El tiempo se me hacía cada vez más pesado, llevaba casi cuatro horas de viaje y la forma de mis mejillas sobre las ventanas del coche ya se había quedado marcada.
-¿Queda mucho? -pregunté a mamá mientras separaba mi cara del cristal.
-No - sonrió -. Mira, ¿ves allí? Es la nueva casa.
Seguí con la mirada la dirección que indicaba mi madre y vi una pequeña casita encima de un valle verde y florido. Tenía una terraza enorme en el piso de arriba y unas vistas preciosas al mar. Rodeada por otras casas similares, la parcela se componía de una zona verde y una piscina con sombrillas. Puse mis ojos en blanco.
-Mamá, nadie se cree que viviremos ahí.
-¡Claro que viviremos ahí!
Vi que el coche entraba en una rampa hacia la casa.
-Madre mía... -me oí a mí misma susurrar.