La sangre rebozaba de la copa, tratando de escapar de su terrible destino. La señora sonreía de oreja a oreja, mirando a la niña con malintencionados ojos. La pequeña admiraba aterrorizada la escena, petrificada por los sucesos antes ocurridos.
Ya eran pasadas las tres de la madrugada y Charlie no podía dormir. Sufría de terrores nocturnos. Cada noche, las sombras comenzaban a cobrar vida. Los monstruos que habitaban en su mente se hacían realidad, y empezaban las pesadillas vivientes.
Altas y delgadas sombras que luego se convertían en seres sin rostro con sangre en sus cuerpos, terroríficos animales que habitaban debajo de su cama, y si ella trataba de salir de la habitación, se alzaban contra ella con intenciones desconocidas. Aterrorizada, Charlie gritaba como si de una loca en un manicomio se tratase.
Pero nunca se trataba de ellos, sino de algo mil veces peor.
Una persona real.
Era una mujer, de aproximadamente cincuenta años de edad. Cabello negro azabache, ojos rojos como los de un demonio, alta y delgada como las sombras de su habitación, con largas y filudas uñas, y un rostro puntiagudo. Parecía una mujer normal (a excepción de los ojos), pero no lo era.
Y Charlie lo sabía.
Hubo una noche en especial en la cual la pequeña tuvo miedo de perder su vida. Era un miedo más grande que su menudo cuerpo, sobrepasaba los límites de su cordura.
Por lo cual nadie le creyó cuando lo contó, desesperada por ayuda.
Eran pasadas las doce y Charlie estaba viendo televisión en el piso de abajo. Estaba de vacaciones, por lo cual sus padres la dejaron quedarse hasta más tarde. Alegre miraba los dibujos animados que mostraba la pantalla de su televisor, hasta que vio una sombra pasar rápidamente a su lado.
Charlie tenía una mascota; un conejo, por lo cual creyó que era él.
Pero no lo era.
Entusiasmada por querer jugar con él, se giró. Su rostro palideció y la niña se paralizó completamente.
La mujer a la que tanto temía, estaba ahí. Acompañada de los seres sin rostro y los animales terroríficos.
Nunca antes se habían presentado en un sector donde hubiera luz. Siempre aparecían de entre las sombras.
Pero donde hay luz, hay sombra. Se complementan, y al parecer Charlie no lo sabía.
Las sombras se desvanecieron y sólo quedó la mujer, sonriendo espeluznantemente. Corrió hasta Charlie, y cuando llegó a donde estaba la pequeña, se acercó lentamente a su cara. Sus ojos estaban inyectados en sangre, y su boca se abría, dejando ver sus dientes, o lo que quedaba de ellos. Ahora eran colmillos, filudos y largos.
La mascota de la niña apareció, y la mujer se percató de eso. Se alejó de Charlie y tomó al conejo de la piel. Sus uñas se encarnaban en la piel del pobre animal, haciéndolo sangrar. Se comenzó a reír, como si todo fuese una graciosa broma.
Miro a Charlie antes de llevar su boca a la piel del animal, desgarrándolo.
Pasaron un par de minutos en los cuales la pequeña no podía reaccionar. Tenía tanto miedo.
El conejo (o lo que quedaba de él) estaba tirado en el piso, sin ningún órgano, abierto por la mitad. La sangre estaba esparcida por toda la habitación. Hasta en la ropa de la niña. La mujer, había tomado una copa y había comenzado a llenarlo con la sangre del animal. Cuando finalizó, la copa estaba completamente llena.
Meses después de lo ocurrido, Charlie desapareció.
Jamás se encontró algo relacionado con su paradero, por lo cual fue juzgada por muerta.
Ya han pasado años desde todo aquello. Pero un día, pasadas las tres de la madrugada, el cuerpo de Charlie fue encontrado. Estaba en el sótano de su casa, y fue encontrada como su conejo. Incluso, dícese las malas lenguas, peor.
El asesino nunca fue encontrado, pero dejó algo al lado del cuerpo de Charlie.
Una copa, rebosante de sangre, la cual trataba de escapar de su destino.