Almuerzo

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- Hola, Feliz cumpleaños – dijo frente a ella al otro lado de la puerta, estaba hermoso esa mañana "esos pensamientos no te llevaran a ningún buen lugar" se dijo a si misma severamente.

- Hola, Feliz cumpleaños a ti también, otra vez – dijo haciéndose a un lado e invitándole a pasar con un gesto de la mano.

- Si, otra vez, lo siento, olvidaba la conversación de anoche – dijo un poco avergonzado, se le notaba tenso, pero estaba segura que a ella también, apenas si había podido dormir pensando en este momento toda la noche, los dos solos en su casa, por algún motivo esto la inquietaba demasiado, aun a pesar de haber tomado la decisión, que absolutamente nada inapropiado pasaría.

Comenzaron a conversar, cosas sin importancia, ella se había puesto un vestido, aun no estaba segura porque, le entrego el vino y se quito la bufanda y el abrigo ya que adentro no lo necesitaba, el llevaba puesto un suéter ajustado, demasiado ajustado para su bien, y unos vaqueros, ni muy ceñidos ni muy sueltos, ya no valía de nada ocultárselo, el chico era una visión digna de admirar, fueron a la cocina para que ella decantara el vino, seguían conversando de trivialidades, sus hijos, sus costumbres en los cumpleaños, el clima frío; ya para este momento se sentían más relajados, la atmósfera no era tan tensa, se sirvieron el vino y brindaron a la salud de ambos.

Él le ayudo a poner la mesa, ella se había esmerado en cocinar para los dos, no podía imaginarse que él se fuera sin la idea de que ella era la mejor cocinera que haya conocido, y no había fallado, podía ver como él disfrutaba cada bocado de su plato, ya para el postre, le había elogiado tanto que ella se dio por bien servida. De postre había una tarta con fresas, la había ordenado el día anterior y la había recogido esta mañana. Al terminar el postre él se excuso, se puso de pie y salió por la puerta principal, vio como se dirigía a su coche y luego empezó a retirar la mesa, el almuerzo había sido un éxito, él no se veía miserable porque fuera su cumpleaños y le había encantado su comida, no podía pedir nada más. Escucho la puerta cerrándose mientras estaba en la cocina, al terminar de limpiar los platos se dio la vuelta y el estaba de pie en el marco de la puerta de la cocina apoyado en el extremo derecho, su belleza le lastimaba los ojos, tenía el cabello negro que le llegaba a los hombros, lo llevaba más corto en la cara, para mejor visión supuso, tenía unos hombros anchos y masculinos, unos brazos fuertes que se marcaban con una precisión asesina bajo el suéter, y un abdomen plano, el cual podía notar que estaba perfectamente definido, de la cintura hacia abajo era un pecado mirar por más de dos segundos, pero basta con decir que sus piernas parecían de un atleta y se notaba que Dios había sido muy generoso con lo que tenía entre ellas "Dios dame fuerzas" pidió internamente.

- ¿Que haces ahí? Ve a la sala y ponte cómodo – le dijo, pero él se quedo mirándola y se acerco lentamente, colocó una hermosa caja sobre la encimera y continuó observándola con sus ojos profundos.

- Te traje algo, espero que te guste - le dijo en un susurro, ella estaba genuinamente sorprendida.

- Gra...gracias, no debiste –balbució ella, sabía que se había sonrojado, podía sentirlo, tomo la caja en sus manos y la abrió, dentro había una caja ligeramente más pequeña con una pintura en todo alrededor de un árbol en otoño, con hojas a su alrededor en el suelo, unas hermosas hojas de maple en todo su colorido otoñal, al darle la vuelta noto que la caja tenía dos dobleces que al tirar de ellos dejaban expuesto un hermoso búho dorado con ojos brillantes, se llevo las manos a la boca, estaba conmovida, no podía creer que el recordara esa conversación. Lo miro y sus ojos brillaban al igual que la hermosa sonrisa que tenía en los labios.

- Déjame ponértelo – le dijo quitándolo del pedestal, se coloco tras ella, tan cerca que podía oler su perfume, estaba estúpidamente nerviosa, pero no podía controlarlo, había una vibra entre ellos, más fuerte de lo que se hubiera podido imaginar tener con alguien, no creía que fuera amor, pero la atracción sexual se sentía por todos lados y ya no sabía qué pasaría si seguían pasando más tiempo solos.

Fuego de InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora