguir mucho tiempo así, mi madre acudió a la única persona que podría ayudarnos: mi tía Emilia. Ya que el resto de familiares vivía muy lejos. Ella nos acogió en su casa, nos vistió y alimentó. Le estoy muy agradecida por ello, pero la convivencia cada vez era más difícil. Pues Emilia culpaba a mi madre por la muerte de mi padre, la insultaba, humillaba y la obligaba a hacer todas las tareas de la casa. Muchas noches escuchaba como ambas discutían y gritaban, incluso oía golpes. Casualmente, al día siguiente, mi madre aparecía con un nuevo moratón. 

Un día mamá desapareció y no volví a saber de ella. Según dijo mi tía, nos abandonó. El tema de conversación predilecto de Emilia, cada día, era lo irresponsable que era mamá por dejarnos. Yo no sé que pasó realmente, pero desde aquel momento aquella casa se convirtió en un verdadero infierno. La convivencia era insostenible: Cuando mis hermanos empezaron a trabajar, Emilia les reclamaba su paga, alegando que ella les había acogido y ese dinero le pertenecía. Mis hermanos fueron abandonando la vivienda y casándose, hasta que sólo quedamos Adela, Guillermo y yo.

Después de unos meses, Emilia presentó a Adela un hombre estirado y serio que pedía su mano. Ambos no tardaron mucho tiempo en casarse. Yo encontraba a mi hermana muy nerviosa siempre y con una sonrisa fingida delante de mi tía. Adela sabía mantener las apariencias muy bien, pero a mí no me engañaba ella no quería a ese hombre. Se notaba en su mirada, en la incomodidad que sentía cuando visitaba la casa para recogerla. Hasta que finalmente, ocurrió. Mi querida hermana, la que siempre había estado conmigo, con la que había compartido los más profundos secretos de mi infancia y adolescencia. Se apartó de mi vida también, a pesar que éramos uña y carne. A pesar que prometimos jamás separarnos. Supongo que son cosas que pasan: Crecemos, nos casamos y tenemos que vivir cada uno nuestras vidas por separado. Así funcionan las cosas aquí.

Me dolió en el alma ver como cada uno de mis seres queridos me iban abandonando, pero nos hacéis una idea lo que supuso para mí la partida de mi hermana. Ella era mi confidente, la que me conocía mejor que nadie en este mundo. Sin embargo tarde o temprano tenía que pasar ¿No? Ella se fue a hacer su vida en otra parte, mientras yo era presa. Esclava de las tareas domesticas, sometida a los cuidados que mi tía demandaba, dependiente de aquella vida que me llevaba a la decadencia.

Una vida sacrificada, en la que no podía hacer caso de mis propios deseos. Yo era un pájaro enjaulado y de la propiedad de mi tía. Tuve muchos pretendientes y chicos interesados en pedir mi mano, pero Emilia los echaba sin pedirme consentimiento alguno. Ella se justificaba diciendo que yo no estaba lista para llevar un hogar. Que era una inútil como mi madre, no servía ni siquiera como mujer. Estos pensamientos se fueron calando en mí y en mi autoestima. No confiaba en mí misma y dejaba que mi tía hiciera conmigo lo que quisiese, como si fuese un trapo sucio, sin importancia, sin valor alguno...

En cierto modo, aún lo sigo pensando a veces. No puedo evitarlo, me siento poca cosa por permitir que me mangoneasen de esa manera. Mi libertad llegó al fin un día caluroso, concretamente un tres de agosto. Sí, lo recuerdo con muy bien. ¿Cómo podría olvidarlo? Fue el día en que encontré a mi tía, tendida en la cama. No respiraba, no contestó cuando la llamé, sino que se quedó inmóvil. No sé explicar con palabras lo que sentí en aquel momento. Más bien era temor, miedo porque no sabía que iba a pasar con mi vida, dependía por completo de ella para todo ¿Qué instrucciones debía tomar ahora que ella no estaba? Me quedé paralizada observando su cuerpo inerte no sabría decir cuanto tiempo. El suficiente para que Guillermo, el cual ya tenía diez años, me dijese que teníamos que avisar al médico.

¿Qué hice con mi vida después de que mi tía nos dejase? Busqué a mi hermana Adela, ella me brindó todo el apoyo económico que pudo. Guillermo y yo nos quedamos en la casa de mi tía hasta que después el se casó y me dejó sola en aquel lugar lleno de espantosos recuerdos, mi autoestima fue mejorando con los años. También logré retomar contacto con mi madre, ella me lo contó todo. Y fui incapaz de culparla por lo que pasó. Ella era tan víctima como yo. Sé que suprimió los detalles más dolorosos, pero me contó cómo Emilia la echó de la casa y no le dejaba regresar con sus hijos.

No sé como una persona puede ser así, pero eso ya es cosa del pasado, intentó repetirme esas palabras constantemente. Con el tiempo pude empezar a confiar a las personas y así es cómo conocí a Juán, el futuro padre de mis dos preciosos hijos. Ellos son mi razón de ser, quienes me dan fuerzas para continuar y sentirme más segura de mi mísma. Y lo más importante: ahora soy libre, libre de tomar las riendas de mi vida.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Aug 16, 2021 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

La Vida De KarinaWhere stories live. Discover now