El olor del correo

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Luego de muchos quebraderos de cabeza, al fin esta la segunda parte.

En un inicio, esta historia seria corta y autoconclusiva, sin embargo me emocione y tenia un buen trozo ya escrito, pero entre mi desidia y otras cosillas desagradables, no la había podido hacer.

Sin mas que agregar, disfruten, y disculpen las faltas de ortografía que se me hayan escapado. 

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John Watson Blog

Entrada, 14 de octubre de 2011

No pocas veces he enfrentado el peligro, tal y como los lectores de este blog han comprobado a través de mis numerosas aventuras al lado de Sherlock Holmes, por no mencionar, claro está, mi paso por la milicia. Soy un hombre que ha tenido el infortunio de ver las formas más brutales en que se encarna el mal en la mente humana, tanto en la guerra como por vía de algún criminal, aquí, en el mismo corazón de Londres; sin embargo, nunca lo había sufrido en carne propia de la forma sutil y casi elegante que me llevo a la cama de hospital desde el que les escribo en esta ocasión.

Y en verdad, la razón suena de algo sacado de una novela policiaca del siglo XIX, en la que, por muy penoso que me parezca admitirlo, solo puedo dar cuenta de lo acontecido de boca ajena, a pesar de ser yo precisamente el protagonista.

Comenzó de la manera más natural: conmigo tomando el desayuno, solo. Para aquellos que no estén familiarizados con mis relatos previos, deben saber que en el 221B de Baker Street los sonidos matinales de la cocina provienen de la actividad de un servidor. Paso las mañanas disfrutando de la calidez del te mientras leo el periódico recién entregado, todo esto hasta que, cerca del mediodía, mi compañero de departamento decide unirse al mundo de los vivos. Sherlock, casi sin excepción, duerme hasta que el sol se encuentra en el cenit, a excepción de esas raras ocasiones en que pasa la noche entera en vela tocando el violín, o cuando, por supuesto, la excitación de un caso lo mantiene alerta. No siendo una de estas ocasiones, me encontraba yo dispuesto a encender el televisor, sin duda ávido de ver en las noticias el eco de lo que acababa de leer en papel, cuando la puerta fue abierta, escuchándose claramente escaleras abajo. Esta no es una situación tan rara, en realidad, y no sonaba como un cliente, así que no le di mayor importancia, creyendo que podría tratarse de la señora Hudson saliendo de compras o recibiendo alguna visita.

Tal vez diez minutos después, la voz de la mujer me llamo. Ya me hallaba vestido, afortunadamente, y no sin algo de molestia acudí a su encuentro. Nuestra casera se encontraba revisando su horno de manera animada cuando entre al comedor de la planta baja. En la mesa, un paquete sencillo envuelto en papel descansaba. La señora Hudson volteo al verme, recibiéndome con una afectuosa sonrisa.

–John, que bueno que estés despierto, temía que te hubiese interrumpido al dormir, como no bajabas... Acaban de traer ese paquete para Sherlock. Creo que el cartero dijo algo sobre perecederos. –Dijo, volviendo a lo suyo con esa peculiar forma suya de acentuar las cosas.

– ¿Un paquete? –pregunte, bastante extrañado, y algo preocupado. Salvo notificaciones de la corte, cartas de fans y clientes, y por supuesto, amenazas, estas últimas las más numerosas, casi nunca nos teníamos que preocupar por el correo. Debido a aquel afluente constante, no era nada inusual que el cartero dejase nuestra correspondencia sin la firma requerida para el caso de todo aquello que fuese más grande que una hoja plegada. – ¿Quién lo envía?

–No lo sé querido, tengo las manos ocupadas.

Me respondió, alzando las manos para mostrarme que aún tenían restos de harina en estas. Suspire, y no tuve más remedio que subir las escaleras llevando el misterioso paquete. Llegado a este punto, quiero hacer notar que he resaltado tanto como mi memoria me permite los detalles de lo ocurrido, tal vez como mera justificación de lo que sucedió después.

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⏰ Última actualización: Nov 16, 2016 ⏰

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