Los aullidos de los perros se entremezclaban con el roto silencio que la muerte había provocado con tan sólo un suspiro.
La misma voz que horas antes, en la noche, había gritado a la ya difunta, clamaba su nombre en la mañana y rogaba por que se levantara. Oyó un leve murmuro, parecía la voz que se iba. Escuchó el portazo de la ambulancia que, conforme llegó, se fue, presa de la impotencia.
"Ha muerto", escuchó.
La culpa; la culpa y el miedo presionaban su garganta. Culpa por no denunciar y por haber permitido que los incesantes gritos no pararan. Miedo de sí misma, porque no se reconocía. Aquella chica que se amaba por sus ideales ya no tenía razones para seguir amándose: se había traicionado. Fue la que, como otros muchos en aquel vecindario, dejó que la no merecida tortura de los últimos momentos prosiguiera; fue la chica que calló.
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La chica que calló
Historia CortaBasado en hechos reales: las lágrimas lo fueron y lo son.