Ayer.

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Cuando se piensa en el pasado hay dos opciones, o te estresas con momentos malos o te entra la nostalgia por las cosas buenas. Para alguien con una memoria tan buena como la mía suele ser difícil lidiar con ambos. Hay que aprender a deshacerse de la basura, hay que dejar ir aquello que nos hiere y reírse, y no sentir más que lastima por quienes nos han hecho daño, porque bueno, ellos son quienes cargan con sus malas acciones al final de cuentas.
Hay que saber hacer espacio en la memoria, y también hay que saber con que llenarla; con la voz de tu papá y la risa de mamá, con los abrazos de tus abuelos, con el ronroneo de tu gato y los juegos con tu perro, el dibujo que hiciste a los seis años y tu mamá aun tiene guardado. Cosas que valga la pena recordar toda la vida, que te han hecho ser quien eres, como el primer libro que te hizo sentir que tu vida había cambiado, la canción que te hace llorar siempre y no sabes por que, simplemente te recuerda cosas, te hace sentir extraño pero te encanta.
Llenar el corazón con tantas dosis de maravillas como sea posible; el sabor del primer beso, el olor de la comida de mamá, el color que tenía el cielo en el día más feliz que tuviste en tu niñez, el cosquilleo en el cuerpo cuando ves a quien amas.
Antes temía mucho el crecer, me daba miedo porque estaba segura que al hacerlo iba a olvidar las cosas importantes, quería detener el tiempo en un instante perfecto. Entonces me di cuenta de que si lo hacia no podría tener más maravillas, más alimento para el alma, más cosas que quiera recordar por siempre. Y deje de resistirme al tiempo, porque el me prometió que no me quitaría mis maravillas y me hice su amiga. Y fui feliz.

Corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora