La última hora

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(N/A): Nada tiene sentido pero el #NaNoWriMo me obliga moralmente a ponerme las pilas. La idea principal nació inspirada por la canción "El Baile" de Izal pero todo se ha desarrollado gracias a la canción de cabecera porque la cabra (yo) siempre tira al monte.

*

Le encontró en el rincón más apartado del patio, con una cerveza en la mano y mirada ausente, siguiendo el ritmo de la música distraídamente con el pie y sin hablar con nadie más.

—¿Albert?

El aludido levantó la vista y Pablo se encontró con sus ojos marrones clavándose en los suyos, de un brillo desconsiderado gracias a la luna anormalmente grande que brillaba esa noche. Un satélite gigantesco en el cielo que parecía amenazar con colisionar con la superficie terrestre en cualquier momento y que aún así mostraba un último acto de benevolencia con él, recortando su reflejo sobre su perfil otorgándole a su piel un aspecto casi argénteo. Sólo él, ante una luz como aquella, conseguía parecer sobrecogedoramente irreal. A eso sumado el hecho de que era la última persona que esperaba ver allí —y lo más importante de todo, precisamente en aquellas circunstancias— hizo que Pablo sintiese el impulso irracional de tocarle el rostro, esperando que en cualquier momento se deshiciese entre sus dedos como una estatua de la más fina arena. Pero aunque daban igual las consecuencias, a esas alturas no habría nada que lamentar después, se contuvo y enredó los dedos tras su espalda, envidiando en silencio a la luna por poder recrearse en su cuerpo con total libertad.

—Hola —respondió tímidamente al principio aunque cuando alzó la mano para saludarle ésta se mantuvo firme, sin un atisbo de nerviosismo.

—No esperaba encontrarte por aquí.

La amplitud del patio y la atronadora música empujaba a la multitud al extremo opuesto de donde ellos se encontraban lo que les proporcionaba un cierto grado de intimidad que ambos agradecieron en su fuero interno.

—No había modo de que lo supieras.

Y era cierto, se habían despedido por Telegram la mañana del día anterior; un par de frases amigables y corteses, como con el resto de conocidos políticos. Ánimos, buenos deseos y mucha entereza para afrontar lo que estaba por venir. El problema de todo eso era que Pablo no encajaba exactamente en la etiqueta de "conocido". Tampoco en la de "amigo". Era una categoría en sí mismo, extraña y fascinante, como lo había sido su relación para cualquier observador externo. Esa formalidad casi diplomática le resultaba ajena y en sus dedos y en su lengua habían ardido todas las palabras no dichas.

Cuando había cogido el coche, con cientos de kilómetros por delante pero sabiendo que llegaría a tiempo, lo había hecho sin pensar, simplemente auspiciado por todos los sentimientos que se le apelotonaban en la garganta y amenazaban con ahogarle si no los soltaba.

Y ahora, con Pablo frente a él, la camisa blanca completamente abierta mostrando kilómetros y kilómetros de piel pálida y su melena suelta, probablemente en un último acto de rebeldía salvaje, sentía que de no haberlo hecho se habría arrepentido cada segundo de lo que le quedaba de vida.

—¿Puedo preguntarte por qué?

El aire aún tenía la fuerza suficiente para hacer que su pelo ondease a su capricho y Albert sintió que ya no tenía sentido callarse nada. Tampoco iban a disponer de tiempo para reproches.

—Porque si lo último que consigo antes de que todo se vaya a la mierda es que me mires como lo estás haciendo ahora sé que habrá merecido la pena.

Era una confesión en toda regla, una declaración que por vez primera vez se atrevía a hacerle directamente a la cara, y al diablo con lo que sucediese después.

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