La doctora Willson, no deseaba hablar de ella, ella no creía en Dios.
Mientras seguía tomando notas en su libreta, Mary seguía hablando de lo fantástica que era su madre, y de lo imperfecta que era ella.
-Mary, has hablado de lo piensas de todas las cosas, ahora quiero que me digas que sientes por ti
Su expresión volvió a cambiar, esta vez parecía como si recordara algo del pasado que aún le dolía mucho.
-No me siento muy bien. Desde pequeña he estado muy enferma, la gente decía que yo hacía cosas que nadie había hecho –nuevamente estaba mirando hacia abajo, pero esta vez no dejaba de tocar su oreja derecha.
-¿A qué te refieres? –la animó la doctora Willson, para que siguiera.
-A veces, encontraba personas que decían haberme conocido pero yo no sabía quiénes eran. Encontraba ropa en mi armario que no recordaba haber comprado o pinturas que había empezado y al llegar a casa ya estaban terminadas pero con un estilo totalmente diferente al mío –dijo con voz angustiada y lágrimas en sus ojos.
Mary era amante de la pintura, lo hacía muy bien y soñaba con convertirse en una gran artista.
Le mostró a la doctora una de sus últimas pinturas, que ella había empezado pero alguien más había terminado y había firmado como Scarlet McMahon. Su madre solía llamarla Rebeca Hunter cuando era pequeña.
Scarlet McMahon era su maestra favorita en la escuela pero ella no recuerda haber firmado así nunca.
-Y si tu no lo dibujaste, ¿de dónde salió la pintura? –preguntó la doctora, esperando que Mary pudiera aclarar un poco todo esto.
-La encontré cuando estuve en Texas –no pudo más y empezó a llorar desesperadamente.
-¿Qué estabas haciendo en Texas?
Mary seguía llorando y solo negaba con la cabeza. Ella no sabía como había llegado ahí.
Solo recordaba haber estado parada en el ascensor y después estaba en Texas.
-Discúlpeme, no lo sé –no podía dejar de llorar.
Esa noche después de la cita tan agotadora con la doctora Willson, preparó la cena para ella y su novio James. Todo estaba listo, se puso un traje un poco extraño para su gusto...
Tocó el piano. Pintó.
Cuando fue a abrir la puerta, no había nadie. No entendí que hacía ahí parada, si nadie había tocado la puerta. Tampoco entendía de donde había sacado esa ropa, como esa pintura había llegado ahí, quién había comido su cena, destrozado su libro favorito y tocado la Sonata de Scarlatti 3 que tanto aborrecía.
Ese día James la dejó. Él era un hombre bueno, pero tenía miedo de ella.
Mary leyó nuevamente la carta en la que James se despedía de ella y leyó la palabra "Estúpido" escrito por todas partes.
Todo era tan confuso para ella, por un momento estaba ahí, después ya no. Eran personas diferentes, ella era diferente.
Llegó al consultorio de la doctora Willson nuevamente
-No puedo confiar en ellas, no puedo. ¡Quiero salir de aquí! –gritó y sin previo aviso caminó decidida a la ventana, la golpeó y esta se quebró.
Mary no se movió, se quedó ahí, paralizada al igual que la doctora Willson.
-¿Estás bien? –se acercó lentamente la doctora.
-Debería preocuparle más la ventana –espetó ella.
-Las ventanas son más fáciles de arreglar que las personas, querida Mary –le dijo con dulzura- Ven, siéntate.
-Hay sangre –dijo horrorizada Mary
-No querida, no hay. Ya te revisé
-¡Sí! ¡Hay sangre en la casa de la abuela!
YOU ARE READING
El Color del Sufrimiento
Teen FictionNo son demonios y no te poseen. Quizás esa era la única manera en que una niña sabía defenderse fingiendo ser otra persona. Pero tenía que fingir tan intesanmente que la ficción se volvió realidad. Tú madre, abusó de tí. Tú padre fué negligente. Tu...