Solo en casa

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Mi madre necesitaba salir a hacer las compras, según había escrito en un papel que había depositado encima de la mesa de la cocina. Yo estaba durmiendo cuando se fue, ya que eran alrededor de las nueve y media de la mañana, del día sábado veintiséis de julio. Me sorprendió que decidiera salir a tan temprana hora, y más cuando estábamos en pleno invierno y una lluvia de nieve se aproximaba, según había declarado el meteorólogo en el canal de noticias. Yo odiaba las tormentas de todo tipo, prefería sentir el sol, que el día no estuviese oscuro sino más bien todo iluminado para apreciarlo con mayor precisión.

No sabía cuánto tiempo iba a tardar mi madre, y tampoco me interesaba. Era una persona repugnante, con detestables características tanto físicas como no; mentirosa, exagerada, despreocupada y podría seguir todo el día diciendo cosas horribles de ella, pero no quiero detenerme en esto. Mi padre la había abandonado (y con muchas razones) cuando yo apenas tenía diez años, y aún yo seguía sin comprender por qué no me había llevado con él. No veía la hora de irme de esta casa tan horrible, de la cual mi madre no se hacía el más mínimo cargo; ni siquiera salía a trabajar para decir que algo hacía, simplemente se mantenía con lo que mi padre nos mandaba una vez al mes, que no eran más de dos mil pesos. Ambos eran una vergüenza de personas, pero si tenía que elegir a uno elegía mil veces a mi papá, quien por lo menos no era tan malo como mi mamá.

Apenas me levanté de mi cama, fui hacia la cocina y allí fue cuando encontré la nota. Sinceramente, no tenía muchas ganas de contar con la compañía de ella, así que me preparé el desayuno y bebí mi taza de café con el sonido de la televisión de fondo. Me gustaba estar solo, me encantaba estar solo en casa.

Al finalizar mi desayuno, llevé la taza vacía y el plato, donde había puesto las tres galletas de avena que quedaban, al fregadero para poder lavarlos. No me demoré más de cinco minutos, y cuando terminé de hacer esto regresé a mi cuarto donde levanté la persiana para que entrara un poco de luz natural, aunque el cielo estaba bastante nublado. Me recosté en mi cama y me coloqué los auriculares para escuchar un poco de música, pues no tenía nada más productivo que hacer. Estaba sonando mi canción favorita cuando escuché que alguien golpeaba la ventana, la cual daba a un diminuto patio donde mamá tenía sus flores. No tenía ganas de levantarme para ver quién se atrevía a interrumpir la gran canción, así que simplemente me volteé, ya que la ventana estaba ubicada encima de mi cama, y observé una sombra de gran tamaño. Era imposible que el dueño de esa sombra fuera alguien tan humano como yo, y mucho menos le iba a pertenecer a un animal; igualmente, mucha importancia no le di al asunto ya que como era temprano, tal vez podía tener un poco de sueño y ver cualquier cosa absurda.

No seguí escuchando música por si justo había otro ruido, así que me dediqué a acomodar un poco mis libros, los cuales se encontraban en una repisa, a un lado de la silla donde dejaba toda mi ropa tirada. Mi madre nunca quería comprar libros, y mucho menos cómics, así que no tenía tantos como yo hubiese querido. Ella pensaba que no servían para nada y que solo los raritos leían, yo estaba en total desacuerdo con su idea y muchas veces peleábamos por esta razón, pues ambos éramos bastantes diferentes. Mi libro favorito era "Frankenstein o el moderno Prometeo".

—"Cierto es que yo pedía algo mucho más valioso que un poco de comida y descanso: yo pedía amabilidad y compasión, pero no creía ser indigno de ella."—cité, con el libro en la mano. Adoraba esa parte.

No volví a guardar ese libro, puesto que me dieron ganas de leerlo nuevamente. Ya había perdido la cuenta de cuantas veces lo había releído, pero debían ser más de diez porque ya casi me lo sabía de memoria.

Me senté en mi cama, apoyando la espalda con la pared para no estar en una mala postura. No iba a necesitar un separador, porque tenía el propósito de leérmelo todo de corrido como siempre acostumbraba hacer. Llevaba menos de siete minutos cuando escuché unos pasos dirigiéndose a donde yo me encontraba, se escuchaba bastante porque el suelo era de madera. Interrumpí la lectura para echar un vistazo y comprobar si mi madre ya estaba de vuelta, pero al llegar al pasillo que comunicaban los dos cuartos con la cocina y entrada, noté que nadie había entrado. Ahora sí que me encontraba bastante asustado.

Regresé muy apurado a mi cuarto y abrí las puertas del gran armario empotrado en la pared, donde allí me oculté con mi celular en mano. Estaba preparado por si necesitaba llamar a alguien en caso de que un intruso hubiese entrado en mi casa.

Empecé a sentir que me faltaba el aire en aquél armario, pero tampoco quería salir por si el intruso seguía fuera. No sabía con toda certeza si era una persona, un animal o algo que estaba creando mi mente para qué sabe quién; lo que sí sabía era que estaba demasiado asustado, tanto que todo mi cuerpo había comenzado a temblar y sentía demasiado frío, a pesar de que la casa estaba calefaccionada. Permanecí un gran tiempo allí, inmóvil y tratando de regular mi respiración para no hacer ni el más menor ruido hasta que escuché que alguien estaba respirando con mucha dificultad y, claramente, no era yo. Miré por la rendija del armario y observé una sombra en la pared, solamente eso me causó tal miedo que me hizo salir de mi escondite, tirarme en el suelo y tomar grandes bocanadas de aire. No me tomé el tiempo de revisar quién o qué provocaba aquella sombra.

Luego de unos duros minutos, decidí levantarme del suelo y fui hacia la cocina para agarrar el cuchillo más filoso que allí había. Posteriormente, me metí nuevamente en el armario y me senté en el suelo de este, el cual estaba lleno de polvo y demostraba no haber sido limpiado desde hacía más de unos cuantos meses, lo cual no me sorprendió en absoluto ya que mi madre nunca aseaba la casa, ¡y mucho menos lo iba a hacer con el armario!

Ya no estaba más asustado, sino que ahora estaba en tal estado de alerta que hasta mis movimientos me asustaban. Reconocía que tal vez estaba un poco paranoico, pero eso no iba a hacer que dejara de pensar que había alguien en mi casa irrumpiendo mi privacidad.

Estaba un poco cansado de estar siempre en la misma posición, así que me senté dándole la espalda a la puerta del armario y contemplé la gran oscuridad que había dentro de ese lugar, ¡ni siquiera se podían ver bien las prendas de ropa! Pasaron unos instantes cuando sentí que alguien abría una de las puertas de mi escondite y me arrastraba hacia afuera, agarrándome de los hombros con tanta brutalidad que me rasgaba la remera. Comencé a gritar desesperado y sacudiendo el cuchillo de un lado a otro para poder herir al intruso que no llegaba a ver puesto que se encontraba detrás de mí, aunque me sorprendí cuando me lo quitó y me empezó a hacer grandes cortes en mis brazos, piernas, abdomen y espalda; le suplicaba que parara, a pesar de que no podía verle el rostro ya que de repente todo se había vuelto muy oscuro.

Todo el suelo de mi cuarto estaba manchado con grandes charcos de sangre, y me dio tanta impresión que tuve que cerrar los ojos. Cuando volví a abrirlos, mi atacante ya no estaba más en la habitación y parecía haberse ido; muy asustado y debilitado me arrastré hacia una de las esquinas de la habitación, la que estaba en frente de la puerta para ver si volvía a atacarme nuevamente o si ya regresaba mi mamá.

No pasó mucho tiempo hasta que escuché el ruido de la puerta de la entrada abrirse, pero no me moví de donde estaba, simplemente me quedé en mi sitio y deseé que ese monstruo no volviera a molestarme nunca más.

* * *

La robusta mujer entró y dejó las bolsas en la mesa de la cocina, pues estaban tan cargadas que pesaban lo suficiente para hacerle doler la espalda por el esfuerzo. Refunfuñó al ver que su hijo no iba a saludarla y mucho menos a ayudarla, así que se encaminó hacia el cuarto del chico y tocó la puerta, sin atreverse a asomarse para ver lo que su hijo hacía. Al no recibir ninguna contestación de que podía pasar, puso un pie dentro de la habitación y entró; no pudo contener el grito de horror al ver al pobre muchacho sentado en el suelo y moviéndose compulsivamente, rodeado de sangre y con todo su cuerpo lleno de cortes que parecían ser demasiados profundos. La desesperada madre fue corriendo hacia él y trató de consolarlo y preguntarle si estaba bien, pero él solamente murmuraba cosas sin sentido, con el cuchillo en sus manos y tratando de herir a su madre.

— ¡Oh! —Exclamó, muy asustada y apartándose de él para que no la lastimara— ¿Qué has hecho, inútil?

Temía que la acusaran de haberlo cometido, ya que ella tenía varios antecedentes poco agradables. Sin mucho cuidado, arrastró el cuerpo de su hijo, quien no dejaba de moverse, hacia el armario y lo encerró allí. Posteriormente, no se molestó siquiera en llamar a la policía o a una ambulancia, o limpiar todo el desastre, solamente fue a la sala de estar y se puso a ver la televisión, con los gritos dignos de un loco provenientes de su hijo de fondo.

FIN.

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