Él

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En 1962 en Argentina precisamente en Chaco nació una mujer. Su adolescencia la vivió en la pobreza junto con 6 hermanos más, trabajando en la calle y ayudando en la casa, trayendo un poco de comida que pidió en algún restaurante, vendiendo pan o simplemente con las manos vacías; aunque esto implicara que ese día habría que partir el pan en más pedazos.

Se escuchan gritos, y una bofetada que retumba hasta la última pieza de la casa. Su padre como todos los días vuelve a las 9 en punto.

—   ¡¿Acaso no trabajo todo el día para que la comida esté en la mesa?! — Pregunto él.
Emana el alcohol de su cuerpo tanto así que su mujer toma distancia. 

 — ¡Hoy solo hay pan, no alcanza para comprar comida y ropa al mismo tiempo, los chicos tienen que ir al colegio y el uniforme no es gratis! — Exclama su mujer. 

Como todos los días, él agarra su porción y se encierra en la pieza. 

La historia era la misma todos los días, pero empeoraba cuando escaseaba la comida, la culpa no era de los chicos ni de la madre, si no de él, el alcohol lo consumía y cualquier ingreso económico estaba destinado a la bebida. 
Otra vez la madrugada, la maldita madrugada, la puerta se abre lentamente y se escuchan los pasos acercándose a su cama.
 

— Hola mi amor. Como te fue hoy? —. Pregunta él.

— Papá tengo sueño —. Contesta ella. 

— Yo también. Será como todos los días, rápido.

Y otra vez, como una rutina, como algo difícil de cambiar, vuelve a suceder como si nada. Como cuando eras pequeño y le tenes fobia a las agujas; llega el día que tenes que ir al medico, llegas a la consulta y sabes lo que va a suceder, llorando le pedís a tu mamá que te saque de ahí, que no querés que suceda, ella te observa y con el mayor de los dolores al verte llorar te ataja y no te deja huir, calmándote con sus palabras y confiando ciegamente en ella, solamente respiras hondo y pensas que solo es un segundo y ya pasó.
En este caso la visita al medico eran todas las madrugadas, exactamente a las 4 de la mañana, la inyección no duraba un segundo. Tampoco su madre sufría. Solo la miraba, y sin ningún sentimiento de absolutamente nada, simplemente la ignoraba.

No sólo ella, si no cada uno de sus hermanos. Aveces era una inyección, aveces solo era el algodón con alcohol que te acaricia la piel justo antes de inyectarte. Pero el sentimiento era el mismo, el miedo, la incertidumbre y claramente una gran impotencia. 
No todos pueden escapar del médico, teoricamente tendrias que salir huyendo del consultorio sabiendo que tu mamá te va a castigar cuando te atrape. Pero ella logró hacerlo a su manera.

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