one shot

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El atardecer con matices anaranjados hacía que su cabello se ponga rojizo, al igual que su cara que estaba quemada por estar todo el santo día de puerta en puerta, predicando o haciendo cosas de santitos. Realmente le jodía estar vestido como un pingüino. Por suerte, esta era la última casa.

La última casa del vecindario parecía descuidada. Podría jurar que nadie vivía ahí, o habían salido de viaje. Dudaba en si tocar o no, pues quería irse ya. Al final, recordó que el Padre le dijo claramente antes de marcharse "¡Si no visitas todas las casas Satanás entrará y hará un festín con tu alma! Y también harás veinte padres nuestros y cincuenta Aves María. ¡Entra a la puta casa, hijo!".

Tocó el timbre, no detectó movimiento y se dio la vuelta, le valía.
Soltó un suspiro, aliviado, por ya haber concluido; sin embargo, justo cuando se giró sobre sí para retirarse, oyó la puerta rechinar, y como si se tratara de un film de horror barato, muy barato, puso una cara de mierda y una voz ronca con notable acento noruego y ebriedad, lo llamaba. No supo por qué tuvo esa reacción tan exagerada. Como sea, maldijo por lo bajo, miró de frente al tipo y lo observó con el cuerpo recargado en la cornisa de la puerta.

-¿En qué -bostezó- ...puedo ayudarte, niño? -no tenía derecho a llamarlo así, al parecer tenían la misma edad.

-Uhh...

Estudió de arriba a abajo el estado del contrario. Tenía cara de aborto de mandril; cabello rubio ceniza enmarañado y grasoso, que combinaba a la perfección con esas violacias ojeras.

Como únicas prendas, unos bóxer rojos, unas pantuflas grises y un camisón negro que lo hacía ver bien flaquito. Ah, y apestaba a tabaco.

Su aspecto lo desmotivó un poco, tenía ganas de irse lo más rápido posible. Sentía que no era el momento.

-¿No tendrás unos minutos para hablar de, uh... -suspiró pesadamente al igual que un puberto aburrido de la clase- el Señor? -le costaba mucho trabajo pronunciar esa frase, ¡y la había estado repitiendo como radio vieja toda la tarde!

-Ugh, pensé que eras esas niñas exploradoras que dan galletitas con cocaína -se quejó decepcionado y se limpió su congestionada nariz con la manga corta-. Adelante, escuincle, siéntete como en casa. Al menos me harás compañía por un rato. Espérate que iré a traer refrescos porque me sobran.

El rubio lo hizo pasar y tomar asiento en el sofá gastado delante de la televisión, la cual era la única que iluminaba la sala de estar.
Su casa era un cuchitril; botellas de vodka regadas en el suelo, junto con algunas prendas malolientes. En la mesita de centro habían envoltorios de snacks y cajas de cigarrillos, al igual que en el sofá que estaba a punto de sentarse.

-Hm, nice -levantó las cejas totalmente acostumbrado de vivir en esas condiciones. Estaría mintiendo si dijera que su habitación es un palacio higiénico.

Sintió cómo el rubio se sentaba a su lado, pegando su pierna con la del castaño. Instintivamente Tom la retiró y se cruzó de piernas, así bien maricón, aunque a él le agradaba.

¿Ya mencionó que era un mal momento? No. Digo, sí.

Pasaron unos largos minutos leyendo en voz alta y el contrario lo interrumpió bruscamente.

-Viejo, pero qué aburrido, ¿no? Uhh...¿puedo agregar alguito? - dijo en murmullo rascando su ojo derecho-. Además, ya terminó tu tiempo.

-¿Cuál tiempo?

-Shh, nada, sólo óyeme. Sólo...préstame atención, no seas como los demás: puto - susurró al oído del chico, haciéndolo vulnerable con su aliento. A la fuerza dobló la cabeza del santo y lo recostó en su hombro, olfateando su cabello como un animal.
El santito se quedó perplejo, estático. No sabía si llorar o llorar.

-Tienes...¡un aroma de los dioses, nene! -la mano del quizá noruego pasó por toda su cara, aplastando y acariciando cada rincón -. ¿Cómo te llamas?

-Suéltame, imbécil -Thomas reaccionó. Estaba forcejeando, todo rojo y caluroso, gruñendo como un gato amargado.

-Bueno -rodó los ojos y lo empujó de espaldas al sofá- ¿Cómo te llamas? -preguntó con una sonrisa.

El castaño estaba algo confundido y muy caluroso, tenía que dejar a ese loco homosexual- Thomas.

-Thomas...Tho...Thom, Tom.

-¿Qué es lo que quieres de mí? -se comenzó a alterar, tenía miedo de...cualquier cosa que pasara por  la cabeza de ese enfermo- ¿¡Quieres dinero!? Tengo mucho en casa, déjame ir y te lo traigo, ten esto por mientras -le tiró en la cara las monedas para el pasaje. El casi rubio actuó con indiferencia.

-Por Odín, qué paranoico - sonrió de lado- No quiero tu dinero, te quiero a ti, Tom.

Tom pensó en mierda, literal.

- Para hablar - aguantó una risa viendo la cara de traumado que tenía el ingles- Qué cochino eres, y se supone que eres el santo acá y yo el pagano.

-Es que...bueno, sí...soy algo paranoico.

-Cool -el extranjero tomó un sorbo de su cerveza, casi olvidaba que había traído refrescos-. ¿Quieres? -le ofreció el vaso.

-Eso da cáncer, ¿sabes?

-Bonito, todo da cáncer ahora, ¡hasta yo doy cáncer! -rió y acercó más la bebida a su rostro. El contrario lo meditó unos segundos y terminó accediendo.

[.  .  .]

Finalmente se pudo deshacer de esa porquería de traje pingüinesco. Tiró todo a la trituradora del lavado, aunque ésta se atoró. El nórdico no se enojó o algo, solo lo esperaba impaciente en el sofá, con una cerveza en la diestra y su miembro en la siniestra.
Tom llegó con la corbata suelta y los boxers húmedos. La corbata era para ahorcar un poquito a el nórdico, le gustaba. Besó y acarició su cuerpo, como nunca hizo con nadie por virgo. Parecía, se sentía como una ilusión, pues claro, la marihuana ilegal del noruego era efectiva. A cada jadeo que daban sentía que su garganta y estómago quemaba, entonces vio unas burbujas salir de su boca, sonrió mordiendo su labio llegando al orgasmo. El alarido del chico bajo su dominio fue glorioso, finalizaba la situación de forma cruda. Se sintió desvanecer.

[.  .  .]

Sus párpados estaban adormecidos. No, toda su cara, su cuerpo. Abrió los ojos lento, largando un suspiro pesado. Observó sin moverse su alrededor, estaba tirado en la escalera de la casa de el chico, el chico ese que tocó. Sus mejillas se tiñeron de rojo y gruñó al intentar levantarse. Sentía todos sus músculos de la mierda, como si lo hubieran golpeado. O tal vez estaba enfermo. No recordaba mucho, solo lo estrecha que era la entrada de ese rubio. Le gustaba mucho su espalda... Sujetó bien su mochila. Oh, y tenía ropa nueva. Olfateó la polera profundo, hasta la lamió, era de él, sabía como huelen dulces y cigarrillos. Sonrió meloso al igual que un niño y caminó todo tembloroso por la pista, siendo iluminado por las escasas estrellas. De pronto se sintió más vivo, pues vomitó todo el veneno que aceptó antes.

No podía regresar así a casa, o a la iglesia, donde sea. Una parte de él le susurraba que se quedara con el chico, y la otra que...tenía responsabilidades.

-Al diablo -sonrió de lado con una cara de drogado, se dió la vuelta y regresó por donde vino.

Jehovas witnessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora