Segundo Encuentro

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El día amaneció con una temperatura agradable, se había sentido revitalizada al dirigirse a la universidad, en su primera clase todo había ido a pedir de boca, sin ningún contratiempo ni incomodidades, excepto que por un momento le sobrecogió la familiar sensación de que alguien le observaba, le pareció que alguien le miraba de una manera peculiar, y luego pensó que eran solo nervios, ya que todo el mundo la miraba, una de las desventajas de ser la moderadora de un grupo de más de ochenta estudiantes, así que lo dejo ir, no se podía dejar amedrentar en su primer día.

Cuando salió a almorzar, se sentó en un banco bajo la sombra de un gran árbol. Luego del almuerzo se dirigió a la oficina del departamento de literatura, del cual era la nueva subdirectora, necesitaba verificar unas informaciones que le habían mencionado al inicio del día, al entrar noto un olor muy agradable que no supo identificar y que se le antojo un poco varonil, pero no vio a nadie, descartó el pensamiento y se concentró en observar su nuevo espacio de trabajo, el cual amaba. Era una amplia oficina, que más parecía una biblioteca, estaba llena de esos altos estantes de librerías antiguas, tenía dos escritorios enormes de caoba, colocados en una posición en la que cuando dos personas los ocupaban, uno de ellos quedaba de frente al otro; su escritorio era el de la derecha, estaba lejos de la ventana pero si miraba a su derecha podía ver un amplio jardín repleto de arboles que se veían centenarios.

Cuando se sentó y ya estaba concentrada en su trabajo, escuchó un movimiento a su espalda, se dio la vuelta en su silla giratoria, se encontró con dos grandes y profundos ojos del azul más intenso que había visto, por segunda vez, su impresión fue tal al ver al joven de la conferencia que sin darse cuenta se puso de pie, estuvo a punto de decir "tú" pero le faltó la voz, fue un alivio, porque si hubiera dicho eso, hubiera hecho el completo ridículo, estaba segura que él no sabía quién era ella.

- Perdón, no fue mi intención asustarle – dijo el chico de los ojos azules, sí, para ella era un chico, de cerca tenía un porte imponente, pero en su cara y en sus ojos aun se podía ver el brío de la juventud cosa que ella había notado en todas las personas a su alrededor, ella incluida, que ya a su edad era casi imposible de mantener.

- No, no hay problema, solo me sorprendí, pensé que estaba sola – respondió inmediatamente se repuso del asombro. El sonrió, su sonrisa tenía algo peculiar que hizo que ella casi se sonrojara, casi; era obvio que él era un rompe corazones, para muchachas de su edad, obviamente. El pulso se le aceleró un poco por su manera de mirarla, como si tuviera veinte años menos "que ni lo piense" se dijo, no era una niñata con la que él iba a jugar, hacía ya tiempo desde la última vez que permitió que alguien se burlara de ella, era una mujer que, para su edad, se veía joven, se mantenía a base de ejercicios y alimentación saludable, pero sabía que él no podía pensar que eran contemporáneos, él no podía tener ni treinta años, a lo sumo tendría veinticinco, lo sabía, era buena calculando edades.

- Mucho gusto mi nombre es Alejandro Zimmer, seré su compañero de oficina, soy el coordinador del área, será un honor trabajar con usted – le dijo mientras le tendía la mano, ella adoptó una postura rígida y un gesto serio, quería dejar claro que mejor ni lo intentaba.

- Mi nombre es Mariell Aberfort, y por lo que me dices soy tu superior y espero que me trates como tal – espetó con un tono duro, la sonrisa de él se diluyó poco a poco, luego dejó escapar una risa nerviosa, se pasó la mano por el pelo y respondió

- Un placer señora Aberfort, espero que podamos llevarnos bien en el trabajo – y se dirigió hacia el que sería su escritorio, el resto del tiempo que pasaron en la oficina fue en absoluto silencio, ella sentía de vez en cuando su mirada, ¿Por qué la miraba de esa manera?, y las pocas veces que miró por la ventana lo sorprendió, en efecto con los ojos fijos en ella por encima de su ordenador, detestaba el no poder mirar por la ventana en paz y poder disfrutar de la vista sin encontrarse con los entrometidos ojos del muchacho, pero al parecer tendría que acostumbrarse a ello; para el final de la jornada ella estaba convencida de que él se convertiría en una molestia constante en su tan añorado trabajo y eso no podía permitirlo, debía evitar que perturbara su paz.

Cuando hubo acabado con las cosas pendientes del día, se puso de pie y se marchó, su desagradable compañero se había ausentado hacía ya casi quince minutos, no sabía a dónde pero sus pertenencias aun permanecían sobre su escritorio, le enervaba el pensar que ese mocoso lograra intranquilizarla con el simple hecho de estar cerca de ella, caminaba embebida en este pensamiento, abrió la puerta mientras buscaba sus llaves en el bolso, y saliendo chocó contra algo macizo y casi se cae hacia atrás, unas manos la sujetaron y detuvieron su caída, su cabello, corto y negro con un pequeño toque de cabellos grises, se desordenó por el movimiento brusco, se quitó los mechones que le impedían la visión mientras las manos la ayudaban a incorporarse del todo, era Alejandro, tanto con quien se había producido la colisión, como quien había evitado la vergonzosa caída.

- ¿Estás bien? – pregunto mirándola con una expresión preocupada.

- S...sí – contesto ella saliendo del aturdimiento que le provocó, más que el choque per se, el que su pecho delgado pudiera ser tan fuerte, se imagino que, sin camisa, el debía ser todo un ejemplar en musculatura – gracias – dijo ella cuando pudo sacudir el pensamiento de su torso desnudo.

Sin agregar nada mas esprintó fuera del lugar dejándolo un poco atontado y con una expresión entre divertida y culpable frente a la puerta de su oficina.

Fuego de InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora