- Ya te lo dije mil veces, Mariela. No pretendo quedarme, estoy harta. ya vuelvo, voy por la pava.
-pero, Ani! que vas a hacer de tu vida? adonde vivirás?
Analía tomó su bolso entre sus manos, y se incorporó decidida a salir del cuarto y a caminar hacia la cocina.
-ya te lo dije. - se dió vuelta e hizo una pausa al ver los ojos vidriosos de su amiga, respiró profundo y prosiguió - no se adonde iré con exactitud pero necesito un respiro, ya no puedo más. la presión, el trabajo, los prejuicios, me conocés bien Mariela, soy muy permeable y de vez en cuando necesito un poco de espacio.
Mariela explotó en llanto. - lo sé, lo sé y me apena muchísimo!! - lloriqueó mientras la abrazaba.
Analía la abrazo de vuelta, y la contuvo. Era la única amiga que tenia, no pensaba desperdiciarla ni alejarla, pero se sentía superada por todo. La consoló otro rato y luego le pidió que la acompañase a la puerta luego de tomar otro café.
Ya pasadas las 6:30 P.M. , Analía se levantó, despidió a su amiga y siguió su camino hacia su destino. Y lo que ella consideraba mas gracioso de esto, es que no tenía nada planeado desde que decidió irse, que fue hace varias semanas atrás. Pensaba en mudarse o alquilar con sus ahorros una pequeña casa en las afueras, algo que le hiciera recordar que aun debía esforzarse por vivir. Mientras caminaba hacia la estación de trenes, pensaba en todas las posibilidades que tendría al mudarse a aquel lugar... claro, cuando se decidiera. Sacó boleto en la estación, y se subió al primer tren que llegó pensando viajar desde su punto de partida, que era Pilar, hasta la capital, y luego ver de ahí si emprender su camino a pie. rezongó del último azote que tuvo de la sociedad viendo niños pidiendo monedas, gente gritando lo que vendía, y personas que lastimosamente se subían al furgón presos del abrumador olor a marihuana que traían con ellos. Pensaba que pronto todo eso terminaría, ya no tendría que ver eso todos los días ni mucho menos ser parte de ello, si la humanidad decidía morirse que fuera por ellos mismos, no con su contribución. Pasada una hora, bajó del tren. y tomó su camino a pie, hizo ta te ti entre las calles que convergían fuera de la estación como un abanico, y siguió su camino, eventualmente llegaría a algun lugar, lo cual la emocionaba mas de la cuenta. Las horas pasaban y la noche cayó sobre sus hombros al llegar a un extraño campo. había caminado mas de cinco horas y se encontraba exhausta entre las piernas que las sentía como si fueran de gelatina, y el peso de su mochila que le resultaba casi inaguantable. No llegó a comprender como semejante campo frente a sus ojos estaba situado tan cerca de la capital federal. Siguió caminando un rato mas entre los pastos altos hasta que sus ojos cansados divisaron una casilla entre la bruma de un campo que caminó por lo que parecían años. Con una sonrisa en su rostro junto las pocas fuerzas que tenía para trotar hasta esa casilla, donde una señora muy anciana estaba sentada en el porche tomando mate. Analía se acercó, pero la señora parecía no advertir su presencia, como si estuviera dormida. Tosió sonoramente y la abuela se despertó con brusquedad y tomó su baston rojo como defensa.
- Alto! deténgase! Auch!! - grito Analía mientras la anciana la cubría a bastonazos. cuando el ataque cesó, la anciana la miró como si la conociera de algún lado. La analizó, la miró y la remiró, no dispuesta a creerlo.
- Señora,- dijo Analía rompiendo el silencio - perdone que la moleste en su tarea de rayos x exhaustiva, pero preciso pedirle algo...- la señora la miró esta vez al rostro, y abrió la boca para articular una respuesta, pero solo prosiguió a mirarla otro rato más - me escuchó, abuela? - la ancianita se sentó, se deshizo de su chalina y con una voz temblorosa y siseante dijo:
- Si, te he oído, jovencita. Es que no veía tanta juventud hace décadas, como si tuvieras algo especial. Claro que puedes quedarte, estaba buscando a alguien a quien dejarle mi casa, ya que no tengo familia. y estoy cerca de que mi vida termine. Analía la miró con preocupación, pensando si era correcto aprovecharse de tal situación, mas siendo ella una desconocida, pero la anciana insistió en que se quedara, como su último deseo antes de partir. - Espero que disfrutes de tu nueva casa como yo la disfruté, ahora me retiraré.
La señora se fue caminando, y se la veía desaparecer entre la espesa neblina de la noche. Parecía que a medida que pasaban los minutos, la niebla era mas espesa aún, casi al punto de no poder ver nada. Cuando ya no podía ver ni a cuatro metros delante, Analía decidió que era tiempo de entrar, ya que el campo es el gran amo y señor de las muertes súbitas por un enorme susto, y la oscuridad era muy inquietante. Al entrar y trancar la puerta de madera y darse la vuelta, miró a su alrededor: un par de sillones viejos, una radio colocada sobre un mueble muy antiguo, una televisión a blanco y negro, platos decorativos y cuadros colgados sobre las paredes casi descascaradas del papel de pared, que parecía ser de un carmesí muy bonito y llamativo. Tenía tres puertas que al parecer eran del dormitorio, cocina y baño, pero prefirió investigar luego y solo echarse ahí mientras comía algo. Miró un poco la tele y a medida que los minutos pasaban, la modorra era aún mayor, hasta que se durmió dejando caer la bolsa de papas fritas al suelo, al sonido de un episodio de "Los Tres Chiflados". Su deseo se había cumplido y su alma se dejo llevar por el placer de por una vez en la vida, seguir sus necesidades.
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El Show Debe Continuar
HorrorAnalía, una joven de 21 años, se ve acechada por la imponente sociedad, y decide mudarse a una casa fuera de la ciudad, para descubrir un circo con integrantes que poseen habilidades increíbles, y un secreto aterrador.