Tú y yo, un equipo

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La joven debía admitirlo.
Tenía que reconocerlo.
Ese akuma era el más peligroso al que se habían enfrentado.
Su veloz y mortífero boomerang había estado a punto de golpearla de lleno en el abdomen.

Retrocedió con ayuda de un ágil salto, cayendo con suma precisión y destreza sobre una farola. Sobre una farola lo suficientemente lejos como para otorgarle un respiro.
Ladybug inspiró profundamente, tratando en vano de calmarse.
Entretanto, pudo divisar en la lejanía a Chat Noir, luchando con las pocas fuerzas que le quedaban. Pudo, asimismo, vislumbrar las numerosas heridas que habían traspasado su azabache traje.
La muchacha se mordió el labio, sacudiendo la cabeza.
Lo último que debía hacer era cuestionar su propia habilidad en esa situación; no podía permitirse el lujo de dudar de sus capacidades, dadas las complejas circunstancias . Su amigo la necesitaba. Y debía ayudarle, fuese como fuese.

—¿Te echo un capote, gatito?—inquirió con sorna ella, acercándose con loable rapidez y bloqueando un atroz golpe dirigido a su compañero.
El akumatizado era de armas tomar y se disponía a arremeter contra Chat Noir con todas sus fuerzas. De nuevo.
No obstante, esa vez fue el héroe gatuno quien neutralizó al oponente con un rápido movimiento de su bastón, para luego regalarle una radiante sonrisa a su compañera.
Ella, pese a la magnitud de la situación, no pudo evitar corresponderle con otra sonrisa.
Chat Noir le había dedicado un gesto sincero, lleno de gratitud. Además, su mirada esmeralda se le había antojado centelleante, con un flamante brillo que nunca antes le había visto. El héroe felino se encontraba con un maravilloso humor de gatos, nada relacionado con la arriesgada embestida a la que se vio expuesta la peliazul al hallarse tan sumida en sus pensamientos.
—¡Cuidado, mi lady!
Su compañero golpeó al atacante con la suficiente antelación como para lanzarlo a unos pocos metros de distancia antes de efectuar el placaje fatal a la heroína.
Después de aturdir a su contrincante durante unos segundos, Chat se le acercó con la preocupación grabada en el rostro.
Sobre todo en sus ojos; aquellos orbes tan verdes como un apacible y frondoso bosque la miraban fijamente, analizando su estado y escrutándole el alma, en opinión de la chica. Esta se apartó de un salto, volviendo a la realidad.
—Sí, bien, gracias, como sea.—respondió atropelladamente, haciendo de la oración un conjunto de palabras ininteligibles.
El rubio ladeó la cabeza con confusión, pero al ver que su amada estaba en buenas condiciones, esbozó una deslumbrante y extraordinaria sonrisa que cautivó a la joven.
Al menos durante unos instantes, hasta que la víctima de Lepidóptero, dominada por renovados sentimientos negativos, hizo nuevamente acto de presencia, interrumpiendo la hechizante escena.

Marinette, bajo la máscara, se reprochó a sí misma su despiste y falta de atención, centrándose en el akuma que debían derrotar y purificar.
Sí, exacto. Debía enfocarse en él. Sí, en el akuma.
Efectivamente, en aquel enviado por Lepidóptero y no en los penetrantres, profundos e hipnotizantes ojos de su compañero.
Por supuesto que no. No podía perderse en la perfecta sonrisa que este poseía, que infundía ánimos y calidez. Asimismo, tampoco podía dirigir su mirada a su sedoso y suave cabello dorado ni a su bien formada figura, que en ese preciso momento la envolvía en un ademán protector, abrazándola con suavidad y embriagando todos sus sentidos, ausentes de la realidad.
Sí. Había acontecido de nuevo.
Se había sumergido en la vorágine de sensaciones y pensamientos que llevaba padeciendo desde hacía tiempo, en vez de ayudar a su compañero a defender París.
Ladybug habría recibido un brutal golpe si Chat Noir no la hubiese desviado de la trayectoria.
Le debía una. O, tal vez, varias más.
—Mi lady—al sonido de su voz, se estremeció ligeramente, pues sintió su aliento en la nuca—, se te acaba el tiempo.

Fue entonces cuando se percató de que cuando transcurrieran unos pocos minutos, recuperaría su apariencia normal y corriente, aquella forma torpe e incapaz de librar a los habitantes parisinos del mal.
Frunció el ceño con nuevas fuerzas y sus ojos reflejaron la viva imagen de la determinación.
—Que no haya surtido efecto el Lucky Charm—comenzó la joven de las coletas, sonriendo con decisión—, no significa que te dejaré ganar tan fácilmente.

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