Y POR FIN... EL CASORIO

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Sí, aparentemente todo empezaba a solucionarse, Victoriano había logrado un amparo para poder demostrar que la hacienda le pertenecía y Doña Bernarda no había podido sacar a la familia Santos de la Finca Las Dianas, la hija de Alejandro acababa de aparecer sana y salva, y Deborah, realmente llamada Eugenia ya no significaba nada para Victoriano pues su matrimonio ni siquiera había tenido validez. Esto significaba que finalmente las piezas de la vida de Inés y Victoriano empezaban a caer en su lugar, acababan de comprometerse, ahora sí iban a casarse para pasar el resto de sus vidas juntos como siempre debió haber sido…
Luego de compartir un beso de amor, lleno de pasión, el cual se dieron para sellar el compromiso de matrimonio, le dieron gracias a la Virgen y decidieron salir de allí para dar un paseo por la finca, tenían mucho de qué hablar… demasiado que celebrar.

-¿Damos un paseo mi morenita?

-Claro mi amor.

-Me parece tan increíble que estemos así, tan… juntos, escucharte decirme “mi amor” –la atrajo más hacia el agarrándola por la cintura mientras seguían caminando por los jardines de la hacienda, ella lo miró y le sonrió.

-Así te diré siempre, eres mi futuro esposo y serás mi compañero por el resto de nuestras vidas. Te amo Victoriano, yo nunca perdí las esperanzas de estar junto a ti algún día, de ser tu esposa y que nos amaramos como antes. –se detuvo y le dio un beso dulce en los labios, el cual Victoriano extendió un poco y lo convirtió en uno lleno de pasión y fogosidad.

-Yo tampoco Inés, tú has sido siempre mi único y gran amor, no sé cómo pude dejarme envolver por Deborah, o Eugenia, o como se llame, no entiendo cómo me casé con ella cuando siempre te he amado a ti... –se agarraron de ambas manos mirándose a los ojos, Inés negó con la cabeza y bajó la mirada un poco nostálgica.

-No te voy a negar que sufrí mucho esa noche que me dijiste que te volvías a casar, en aquel momento llegué a perder las esperanzas de volver a estar contigo, para mí era una tortura verte con ella todos los días, sin poder hacer nada y muriéndome de celos al ver como la mirabas, como la besabas, pero sabes una cosa, a pesar de eso, muy en el fondo, yo sabía que tú no la amabas. Tu manera de amar es muy distinta por eso le pedía a Dios y a la Virgencita que algún día tu y yo volviéramos a estar juntos, y esta vez para siempre… y ya vez aunque nos tomó algunos años, bueno, muchos años, aquí estamos, comprometidos, juntos y en esta ocasión, va a ser por toda la eternidad Victoriano, así que creo que es mejor que ya no hablemos del pasado, ni pensemos en lo que pudo haber sido, mejor enfoquémonos en lo que es y será de ahora en adelante.

Él no pudo hacer otra cosa más que tomar los labios de ella entre los suyos y darle un beso de esos que detienen el tiempo.  El beso fue lento, suave y pausado, muy distinto a los que Victoriano solía darle, usualmente era más apasionado que romántico, pero con este beso estaba demostrando que en ese cuerpo varonil y detrás de ese hombre medio machista y tosco también vivía un hombre tierno y amoroso.

-Te amo Inés, mi morenita. –luego de unos minutos de compartir ese beso tan único, se separaron lentamente sin dejar de mirarse a los ojos, la respiración de ambos estaba algo agitada y en los ojos de Inés había un brillo especial, un brillo que solamente Victoriano conocía, demasiado parecido a aquel brillo que Inés tenía aquella noche, justo antes de que estuvieran juntos por primera vez hacía ya tantos años; él lo recordaba, acababan de llegar de la feria, se habían besado muchas veces durante toda la noche y en la mirada de su morenita estaba ese brillo que le decía que quería algo más que besos, la personalidad tímida de ella no le hubiera permitido decírselo pero sus ojos lo gritaban, lo pedían… igual que ahora.

-Victoriano… –Inés gimió por lo bajo, la cercanía de él la tenía algo agitada, lo cual no era típico en ella, pero ya habían sido demasiados años de contenerse, de aguantar las ganas de estar con él, de sentirlo, de amarlo.

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