Fuego

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Desde el descubrimiento del fuego, la humanidad ha tenido claro que tan destructivo puede ser. Los padres lo enseñan a sus hijos, estos a sus hijos y así de manera sucesiva: el fuego no se toca, no se respira, no se besa, no se ama, solo es destrucción.
No se hace el amor con el fuego.
Pero nadie sabía que ella era fuego, una llama tangible que si se podía apreciar con cercanía, era posible besarla, amarla.
Consumía, ardía, dolía; y yo la tocaba.
Era fuego, yo combustible. Yo decidía que tan rápido se propagaba por la habitación, que tan rápido la consumía.
Ella era mi fuego, yo su combustible, yo decidía que tan rápido se propagaba sobre mi, que tan rápido me consumía, que tan fuerte ardía, que tan rápido acababa conmigo.
Era fuego, me quemaba en cuerpo y alma y los fundía y luego los devoraba, de manera tan sublime, voraz, espectacular y destructiva.
Como sólo él fuego podía hacerlo.
Ella era fuego. El fuego quema. Y vaya que quema.

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