Capítulo 15

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-Julian Taylor, ¿puedes hacer el favor de coger el teléfono? -me pide Kate, ofreciéndomelo.

-Claro, dámelo -sonrío, por lo que estoy pensando.

Cuando me lo entrega, le saco la batería e inmediatamente el sonido cesa. Después, la tiro al retrete y pulso el botón de la cisterna, observando cómo desaparece por el desagüe. Ella me mira, completamente alucinada. Yo me limito a encogerme de hombros y a salir del baño.

-¿Tú estás mal de la cabeza? -me persigue por toda la casa, aguardando por una contestación.

-Si lo estuviera, habría tirado el IPhone entero...

-Pero... ¿Por qué no quieres hablar con él?

-Am... Veamos... -el sarcasmo me sale por los cuatro costados mientras hablo- Tal vez sea porque después de pasar la noche en mi cama, desapareció de la faz de la tierra durante semanas.

-Vale, puede que haya estado un poco liado con...

-¿¡Ocupado!? -repito, exasperada-. ¿En todo este tiempo no ha tenido ni un solo minuto para llamarme? Kate, por favor...

-Ha tenido la cabeza en otra parte. Si le cogieses el teléfono podría explicarte...

-Kate, haz el favor de dejar de defenderle. Me prometió la luna en una bandeja de plata y desapareció después de acostarse conmigo. Fin de la historia.

-Pero Jules, no te puedes cerrar en banda de esta manera. Hablé con él hace un par de días y...

-¡Basta! ¡Estoy cansada de hablar de Andrew! Si quieres, vemos una película con palomitas o cualquier otra cosa. Si no piensas dejar de hablarme de él, ya sabes dónde está la puerta.

Mia comienza a llorar, asustada por mis gritos. La recojo de su cuna y le pongo un chupete. Mientras lo hago, escucho cerrarse la puerta de la calle. Genial. Pongo los ojos en blanco y me siento en el sillón de piel que hay frente a la televisión. Alcanzo el mando a distancia de la minicadena y los primeros acordes de «I've have you under my skin» de Sinatra, nos envuelven como si fuesen una canción de cuna. Sonrío al recordar la primera vez que la escuché. Fue el día que George se largó con su «jovencísima secretaria». Recuerdo que leí su carta de despedida, entre pequeños tragos de champán y lágrimas. La tengo grabada a fuego en mi mente, aunque la conserve aun, guardada en mi mesilla de noche.

Querida Julian:

Te dejo esta carta, porque sé que si te digo en persona lo que quiero que sepas, mi integridad física correría peligro. No voy a volver a casa cuando regrese de mi viaje a París. He conocido a una mujer increíble, que quiere de la vida lo mismo que yo, así que no veo razón de alargar las cosas por más tiempo. Supongo que esto te habrá cogido por sorpresa, pero ya no soporto más la enorme mentira en que se ha convertido nuestro matrimonio.

Sé que has intentado que lo nuestro salga bien, pero me he dado cuenta de que no estamos hechos para estar juntos. Tú quieres una familia, yo quiero disfrutar de la vida. Sabes que nunca he querido tener hijos, y aun así, tú has decidido seguir adelante con el embarazo.

Espero que con el tiempo puedas lograr entenderme y perdonarme.

Dentro de unos días, mi abogado te enviará los papeles del divorcio. Lo mejor para todos es que los firmes y cada uno, se vaya por su lado.

Ojalá algún día encuentres también a la persona adecuada, porque los dos sabemos, que ese no soy yo. Siento que todo tenga que acabar así, pero sé que lo superarás.

George

Al principio, no podía creer que aquello fuera verdad. Después de varias copas de champán, una vajilla completa hecha añicos y varios gritos contra las paredes de la habitación que llevaba tres años compartiendo con él, la realidad de aquellas palabras calló sobre mí. Sentí como si un bloque de hormigón me aplastase contra el suelo. Mi marido me había dejado, embarazada de ocho meses, por una mujer que acababa de conocer.

Red Breaking DawnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora