Capítulo 3

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Eran las once y media de la noche, cuando metí los canelones en el microondas, fui al salón y me senté en mi sillón favorito, mientras pensaba en mi padre. Este año, estaba especialmente deprimido. No tenía ni idea del por qué, pero así era. No salía de su habitación ni para comer, ni para cenar; solo esperaba a que llegara la hora de picar y que yo le trajera la comida a su habitación, donde estaría acostado en su cama medio dormido.

¡Ring!  El microondas.

—Vale, vale. Ya me levanto, pero para de una vez—dije, suspirando. A ver, quería cenar, pero es que el timbre ese me ponía de los nervios.

Saqué los canelones, que por cierto estaban ardiendo y me quemé un poco las manos hasta llevar el plato a la mesa. La próxima vez que fuese al supermercado, compraría manoplas.

Me comí los míos y llevé el plato al lavavajillas. Miré el otro plato en la mesa, casi frío, de mi padre. No había bajado a cenar tampoco hoy.

Huh...Tendré que subirle la cena, otra vez.

Salí por la puerta de la cocina, cruzando el salón hasta el pasillo de los dormitorios, hacia el de mi padre. Abrí la puerta y lo encontré, como lo suponía. Estaba acostado con el pijama puesto del revés. Esto pasaba todas las noches, no faltaba ya ni una. Por las mañanas estaba muy alegre, o al menos, era lo que quería hacerme creer, y luego, por la noche, se las pasaba así y llamando a mamá en sueños. Siempre llamándola. Tenía que encontrarle novia ya. No podía seguir así, esto lo estaba destrozando por dentro. Pensé en hacerle una cuenta en alguna página de esas de citas, pero la descarté. Si hiciera eso, papá me mataría, por muy bueno que fuera, eso no lo toleraría. Se lo sugerí una vez, pero me miró como si estuviera loca, diciéndome que mi madre no querría eso. Pero yo sabía que sí lo querría, una vez de pequeña me lo dijo, cuando no me podía dormir, porque había tenido una pesadilla en la que una Hidra gigante de tres cabezas, ojos saltones y dientes afilados, se comía a mis padres—vale, está bien, yo estaba un poco mal esa noche porque acababa de ver “Hércules”, que aunque no fuera de miedo, y se hubiera convertido en una de mis películas favoritas de Disney, solo tenía cuatro años, y era la primera vez que veía un monstruo así en la tele. Estaba más acostumbrada a ver cosas como Barbie, aunque ahora la odie—, y mi madre, mientras yo le apretaba el antebrazo con ansia, cercionándome de que estaba allí, me dijo:

—No te preocupes, cielo, que no va a venir nada a hacernos daño, estoy aquí—sonriéndome, me cogió la mano, y me la apretó cariñosamente, asintiéndome para que viera que lo que decía era verdad.

Yo, no muy convencida, respondí:

—Ya, estás aquí, mami. Pero...¿y si viene por la noche, mientras dormimos? ¿Y si nos come? ¿Y si...?

—Tranquila, cariño—me cortó, suavemente—. Eso no sucederá, porque el monstruo sabe que nos quieres mucho, y entonces no se atreverá a venir aquí, porque sabe que no podrá con nosotros.

—¿De verdad?—dije esperanzada, comenzando a creerme sus palabras.

Ella asintió, sonriendo.

—De verdad de la buena. Y si viene, piensa que no podrá con nosotros, ¡porque tenemos armas anti-monstruos!—riéndose—. Y así se irá corriendo y no volverá, porque siempre, tu padre y yo, estaremos aquí para protegerte—dijo.

—¿Pero y si alguno de los dos, no está más porque se lo ha comido el monstruo?

—Pues entonces, cada uno seguiría como siempre, sabiendo que el otro siempre estaría protegiéndote. Si me pasara a mi, me gustaría que papá rehiciera su vida, por ejemplo. No me gustaría que estuviese mal por mi. Al igual que tú, no deberías estar mal por mi tampoco. Pero—dijo, levantándome del suelo, metiéndome en mi cama con cuidado—, como eso no va a pasar, no tienes de qué preocuparte.

Cuarto Creciente (En pausa).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora